Las estrategias del conservadurismo para hacerse de un lugar en el ánimo de la gente (¡ese miedo de llamarle “pueblo” al pueblo!) han sido múltiples pero disparatadas, porfiadas pero inútiles, siempre grotescas y nunca sustentadas en la razón.
Van desde las casitas de campaña sobrevolando el Zócalo de la CDMX en una escena para el Luis Buñuel surrealista hasta las desopilantes teatralidades de algunas senadoras de la oposición que sobrecogerían hasta los huesos al Dante si las hubiera presenciado: “¡Oh vosotros los que entráis (a esta sesión del Senado donde se hallan Kenia y Lilly), abandonad toda esperanza! (de cordura)”.
O la contumaz costumbre de publicar en medios y en redes sociales falsedades y sivergüenzadas que cada miércoles son jocosamente desenmascaradas frente a un pueblo de México. Parecen no darse cuenta de que sus barbaridades no tienen gracia, pero tampoco límite.
¿Su aberración más reciente? La toma de la tribuna del Senado, que vuelve a darle la razón a Carlos Marx: “(…) todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Tragedia, cuando senadores del PRD -entonces en la izquierda y hoy convertido en espantajo- tomaron la tribuna para exigir el análisis de la reforma energética peñista en 2013 y fueron desoídos; farsa, cuando la oposición organiza una piyamada, con kermés y todo, para defender a su candidato a un puesto en el INAI.
A estas alturas ya resulta sospechosa tanta terquedad, tanta tenacidad para generar bufonadas que sólo los hace tropezar y alejarse del pueblo. ¿Es que no hay nadie en sus filas que los oriente en el camino? ¿Es que el talento de los intelectuales acogidos al patrocinio del pobrecito señor X no les alcanza para aconsejar correctamente a Marko y a Santiago, esos apóstoles de la desgracia? ¿Es que el odio que les causa ver a los adultos mayores de 65 años cobrar su modesta pensión bimestral o contemplar cómo se reconstruyen los hospitales que ellos dejaron inconclusos les nubla el entendimiento al grado de inhabilitarlos? ¿Es que les duele que el presidente López Obrador se presente dignamente frente a sus pares en el mundo, cuando ellos acostumbran acudir de rodillas ante el rey de España, la OEA o el embajador norteamericano y eso los aniquila racionalmente?
¿Qué pensarán?
¿Que a la gente común y corriente, la que se gana la vida sudando bajo el sol recogiendo brócoli en Irapuato o trabajando en condiciones infrahumanas en una fábrica de calzado de León, le parece humorístico el juego de las manitas calientes entre Xóchitl y Madero, tan convincente como para votar por lo que ellos representan? ¿Creerán que a los mineros de Guanajuato, de Coahuila o de la Sierra Gorda de Querétaro les agrada ver la perversidad de gastarse los impuestos de todos en sus charlotadas muy de clase media, cuando ellos padecen enfermedades a causa de la explotación minera?
¿Qué se están pensando estos aturdidos?
Cierto que el único propósito de estas burlas senatoriales es ocupar un espacio en medios de comunicación y que en el programa Tercer Grado los aplaudan sus iguales. Cierto que no les interesa lo que la gente diga de ellos sino que los pasquines inmundos elogien su descarriada conducta. Cierto que los medios influyen en la opinión pública, pero hace tiempo que no determinan ni definen a un pueblo cada vez menos manipulable que no lee las páginas editoriales de los periódicos y cuando más las usa para hacer cucuruchos donde despacha alpiste o piloncillo. Que alguien les diga que el pueblo se cansa de tanta pinche guasa.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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