El panorama se antojaba desalentador. La opositora oposición que no se opone a sí misma porque no se ha dado cuenta que está en contra de todo aquello contra lo que se opone, no parece tener un candidato que tenga lo que hace falta para ganar la gubernatura de la Ciudad de México, bastión del progresismo buena onda y el pensamiento de izquierda conservadora y defensora del sistema de privilegios.
Sin embargo, la candidatura de Omar Hamid García Harfuch se ha convertido en la esperanza de todas las esperanzas para que desde un gobierno de izquierda se empodere la derecha en la capital nacional, al constituirse como esa alternativa que puede aglutinar todas las alternativas y acabar con ellas. Harfuch tiene la virtud de representar lo peor de la derecha con un discurso que, aunque se esfuerza por ser de izquierda no consigue mantener oculto el franco conservadurismo que destila y garantiza que todo se mantenga como debe mantenerse, intocado. Y que incluso, pareciera prometer que remediara aquello que el gobierno anterior consiguió modificar.
Al grito de “sin seguridad difícilmente hay un desarrollo económico y hay un bienestar social en general”, Harfuch da una vuelta de tuerca tal, que desarticula el discurso sexenal de Andrés Manuel López Obrador que se resumió en la frase de “abrazos no balazos”. Al poner la seguridad como condición sine qua non del desarrollo económico y el bienestar social, el otrora Secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, manda al traste esa espantosa insistencia obradorista de hacer que el Estado asuma como su responsabilidad la transformación de las condiciones materiales de la ciudadanía, para que a partir del bienestar social se incentive el desarrollo económico y se sienten las condiciones para vivir de manera segura. Nada de eso, sostiene con sabiduría policiaca Harfuch, lo primero es garantizar la seguridad, no importa el salario de la gente, lo prioritario es que vivíamos seguros, no reparar en si la gente tiene trabajo o no, lo fundamental es la seguridad, no esas tonterías de comer tres veces al día o tener donde vivir dignamente. Lo verdaderamente importante es el respeto a la ley, no que la ley respete y proteja al pueblo.
Sin darse cuenta, lo que Harfuch resuelve al sostener —en el mejor estilo de Felipe Calderón— que la ley es un fin en sí mismo y no un medio, no es sólo el problema del discurso en torno a la seguridad, como podría pensarlo en su policiaco cerebro, Harfuch zanja, con su candidatura y su priorizar la seguridad, esa polarización, sobre la cual el obradorismo no ha hecho más que arrojar luz, que nace del miedo que las clases privilegiadas tienen de perder sus privilegios a manos de las clases bajas que tienden a empoderarse con el bienestar social, miedo a perder el privilegio de ser privilegiado en un país en el que reina la carencia y la desigualdad, miedo más imaginario que real, frente a ese otro que puede convertirse en una amenaza que nos despoje de todo, y miedo más real que imaginario frente a ese otro que amenaza con dejar de admirar el privilegiado estilo de vida de los privilegiados, porque ha visto mejorado su propio estilo de vida, miedo a perder —en pocas palabras— el statu quo que da una línea de crédito que se paga a meses sin intereses. Y de paso, García Harfuch propone enterrar el obradorismo hasta que la población —temerosa de la ley— se olvide de él.
Entrados en gastos
Por si todo ello fuera poco, por si fuera poco que desde el obradorismo se conjure el peligro que el obradorismo representa para los privilegios de quienes privilegiadamente viven con privilegios, el peligro de perderlos por un lado, y el peligro de vivir sin poder admirar a los privilegiados por el otro, Omar Hamid García Harfuch abandera la esperanza de tener un Nayib Bukele mexicano, un hombre con nervios de acero y una inseguridad tal que no dude en establecer un régimen de excepción y suspender las libertades y los derechos civiles para garantizar el complimiento de la ley que orilla a la violación de la ley. Harfuch tiene todo lo que este país necesita para seguir lso pasos de El Salvador y eliminar los derechos humanos y tratar a los criminales —y a todo aquel que viole o piense en violar la ley— como, con esa lerda sabiduría, sugería Arturo Montiel, padrino de Peña Nieto: como ratas. Ratas a las que se envenena, se aniquila y se tira a la basura.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
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