El 5 de febrero de 1917 y el obradorismo

El proceso constituyente que dio como fruto la Carta Magna del 5 de febrero de 1917, fue protagonizado por la facción constitucionalista encabezada por Venustiano Carranza como Primer Jefe de este ejército; sin embargo, el Plan de Guadalupe que él había promulgado en marzo de 1913 para llamar a la insurrección en contra del usurpador Victoriano Huerta carecía de un programa social, atendiendo en su esencia a la urgencia de restablecer el orden legal de la Constitución de 1857. No obstante, en los estertores de la guerra revolucionaria que se había extendido por 7 años con grandes pérdidas para la población mexicana, sobre todo en las zonas rurales, sus redactores no pudieron hacer oídos sordos a las grandes reivindicaciones que habían empujado al pueblo de México a tomar las armas -para alcanzar una nueva transformación en sus condiciones de vida-.

Enfrentado a la Soberana Convención de Aguascalientes que era sostenida por los ejércitos de Francisco Villa y Emiliano Zapata, el constitucionalismo tuvo que hacer alianzas con sectores sociales, a partir de incluir sus demandas como parte de su programa político. Así por medio de una reforma al Plan de Guadalupe, Carranza convoca a un Congreso Constituyente el 14 de septiembre de 1916.

Los cerca de 220 diputados constituyentes fueron elegidos de todos los estados del país, por medio de elecciones que se realizaron el 22 de octubre, a partir de conformar distritos electorales por cada 70 mil habitantes, así fue como el centro y el sur del país contaron con una buena representación, frente a los estados del norte de donde procedía la mayor influencia del carrancismo.  

La conformación de la asamblea constituyente reunida en la ciudad de Querétaro durante los meses de diciembre de 1916 y enero de 1917, estuvo compuesta no solo por representantes políticos o militares del constitucionalismo, sino por ciudadanos con grandes diferencias sociales y regionales, que no tuvieron empacho en retomar ideas del Programa del Partido Liberal o incluso del Programa de Reformas Políticas y Sociales de la Convención de Aguascalientes, posturas políticas con las cuales Carranza no sentía ninguna simpatía. 

A los diputados que defendieron el carácter social de la revolución mexicana, se les llamaba “jacobinos, radicales” o el “ala izquierda” del constituyente. En su mayoría estos radicales fueron los revolucionarios que empuñaron las armas en los campos de batalla, para después defender sus ideas a favor de la colectividad en el ágora del parlamento.

Los mayores debates se dieron para modificar la propuesta carrancista y terminar de ampliar los derechos que el jefe del constitucionalismo estaba dispuesto a reconocer, así los derechos sociales que no existían en la Carta Magna antecesora del 57 fueron incorporados, como derechos a la tierra, la educación y el trabajo. En estos debates, o donde se discutía el peso que tenía la Iglesia sobre aspectos de la vida pública a partir de la “instrucción educativa” que seguían impartiendo, es que emergieron las posturas más consecuentes para responder al clamor social, que en ese momento seguía latiendo en la resistencia que sostenían los zapatistas y las numerosas sublevaciones militares que seguían disputando el control de regiones enteras del país.   

La visión de esos diputados, que habían participado como jefes militares o como testigos en la confrontación armada, y de muchos otros ciudadanos que tenían presente las condiciones de oprobio que habían prevalecido durante el porfiriato, fue indispensable para que el texto constitucional fuera sensible de los anhelos de las grandes mayorías que participaron en la Revolución. Así más que un texto que solo representara a una facción, el resultado fue un nuevo ordenamiento político que sentó las bases para el pacto social que predominó en buena parte del siglo XX, y que hoy prevalece como la Constitución Política de los mexicanos.    

En todo movimiento transformador, entre los relámpagos que enciende la historia para incentivar los cambios profundos, siempre se dan las disputas entre facciones, en el caso de 1917 los diputados jacobinos o radicales buscaron ser congruentes con los anhelos del Pueblo, de los cientos de miles de héroes anónimos que habían dado su vida por un mejor país, libre de la dictadura. Entre los llamados jacobinos estaban Francisco J. Múgica, Cándido Aguilar, Heriberto Jara, Luis Espinosa, Froylán Manjarrez y Juan de Dios Bojórquez.

Nos recuerda Martí Batres (2020) las palabras de Bojórquez -sobre porque el Congreso Constituyente se dividió en dos bloques, los renovadores y los jacobinos-durante las intensas deliberaciones de cada artículo del documento rector de México: “Bojórquez refiere el primer gran momento: el artículo 3o. Al fin se llega a la votación y con 99 votos por 58 de las derechas, se aprueba el dictamen de la comisión. El resultado de esta votación indica en qué proporción están los radicales, jacobinos, izquierdistas del congreso, frente a los liberales clásicos, tibios, de las derechas”. 

En tiempos de transformación es indispensable recordar aquellos hombres de izquierda, radicales por ir a la raíz de los problemas sociales, jacobinos (como los radicales de la revolución francesa), y principalmente: sensibles y proclives a la locomotora del interés de las mayorías. 

Hoy la disyuntiva de cara al 2024 no está en encaramarse en cargos, como si la realidad social fuera estática. La tarea del obradorismo es mantener viva la luz de los radicales de 1917 en la lucha por defender y conquistar los derechos sociales, ser firmes en la visión del humanismo mexicano ante aliados y acompañantes ocasionales, levantar la mira y seguir pugnando por un Estado de Bienestar con acceso universal a salud y medicamentos, educación pública y gratuita desde preescolar hasta doctorado, vivienda y escuela digna para el pueblo, instituciones de verdadera impartición de justicia, autosuficiencia alimentaria y soberanía energética. Por tal razón el Presidente Andrés Manuel López Obrador presentará justo este día las reformas que habrán de nutrir la agenda de nuestro movimiento para el porvenir.  

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