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Sin oposición

junio 30, 2025
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Me dijo un alumno de 67 años: «Si debe dinero (Salinas Pliego), que le cobren, pero que digan a dónde se va todo ese dinero. Luego todo eso lo ocultan y cuando nos damos cuenta ya desapareció». Yo le pregunté: «¿Ya cobró su pensión del bienestar?» Él respondió: «No. Me toca el jueves.» Sobrevino el silencio.

El nuevo modus operandi de los medios tradicionales, a los que cada vez menos se les puede calificar menos hegemónicos, consiste básicamente en pintarles a las personas menos informadas, y no precisamente pertenecientes a estratos altos de la sociedad, escenarios apocalípticos como “el fin de la república”. Logran enardecer a las personas y nublarles la vista, de tal manera que no puedan percibir que los tianguis y las plazas comerciales rebosan de compradores o simplemente de familias que viven a gusto y van a pasar un buen rato, no solo a esos lugares, sino a cines, parques y museos.

Denunciar y poner en alerta a la sociedad ante los atropellos de los gobernantes, como modificar las leyes en favor de los empresarios y en perjuicio de los trabajadores, las matanzas de civiles, la conversión de las deudas de privados a deuda pública, las conspiraciones para eliminar a actores políticos incómodos. Esa debió ser la función de los medios durante las décadas pasadas, pero no fue así. Quien pensara que los medios informaban haciendo una especie de labor social desinteresada, está totalmente equivocado. Actualmente pretenden despertar la indignación y hasta incluso enardecer a la ciudadanía para supuestamente llamarlos a la acción contra un supuesto gobierno tiránico, al cual, por cierto, el grueso de la población puso en el poder a través del voto masivo.

Detrás de todo ello no solo está el sector empresarial de la oposición, sino también el sector político, que, fiel a su estilo anquilosado, promete maravillas a las cúpulas empresariales, pero en las urnas se descalabran cada vez peor. El problema es que les sacan millones y no cumplen las promesas de volver al poder para legislar y gobernar en su favor. Esa clase empresarial se va dando cuenta cada vez más de que han sido timados. Muchos de ellos han preferido ceñirse a las nuevas reglas, pagar los impuestos que antes se les condonaba y contribuir al funcionamiento del país.

La reciente y penosa gira de medios que ha hecho Alito Moreno con el fin de revitalizar su imagen e interpelar a los pocos priistas que quedan, ha sido todo un show en el que no solo lo han cuestionado, sino también hasta regañado aquellos que en otro momento le hubieran quemado incienso considerándolo la esperanza de su facción. Sin embargo, el impresentable Carlos Alazraki, publicista del último PRI hegemónico que le entregó el poder al PAN en un convincente ejercicio de gatopardismo dosmilero, reflejó en su entrevista todo el espíritu de la clase empresarial que a él mismo lo ha dejado olvidado y ya no quiere invertir en él. Trató a Alito como cualquier jefe lo haría con un subalterno o socio que no le ha entregado los resultados prometidos y acordes a la inversión que se ha hecho. Igualmente, Adela Micha, quien lo trataba de “brother” en mensajes filtrados, también se resistió a tomarlo en serio.

La oposición más radical, que no tiene reparos en mostrar su racismo, su homofobia, aporofobia y demás tendencias misantrópicas, está a tope, en permanente y rabiosa campaña. Solo tiene unos pequeños problemas: no hay constancia de que sean personas reales, su cifra no pasa de 5 mil, si concedemos un poco, y sus opiniones, que en algunos casos son de francos snobs ilustrados, no tienen correlato electoral ni representación fuera de la red social X o de TikTok. Sin embargo, en las elecciones suelen acusar fraude porque sobredimensionan su alcance. Y después de eso no les queda más que meterse con el color de piel, forma de hablar, nivel de estudios o bagaje cultural de todos aquellos que no concuerdan con ellos ni tendrán jamás sus mismos alcances económicos o cotas de preparación académica.

