Sentido común académico

Opinión de Diana Espejel

Las últimas dos semanas han sido intensas en términos de haberme topado con narrativas que tienden a justificar la intolerancia. Por una parte, tenía que aceptar que no toda la música es arte o puede considerarse expresión cultural, ya que el término significa una actividad de altura, no rebajada al vulgo popularizado por la mercadotecnia. Por el otro, el arte debería enseñarse en la escuela primaria de forma “combativa”, no sólo cuestiones estéticas y si no estás de acuerdo conmigo eres una ignorante, ve a leer. 

Uno de los extremos busca justificar la descalificación de una expresión cultural desde la teoría musical, todo lo que no es acreditado por ésta no puede considerarse arte. En el otro está el sentido normativo de la enseñanza desde el marxismo, a modo de una nueva imposición cultural convirtiéndola en “hegemónica”, negando lo demás. Podríamos cuestionar la necesidad colonizadora que nos lleva a aceptar criterios que siguen siendo unívocos para enseñarnos cómo se tiene que hacer arte, educar o reproducir una contracultura. Es ahí donde nuestro sentido común académico nos juega una mala pasada. 

El problema en ambos extremos es la descalificación del otro. Paulo Freire plantea la necesidad de liberar ambas partes del binomio de la opresión. Al oprimido y al opresor, cuando no se colocan en el centro el cuestionamiento sobre la relación de fuerzas, están destinados a perpetuar la dominación. También hay que cuestionar a Freire, pues desarrolla su teoría para la educación de adultos, no en salas de infantes o escuelas primarias. Trabaja en favelas donde las condiciones les impiden mirar hacia otras perspectivas y es necesario configurar una manera en la que puedan salir de su “destino”, diría Santiago Ramírez.  

Cuando uno tiene la responsabilidad de planear una actividad normativa como la escuela o los planes y programas, considero que hay que colocarse en la epojé, esto es, una actividad metodológica que permita la suspensión del juicio y considerar todos los elementos prioritarios. Aquellos que trabajan con estudiantes de preescolar o primaria, saben que los niños no son tabulas razas que los profesores llenan con lo que les proporcionan. Es fantástico ver que son cuestionadores porque están inmersos en una cultura y son lo suficientemente observadores como para identificar las contradicciones de su sociedad. Aquel que piense que puede manipular a un niño se limita, no considera la perversidad que éste encierra. Estoy hablando de su fascinación por el poder. 

Hay que considerar también la reproducción cultural. Se requiere de una visión amplia que separe las relaciones de fuerzas y que permita proveer a las nuevas generaciones de los más altos conocimientos y esto no significa una cultura hegemónica, sino una construcción social que permita tener una visión crítica de la educación, tomando en cuenta las contradicciones de nuestras sociedades. Hablar en plural es ya un cuestionamiento a la producción de una cultura dominante. Porque como dice Jurjo Torres, “con la teoría de la reproducción cultural seguimos ante un modelo de socialización cuyo énfasis mayor, se pone en descubrir los mecanismos mediante los cuales se lleva a término la reproducción. Sólo que ahora la clave gira alrededor de la cultura que se define como legítima y del tipo de habitus que se pretende que las distintas alumnas y alumnos deben construir en su permanencia en las instituciones de enseñanza” (El curriculum oculto, 1998). Es más revolucionario tu ‘mal gusto musical’ que tus buenas calificaciones en la escuela.  

Cultura proviene de cultum que etimológicamente significa cultivo, todas las actividades que pueden ser cultivadas. Los ingenieros agrónomos estudian “actividades culturales” y no indican danza folclórica en el campus, sino lo que implica el proceso que va desde preparar la tierra y hasta la cosecha. Antes de juzgar las responsabilidades de las escuelas, los profesores o la secretaría, tendríamos cuestionarnos la responsabilidad social que tenemos hacia nuestras generaciones jóvenes. ¿Cómo tratamos a nuestros niños y niñas, a los jóvenes, a los viejos? Porque nosotros enseñamos con el ejemplo, si no respetamos su individualidad, el habitus los llevará a la intolerancia, la descalificación y el pensar que el diferente a mí es ignorante. Diría Freire, el oprimido se convirtió en opresor, porque es la única forma de organización que conoce.  

Es momento de definiciones y hay que definir la tolerancia, no como “soporto que estés, pero no hay espacio para todos”. Parece que vivimos en una sociedad del desprecio y que esto lo tiene que resolver la escuela. Lamento informar que este es un sentido común académico, ni la escuela nos va a salvar, porque a pesar de ser reproductora de la sociedad, las personas son entes activos y por ello las sociedades han cambiado y seguirán cambiando nos guste o no. Nuestro cultivo personal impactará en la cultura y algo de eso nos impactará en el futuro corto o largo que tengamos en esta sociedad. 

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

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