«El mundo está cambiando… lo siento en la tierra… lo veo en el agua… lo huelo en el aire…»
Galadriel, El señor de los anillos
En la década de los 90 y en la de los 2000 comenzaron a abundar documentales acerca de la segunda guerra mundial. Muchos ponían en perspectiva el caldo de cultivo del cual nació aquel suceso histórico que marcó el rumbo de la historia reciente. La idea era hacer efectivo aquel famoso adagio acerca de que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Prácticamente dos terceras partes del mundo fagocitaron la verdad histórica que Estados Unidos, el imperio, fue fabricando acerca de los sucesos de principios y mediados de siglo. Había quedado muy claro que Hitler, Mussolini, Franco y otros tiranos europeos, junto con sus ideologías, representaban un punto al que estaba prohibido retornar. Sin embargo, con el paso de más décadas, esas nociones comenzaron a cambiar.
Llegaron las primeras redes sociales y las salas de chat sobre el final del siglo XX. Cabe mencionar que en esos tiempos, en esa incipiente etapa de la comunicación interpersonal global en tiempo real, no existían restricciones de contenido, lo que propició el esparcimiento de todas aquellas “opiniones alternativas” que para ese tiempo estaban totalmente prohibidas en los medios tradicionales. Ya desde entonces circulaban opiniones como: «Hitler no estaba tan equivocado», «Con Franco sí había orden», «Es injusto que nos pinten a Porfirio Díaz como villano».
Una realidad que siempre se desestimó a lo largo de la historia reciente fue que, inmediatamente derrocado el régimen nazi, comenzaron tímidamente las reivindicaciones neonazis en las décadas posteriores, primero dentro de la propia Alemania y luego en los países otrora aliados en contra de Hitler, como Estados Unidos e Inglaterra; vaya paradoja. Lo mismo pasó en los otros casos, pues si bien el neonazismo fue el ejemplo paradigmático, en España, a la muerte de Francisco Franco en 1975, quien ejerció una dictadura militar desde 1939 al ganar la guerra civil, los simpatizantes del conservadurismo católico, impuesto durante tantas décadas, siguieron organizándose y manteniendo vivo su ideario. Y en México, pues tenemos a Gabriel Quadri emitiendo estrambóticos posts de X en los que le quema incienso a Porfirio Díaz cada que le viene en gana.
El avance en las tecnologías de almacenamiento y transmisión de datos permitió el florecimiento de las redes sociales como el medio de comunicación masiva e interpersonal (condiciones que nunca antes se habían conjuntado) y el desplazamiento de la tele y la radio como fuentes de información por excelencia. Esto se ha venido suscitando sobre todo en la tercera década del siglo XXI, en que el video corto y el meme se han afianzado como signo de los tiempos que corren. Si bien los grandes conglomerados que proporcionan las redes sociales se han tratado de hacer cargo de cualquier muestra de pensamiento retrógrada (entiéndase racismo, clasismo, homofobia, etc.) que se pueda expresar en sus medios, los esfuerzos son insuficientes cuando emergen figuras que con total desfachatez reivindican todo aquello que tanto trabajo costó, si no erradicar, al menos mantener lejos del alcance de la conversación pública.
Sin embargo, se necesita un cínico público para alentar a todos los cínicos anónimos. Donald Trump ya venía haciendo campaña en Estados Unidos al menos desde 2014. Se le conocía como un personaje más del panteón de la cultura pop norteamericana, con su fama de magnate, sus cameos en producciones hollywoodenses y hasta su propio reality show. La tendencia muy estadounidense al enaltecimiento e idealización del empresario como modelo a seguir le permitió, junto con su ideología conservadora radical, convertirse en el candidato perfecto de los republicanos. Contendió y ganó en las elecciones de 2016 y ascendió al poder en enero de 2017.
Las recurrentes y descaradas declaraciones racistas, homofóbicas, transfóbicas que Trump profería bajo la premisa de «todos lo piensan, pero solo yo me atrevo a decirlo», fue poco a poco desatando oleadas de personas que en las redes sociales, ya sin tapujo alguno, se expresaban igual o peor de las minorías. Así vino también la repercusión en Europa. En España se fundó desde 2014 el partido ultraconservador VOX, que recupera el ideario de Franco, con añadidos como una hispanofilia chovinista y excluyente, así como la pugna por el cierre de las fronteras a la migración africana. En 2022 asciende al poder en Italia Georgia Meloni, una política que abiertamente reivindica el fascismo de Mussolini, aquella ideología ultraconservadora basada en la represión violenta que precisamente pugnaba por algo que, visto desde esa óptica, ya no parece tan novedoso: “hacer a Italia grande nuevamente”. Si bien Meloni no suele recurrir a la violencia, sí se ha dado a la tarea de convencer a los jóvenes de que, según sus palabras, «el fascismo no es tan malo».
Y por supuesto que Latinoamérica no está exenta de las imitaciones de Trump. Está Nayib Bukele, quien tomó el poder en El Salvador desde 2019. Igualmente conservador, abierto seguidor de Trump y laureado por su política de encarcelar a todos los pandilleros del país en su famosa ‘mega cárcel’. En 2023, producto de una campaña que en Argentina iniciaron Agustín Laje y Nicolás Márquez, con la negación de las cifras de desaparecidos en la dictadura militar de los 70 y 80, asciende al poder Javier Milei, otro adorador de Trump que junto con Márquez, Laje y Gloria Álvarez ya despuntaba desde años atrás como difusor de las ideas “libertarias”. Esa pléyade es financiada por la organización de ultraderecha Fundación Libre, con nexos con la USAID.
Con menor capacidad de convocatoria, menos alcances intelectuales y un fanatismo católico exacerbado, se posiciona en México el televiso venido a menos Eduardo Verástegui. En redes sociales, aparece un día acusando de nexos con el narco al gobierno de Morena, otro día rezando el santo rosario y otro disparando armas de alto poder. Descarado en sus loas a Trump, su pasado en la industria televisiva más chafa impide que sea tomado en serio.
El conservadurismo encabezado por todos los personajes anteriormente mencionados, va acompañado de toda una bóveda celeste integrada por millares de creadores de contenido pro conservadores. Los más viejos, excretados por los medios corporativos debido a su extremismo y falta de credibilidad, se enfocan en los temas puramente políticos con un calado conspiranoico. Los más jóvenes, nacidos en el seno de las redes sociales desde un inicio, se enfocan en lo que dentro del mundillo se denomina como ‘la batalla cultural’, que no es otra cosa sino el escrutinio de los productos de la cultura de masas para repudiar a la famosa cultura woke, con la que el imperio cubre su cuota de progresismo, y con la cual desatinadamente mezclan al pensamiento de izquierda anti imperialista que tradicionalmente ha florecido en Latinoamérica, y que tiene en Petro, Maduro, Díaz-Canel, Lula, pero sobre todo en Sheinbaum, a sus principales representantes, a quienes desde esa trinchera les llaman “comunistas”.
Pese a todo lo antes expuesto, el grueso de la población de Latinoamérica, y mucho más en México, sigue despertando hacia la politización, la perspectiva histórica y la conciencia de clase. Si estos extremismos por fin han mostrado sus colmillos es porque ya sentían la guerra de narrativas casi perdida. Los poderes fácticos encontraron maneras de hacer atractivo el discurso ultraconservador y medianamente van logrando su cometido con un sector de la población bastante acotado. Si existe tal batalla cultural, los esperamos sin miedo, que aquí tenemos con qué quererlos.
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