Son el desprecio, el odio, el ardor, el clasismo, el racismo y la añoranza de los privilegios perdidos lo que mueve a la oposición en sus distintos sectores. Aunque hay otro, el de la oposición confesional, cuyo argumento es metafísico. Aún se mantienen personajes como Jaime Duarte, Mario Gallardo Mendiolea, Juan Bosco Abascal o América Rangel. Estos personajes están en permanente lucha contra lo que llaman “el comunismo”, que supuestamente amenaza no solo a los valores católicos, sino también a la prevalencia de la iglesia como institución, muy a pesar de que la libertad de culto no ha sido trastocada en lo más mínimo, casi podría decirse que desde la guerra cristera.

Desde 2020 ya escribía yo que, en términos de Gramsci, eso de “amor por México” era un significante vacío. Ahora se confirma más que nunca. Hemos sido quienes integramos el movimiento actual los que realmente hemos mostrado amor por México, así, sin comillas. No lo mencionamos porque a estas alturas sonaría ridículo, pues se ha convertido en un clamor que casi exclusivamente pertenece a la derecha. Y aunque no pasamos por alto las pifias vergonzosas de los dirigentes de Morena, seguimos haciendo cada quien su mejor esfuerzo en la medida de sus posibilidades y desde su trinchera. Una realidad incontestable es que somos una sociedad en su mayoría politizada e interesada en el acontecer político. En tiempos de definiciones, nos afianzamos en la izquierda y algunos otros descubrieron que su pensamiento los hacía más de derecha y ahí se integraron.

Otro reclamo de esa oposición de siempre fue precisamente que AMLO llegó a dividirnos a los mexicanos. Presuponen que antes de su irrupción todos éramos hermanitos y nos llevábamos de lo mejor entre nosotros. La realidad es que se visibilizaron los flagelos sociales, se derrumbó el cerco mediático, y el pueblo, antes alienado y manipulado por la industria cultural neoliberal, se emancipó y comenzó a consumir información política con toda naturalidad. Lo que hizo AMLO fue encender la llama de la politización.

En tiempos de Claudia Sheinbaum, sus odiadores en redes sociales le dicen las cosas más bajas y mezquinas. Esto contrasta con las manifestaciones de admiración que su imagen y su trabajo motivan a nivel no solo nacional, sino también internacional. Algunos pensamos que, al no cargar con el sambenito del estigma racial y desprestigio mediático, a diferencia de AMLO, Claudia Sheinbaum es apoyada hasta por quienes votaron por Xóchitl Gálvez en 2024. No por nada tiene absurdos niveles de aprobación de entre el 80 y 85%, cotas que ni siquiera los presidentes priistas obtuvieron en el contexto del México más desinformado y reprimido.

La oposición, que debería ser necesaria para la crítica y para representar al sector de ciudadanos que legítimamente están en su derecho de disentir con el régimen, ha ido fraguando su propia desaparición, principalmente a base de mentir. Cuando la gente va descubriendo que son incongruentes y faltos de seriedad, prefiere hacer cualquier cosa excepto otorgarles el voto, y así es como su presencia se ha reducido en todo el país, a nivel estatal y municipal. Ni modo que clamen tener seriedad y compromiso, cuando la dirigencia del PAN se la dieron a Jorge Romero, señalado como líder del cártel inmobiliario; mientras que en el PRI permanece Alito Moreno, corrupto, cínico y falto de credibilidad. Los celebrados ciudadanos “apartidistas”, como suelen autonombrarse cuando muestran su desdén por la 4T, están a poco de realmente darles la espalda a aquellos que dicen representarlos y no pueden ni con sus propios partidos, que están en franca vía de extinción.

Sin embargo, este escenario en el que el movimiento obradorista, junto con los propios errores de la oposición ha propiciado la misma esté por desaparecer, no es benéfico, porque, como ya lo hemos analizado, permite que se hagan movimientos raros o incluso indignantes como el acercamiento de Sandra Cuevas, los fichajes de Ale del Moral, Ana Villagrán, Rommel Pacheco, Adrián Ruvalcaba y demás impresentables. En ausencia de una oposición real, no queda más que endurecernos como ciudadanos y depurar el movimiento. Tenemos margen de acción y tiempo, dado que nada nos amenaza.

Ojalá algún día se geste una oposición ecuánime, intelectual y que rechace la mentira, “por el bien de México”, dirían ellos.

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Tags: columnaMiguel MartínopiniónOposición
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