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Como suele escribir, a fuetazos, el filósofo Byung-Chul Han (Seúl, 1959), afirma en su libro No-cosas: Quiebras del mundo de hoy: “La cultura tiene su origen en la comunidad. Transmite valores simbólicos que fundan una comunidad. Cuanto más se convierte la cultura en mercancía, tanto más se aleja de su origen.” La mercantilización —convertir en mercantil algo que no lo es de suyo—ha tocado hoy prácticamente todo, no solamente a las cosas, también a las personas y cada vez más abarca a las experiencias.
Rodeado de una curiosa fauna de hípsters en situación de evidente escasez financiera, pseudo jipis, clasemedieros con preocupaciones impostadas, estridentes neo-ambientalistas exiguamente documentados, entrepreneurs paletos y comerciantes de ocasión, performanceros apolillados por el encierro, fervorosos promotores de bebidas artesanales y marchantes de antojitos y “comida sustentable”, artesanos en desventaja mercadológica en medio de un público chilango ávido de nuevas experiencias culinarias, artísticas y en general de consumo, pero sobre todo hambriento y sediento, me encontraba yo en la Roma, en la colonia Roma Sur de la CDMX, más precisamente en Jalapa, en el enorme predio que se ubica en Jalapa esquina con Coahuila. Pudo haber sucedido un sábado o un domingo, pero seguro fue a finales de marzo pasado.
Aquí andábamos en el descenso de la cuarta ola pandémica, con el hartazgo ya casi asimilado. Por aquellos días el bicho no era el tema central recurrente; tampoco la crisis climática, aunque hubiera sido el pretexto de aquella vendimia: #YoDeclaroLaEmergiaClimática. Por entonces el asunto novedoso tenía lugar muy lejos de aquí: el 24 de febrero había iniciado la invasión rusa a la región de Dombás, en Ucrania. Justo cuando estaba tratando de reponerme de un súbito asombro por lo ridículamente caro que puede costarle a uno una tlayuda si se compra en el sitio equivocado, entró la llamada procedente de Europa, específicamente de la ciudad capital de Alemania.
Como lo hacemos casi todos los días, intercambiamos nuestros respectivos partes cotidianos y pronto entramos en materia: la guerra en Ucrania. Llegamos rápido al asunto porque por aquellos días Maco compartía los jaleos del trabajo con María, una compañera estonia, pero con toda la familia radicada en Dombás. Por supuesto, estaba angustiada.
— Sí, las cosas no permiten estar tranquilos.
— Sí, sobre todo en el este…
— A nadie…, en toda Europa.
— Bueno, aquí en Berlín hay cierta preocupación, pero el conflicto se percibe lejano.
Lo investigaría después, pero aquella percepción no es muy correcta que digamos: Berlín se localiza a 1,350 kilómetros de Kiev, la distancia que hay de Puerto Escondido a Puerto Vallarta. Tampoco está muy lejos Moscú de Kiev, más o menos el trecho que hay entre Guadalajara y Monterrey. Eso en cuanto al espacio. En cuanto al tiempo, Maco me contó cómo se veía en marzo el futuro desde allá:
— Todo mundo supone que la guerra va a durar poco, cuestión de unas semanas.
— ¿Por qué?
— Cuestión de tamaños: nada más compara el tamaño de la economía rusa y, no de la economía de Ucrania, sino de quienes están atrás de todo, los gringos.
— ¿Medida en qué? —pregunté.
— ¡Cómo en qué! Pues en lo que se miden las economías, en PIB.
— Y el PIB… ¿medido en qué?
— … —de pensamiento rápido, Maco supo hacia dónde iba— Pues en lo que suele usarse como unidad de medida.
— ¿O sea?
— …
— Dilo: en dólares, en dólares estadounidenses.
— Pues sí, pero…
— ¿Y qué tal si midiéramos la economía en recursos como territorio, energéticos, agua, población en edad de trabajar…? Por no hablar de niveles de cohesión social y otras abstracciones un poquito más complicadas…
— Ahí sí quién sabe.
Según estimaciones del FMI, evaluando sus tamaños en términos de Producto Interno Bruto (nominal), con datos a abril de este año, la economía estadounidense representa el 27% de la riqueza mundial. En segundo sitio aparece China, cuya rebanada del pastel es ya el 21%. A partir de ahí las distancias son enormes: Japón aparece en tercera posición, con 5.2%, seguido de Alemania, con 4.5%. Rusia, en efecto, se encuentra varios peldaños abajo, con apenas el 1.9% de la economía global —México, con 1.4%, se halla mucho más cerca de Rusia que de Estados Unidos—. Sin embargo, a seis meses del inicio de la guerra, las perspectivas no son tan claras, sobre todo si involucramos el factor tiempo, en concreto, la llegada del invierno. La guerra continúa y los recursos para mantenerla siguen fluyendo: Estados Unidos acaba de liberar casi tres mil millones de dólares de ayuda militar extra a Kiev.
Los tamaños de las economías, medidos en PIB y en dólares estadounidenses, pueden resultar un tanto cuanto engañosos. Considere usted este dato: en la lista de las empresas más grandes del mundo, publicada por Fortune hace unos días, las dos más grandes son estadounidenses, Walmart y Amazon. Ahora, pregúntese usted, ¿qué producen estas empresas? La respuesta es evidente: nada.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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