Si tirarse al piso y patalear funciona a los niños alrededor de los tres años, cuando las emociones se desbordan y no saben cómo lidiar con la ira y la frustración, no hay por qué pensar que esto mismo no pueda funcionarle a los más ilustres representantes del pensamiento conservador. Ello, el berrinche, parece ser su principal propuesta política; llevan todo el sexenio practicándolo y la semana pasada dieron muestra de ello.
La primera rabieta surgió después de que el Secretario de Salud, Jorge Alcocer, sostuviera que los hospitales psiquiátricos serán integrados al sistema de salud de tal forma que la atención sea estructurada de manera integral. De inmediato saltaron los más progresistas de los conservadores, quienes no creen en la ciencia, pero sí en las virtudes de fragmentar los servicios básicos y diseñar sistemas burocráticos donde todo esté triangulado, tercerizado y enredado laberínticamente al mejor estilo kafkiano, poniendo el grito en el cielo y tirándose a llorar al piso diciendo que Alcocer buscaba cerrar los hospitales psiquiátricos y mandar a los pacientes a que los atendieran exclusivamente sus familias. Lo sorprendente no fue el berrinche en sí… sino que dejaran pasar la oportunidad para exigir la reconversión de clínicas y hospitales psiquiátricos en sanatorios y monasterios a cargo de la Iglesia Católica.
En ese mismo sentido, luego de que Lopez Gatell —sabiendo que el bloque opositor tiene problemas para controlar sus emociones— apuntara en su discurso en la Asamblea de la OMS que “la enorme carga de enfermedades crónicas no transmisibles resultantes de estilos de vida individuales y colectivos que propició el neoliberalismo son el mayor factor de riesgo asociado con el COVID grave”, los conservadores sobre simplificaron el mensaje de Gatell —en un esfuerzo más de vulgarizar que de divulgar— diciendo que el subsecretario culpaba al neoliberalismo, que hace falta evidencia científica para hacerlo y que dicho discurso demuestra que “un zombie no tiene cerebro, tiene lógica” (Chumel Torres dixit). Declaración que deja estupefacto a quien escribe estas líneas que ya no entiende si la rabieta fue a favor o en contra del punto central —por demás incuestionable— del discurso.
En otros temas, pero sosteniendo la misma propuesta de tirarse al piso como estrategia política de vinculación con el electorado (habrá que hacerles saber que los niños entre uno y cuatro años no votan), se difundió una noticia donde trescientos presuntos promotores del voto de Morena tiraron a la basura sus chalecos, y demás indumentaria que apoyaba la candidatura de Nora Ruvalcaba a la gubernatura de Aguascalientes, para sumarse a la campaña de la coalición ‘Va por Aguascalientes’. Se trate de una noticia cierta o de un montaje, el foco que se puso en ello no hace más que reflejar la otra cara de la moneda de la pataleta, la que se manifiesta cuando a mitad del berrinche el niño se da cuenta que el adulto tiene un punto débil (sin importar cuan insignificante sea este) y se empecina en ello sin importar que eso no cambie en nada la situación que se enfrenta: el resultado electoral.
Otro que se tiró al piso, honestamente no se si se tiró o si siempre ha estado ahí, fue Francisco Martín Moreno (el mismo que anhela quemar a los morenistas en leña verde), quien en una videocolumna titulada ‘5 minutos con Martín Moreno’ (los cuales son prueba irrefutable de la relatividad del tiempo, ya que se extienden durante una eternidad) le pide a todos los que se han ido de México —sin importar las razones— que no vuelvan porque en México no hay nada para ellos. Traducción: el escuincle tirado en el piso gritando ¡Ya no te quiero! a los padres que se niegan a solapar sus caprichos. Sorprende (no, no sorprende en lo más mínimo) que el autonombrado investigador no contextualice una sola de sus afirmaciones, se limite a su rabieta y no argumente ninguno de sus enunciados.
Ya entrados en gastos, no podemos dejar pasar el berrinche que recurre a la falacia de autoridad para maquillar de verdad una opinión, por demás, carente de fundamentos. Por un lado, Kenia López Rabadán buscando que Luis Almagro y la OEA validen que los 25 puntos de ventaja que tiene Morena en Tamaulipas son efecto de una narco elección. En su argumentación —si es posible llamar argumentación a una retahíla de peroratas sin coherencia discursiva— la senadora PANista denuncia la infiltración del crimen organizado en las elecciones y lamenta (al mismo tiempo) el despliegue de elementos militares en la entidad, despliegue que —de ser cierto lo que afirma sobre el narcotráfico— se vuelve absolutamente necesario. Por último, en este tirarse al piso como propuesta política, el también senador Emilio Álvarez Icaza, en un prácticamente insostenible ejercicio de malabarismo discursivo, comparó a Julian Assange con Carlos Loret (¿o fue al revés?) al contrastar el ofrecimiento de asilo del Gobierno Mexicano al primero, con la ‘persecución política’ que vive el segundo. No queda claro si Álvarez Icaza quiso decir que WikiLeaks es un montaje o si se refería a que los montajes de Loret son una filtración de diarrea mental encaminados a proveer material para los berrinches de nuestros eminentes conservadores.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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