Entre México y los Estados Unidos, el desierto.
Sebastián Lerdo de Tejada
Como si se tratara de un castigo de los dioses a México por haberle concedido un territorio con tupidos bosques, lluviosas selvas, extensos litorales e inagotables yacimientos de minerales, metales preciosos y energéticos, en un arrepentimiento de última hora esos dioses le pusieron como vecino al país más pendenciero, intervencionista, discriminador, esclavista, abusivo y adicto que haya conocido la Historia: los Estados Unidos de América.
La historia de nuestras relaciones con el país que en su nombre lleva inscrito el sello del pillaje al que son tan propensos porque ellos no son todo el continente americano sino sólo una parte, es una relación casi inagotable de agresiones.
Éstas incluyen despojos territoriales (1848 y 1853), invasiones (1914 y 1916), su intervención en el golpe de Estado instigado por el embajador Henry Lane Wilson en contra del presidente Madero con el que Victoriano Huerta se hizo con el poder (1913) y tantas otras que sería penoso y cansado enumerar, siendo el robo de cerca de dos millones trescientos mil kilómetros cuadrados, equivalente a las superficies de España, Francia, Alemania, Italia, reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Hungría y Croacia juntas, como penalización de guerra y por las que México recibió la irrisoria cantidad de quince millones de dólares ( https://www.cndh.org.mx/noticia/se-firma-el-tratado-de-guadalupe-hidalgo), la más recordada de ellas.
Por desgracia, los afanes estadounidenses por apoderarse de nuestras riquezas han encontrado a un buen número de vendepatrias dispuestos a allanarles el camino hacia los ferrocarriles, el petróleo, las minas y los recursos naturales del país. El nefasto y nutrido catálogo de traidores comprende nombres de Antonio López de Santa Anna a Ernesto Zedillo Ponce León, de Lorenzo de Zavala a Enrique Peña Nieto, sin olvidar el aporte de te todos los presidentes priistas de Miguel Alemán en adelante más la modesta, torpe e inolvidable contribución de los panistas Fox y Calderón.
Pero a veces ha necesitado de nosotros ese vecino desmesurado. En 1942, con los Estados Unidos en guerra y por tanto con escasez de trabajadores en el sector agrícola, se instituyó el Programa Bracero (1942-1964), el cual consistió en un conjunto de medidas legales que hicieron posible que 4,5 millones de mexicanos trabajaran en labores agrícolas en los Estados Unidos (https://conomipedia.com/definiciones/programa-bracero.html). Relevados de los trabajos del campo, los estadounidenses pudieron ir en santa paz y con tranquilidad de conciencia a descargar sus bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
El vecino arbitrario, de la mano del entreguista presidente Salinas, también nos ocupó como socios para el Tratado de Libre Comercio (TLC), firmado el 1992 y que fue la sentencia de muerte para el campo mexicano, la industria del juguete y la producción de calzado, entre otras actividades que pasaron a mejor vida. Se acabaron los sembradíos de sorgo y maíz a la orilla de la carretera, se cerraron las fábricas de calzado en León.
Y así fue como, según sus cuentas, ingresamos al primer mundo y para verificarlo están los números: entre 2008 y 2018 el número absoluto de personas en pobreza pasó de 49.5 a 52.4 millones (https://www.bbvaresearch.com/publicaciones/ /mexico-evolucion-de-la-pobreza-y-distribucion-del-ingreso/).
Como premio a nuestra docilidad el imperio consideró acertado ampliarnos la oportunidad de servirle mediante la firma del T-MEC. Sólo que, ojo, a la hora de la firma el imperio ya no estaba tratando con los despreciables negociadores peñistas sino con la política nacionalista y defensora de la soberanía nacional de Andrés Manuel López Obrador, lo cual impidió que se consumara la entrega de recursos naturales a los Estados Unidos.
Hoy, el Agente Naranja que despacha en la Casa Blanca estima que los 8,200 millones de almas que arrastramos nuestras penas en este planeta -blancos, negros, amarillos, bien tostados o apenas sancochaditos de piel- somos sus enemigos personales y que ya estuvo bueno de que vivamos parasitaria y confortablemente a expensas de la gente hacendosa y sufriente que habita en Estados Unidos, pero que su mayor enemigo, el más insoportable, es el vecino que vive en su frontera sur.
Si desapareciéramos, nos llevaríamos con nosotros nuestras cochinas drogas que envenenan el alma pura de los adictos estadounidenses y pronto se verían sus parques llenos de niños y niñas riendo y jugando, sanos, felices, trenzando collarcitos de tréboles de la suerte y libres de adicciones.
Si no estuviéramos, Calica podría continuar impunemente con la extracción y comercialización de piedra caliza y con la destrucción del paraíso, o las empresas petroleras podrían acceder libremente al llamado oro negro. O al litio. O al Golfo de México. O a la península de Baja California. O a lo que se le antojara.
Eso y más pasaría si nos fuéramos de aquí, pero como no nos vamos a ir tenemos que ir analizando si la asociación con Estados Unidos es conveniente. Sobre este asunto, para tranquilidad del 80% de los mexicanos, tiene la palabra la presidenta Claudia Sheinbaum. Es la persona indicada en el momento adecuado.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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