Alta cultura

El título de esta columna hace referencia a dos conceptos que declaran la importancia de la apertura a lo diferente, toma su nombre de la teoría del diálogo de Martin Buber, el diálogo y el encuentro son dos términos que buscan la posibilidad de encontrar una similitud en contextos de diferencia. Buber reflexiona su teoría en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, la segregación, exclusión y creencias que dieron paso a masacres como la que sucede en Palestina en la actualidad. Negar la diferencia social, cultural o de cualquier índole es peligroso para la convivencia social 

Una condición básica del diálogo en Martin Buber es la otredad. Esa condición que determina la evidente diferencia que existe entre un ser y otro. No podemos comparar la belleza que existe en un champiñón y un águila porque poseen características diferentes. Un hongo y un ave solo podrían figurar en la comparación de la belleza en la medida en que son apreciadas las cualidades estéticas de cada una. Para mi la belleza de ambos está en la forma en que sobreviven a condiciones específicas en sus contextos. 

Una situación similar ocurre en las obras de arte. Cuando Duchamp colocó un “orinal” en un museo de arte moderno convulsionó los cánones estéticos hasta ese momento. Uno puede estar de acuerdo o no con evaluar la belleza artística de la obra, pero sin duda toma un valor especial con la crítica teórica que hay detrás de esos autores. ¿Eso significa que no es arte? Quizá no, si nos apegamos a su definición básica entendida como actividad creadora del hombre. Sería cuestionable su valor, claro, que esté en un recinto donde se muestra lo que se conoce como “alta cultura”, no significa que para todos va a significar lo mismo. ¿Esto significa que nos tiene que gustar? No, pero mueve nuestras emociones, entonces, logra el objetivo del arte. 

Algo similar pasa con el estilo flamenco. Que, en lo particular no es de mi agrado. Me siento incapaz de ser conmovida por el género musical y tengo mis razones, que no es objeto traer a la discusión. Lo que me parece brillante del flamenco es la fuerza con la que ha permeado a la sociedad española y al mundo. Un canto de gitanos, una comunidad altamente excluida y estigmatizada, que poco a poco logró estar en el gusto de la gente y que ahora se presenta en salones de arte y que es conocido por prácticamente todo el globo terráqueo. Una forma similar a lo que le sucedió al corrido mexicano, que incluso se compuso para ser presentado como música de cámara. 

En los tullimos días, ha ocurrido algo que atenta contra el derecho de los pueblos a conformar su identidad cultural y expresarla. Hablo de la pretensión de que las bandas de música en Sinaloa dejen de tocar en la playa, por el momento, hasta cierta hora ya que algunos turistas se han quejado de la contaminación auditiva que producen y la molestia que les producen. Al parecer, son los extranjeros quienes están en contra de esta expresión cultural, no podría asegurarlo, ya que acabo de ver a los extranjeros disfrutar de música en vivo muy estruendosa y a altas horas de la noche, claro, comparado con el estándar de Mazatlán que limita la música en la playa después de las 8 de la noche. 

Hace algunos días estuve en Huatulco y me llamó la atención que en Sinaloa se quejen del estruendo que causa la banda; vi a los turistas extranjeros disfrutar mucho de un concierto en vivo que interpretaba todo el repertorio del rock en inglés de sus épocas doradas. Cabe destacar que eran adultos mayores que disfrutaban una noche de copas con un grupo que tocaba muy bien y que se escuchaba bastante fuerte. Un grupo de personas se encontraban afuera del antro escuchando el concierto, que estaba muy fuerte para mi gusto, era imposible no percatarse del ruido. 

¿Me pregunto si esos turistas estarían tan a gusto si la música fuera cumbia, salsa, un sonidero o la polémica banda sinaloense?  Porque quizá el “ruido” está bien cuando complacen mis gustos, no cuando es algo que me produce aberración. O el mundo tiene que estar priorizando mi estado de ánimo para evitar que me moleste por el ruido. Nos puede gustar o no alguna expresión cultural, sin embargo, no podemos prohibirla. Si no nos gusta el género, lo mínimo que podemos hacer es respetar el deleite de los demás, la diferencia está en reconocer el derecho del otro a vivir su vida. 

Es una pena que algunos extranjeros, incluso algunos mexicanos no aprecien cualquier expresión cultural de nuestro país, pero eso no los faculta para exigir que desaparezca. Y sucede con cualquier tipo de indicio cultural, por ejemplo, las fiestas patronales. Recuerdo una profesora en la licenciatura que nos dijo “yo no soy católica, pero soy guadalupana”, no hay mayor expresión de nuestra cultura religiosa que no dio su brazo a torcer con la imposición de la religiosidad europea. Así son las bandas sinaloenses, un movimiento de resistencia ante un mundo globalizado que pretende sucumbir ante el neoimperialismo cultural.  

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