Andrés Manuel se va. Llega a buen puerto el primer gobierno federal de la 4T.
Aún no es tiempo de hacer historia, para ello hace falta justo eso: tiempo. Pero es pertinente hacer algunos cortes de caja. No pretendo ser ordenado ni exhaustivo, pero no quiero dejar pasar la oportunidad de documentar en caliente.
Un saldo a favor del sexenio de AMLO es que les tumbamos la máscara a un montón de reputados “intelectuales”. Resulta que ni eran tan inteligentes, ni eran democráticos y mucho menos independientes. Y sí, estoy pensando en las dos mafias culturales más poderosas del país, ambas con letras no libres de nexos con el prianismo.
Otro: casi todos los editorialistas y columnistas más leídos y mejor pagados, al igual que los comentócratas y lectores de noticias, quedaron al descubierto: no es cierto que estuvieran muy bien informados, tampoco que sean muy perspicaces… Durante los últimos seis años se ha evidenciado que no tienen ni idea de por dónde corre la liebre. Si antes de diciembre de 2018 a veces le atinaban, era porque publicaban lo que les “trascendían” desde alguna oficina de gobierno.
Llegamos al fin del gobierno y desde hace mucho quedó claro, dolorosamente para quienes vivían de ello, que ni el presidente ni nadie en el gobierno quieren empapelar la realidad publicando boletines a cambio de ráfagas de chayotes.
En general, el balance en materia de comunicación social es muy positivo: se logró que la gran mayoría de la opinión pública se liberara de la tiranía mediática. Los resultados de las elecciones de junio lo acreditan. Poca gente ya se traga las mentiras, los bulos y las exageraciones de los medios tradicionales.
Y no es que hayamos cambiado de factótum mediático. El presidente se ha encargado de impulsar la desmitificación de la política y del discurso gubernamental. AMLO le ha devuelto a la política su carácter público. La construcción social de la realidad es cada vez más, efectivamente, social. Y digo más: un saldo benéfico del gobierno de AMLO, el presidente más poderoso del México contemporáneo es, paradójicamente, la desacralización de la figura del presidente de la República.
Hasta hace apenas seis años, cuando en México se mentaba al primer mandatario uno se refería al gran mandamás, no a quien, en virtud de un proceso democrático, se debe encargar de representarnos y gestionar en beneficio público los recursos de todos. Eso ha cambiado drásticamente.
En consecuencia, el primer gobierno de la 4T marcó el principio del fin de una añeja cultura de sometimiento. Antes de AMLO, el país podía estar cayéndose a pedazos, situación por la que a menudo pasábamos, y el presidente se mantenía incólume: humildad y presidente eran palabras contrapuestas; un servidor público era un tipo pasado de vivo que se servía del público, el gobierno era un mal necesario, la ciudadanía estaba acostumbrada a ser maltratada, la política era un oficio de leguleyos y malandros, y cualquier tarea de gobernanza era monopolio de unos cuantos. Hemos desmitificado a los expertos y especialistas, a los abogados que un día endiosan la ley y al día siguiente la quieren interpretar a modo, a los tecnócratas que juraban que no aumentaban los salarios para no afectar a la macroeconomía, a los empresarios, a los comunicadores, a los jueces… El día a día de un gobierno honesto y consecuente ha descarado que la oligarquía tenía secuestrada la administración pública y ha demostrado, además, hasta qué punto era tremendamente ineficiente.
Nadie puede acusar al gobierno de represión o censura sin, al mismo tiempo, evidenciar que está mintiendo. Quienes lo hacen sólo exhiben ridiculez. Los abajofirmantes se fueron hasta abajo en cuanto a su capacidad de incidir en el ágora. El esfuerzo sostenido del presidente y su equipo también ha dejado al descubierto a los esbirros y a la gavilla de secuaces del prianismo que se hacían pasar como contrapesos al poder. Me refiero a los mismos personajes y organizaciones que han sido adversarios políticos de la transformación, primero en forma más o menos velada, luego ladina y hoy ya totalmente descarada. Caso ejemplar, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, que pretende pasar como una entidad apartidista, no gubernamental, de la sociedad civil, en fin, ciudadana, cuando en realidad fue sólo un mecanismo para que algunas empresas evadan impuestos y una eficaz proveedora de tímidas válvulas de escape para los gobiernos del PRIAN, pero al final comparsa del poder, mientras que desde 2018 no han sido otra cosa que guarida de adversarios políticos del obradorismo. Porque, por muy de rosita que se vistan, su postura partidista ha sido tan obvia que su dueño, el señor X. González, fue el mismo que se encargó de dirigir a la fracasada coalición PRI-PAN-PRD. Lo mismo podemos decir de varios medios y opinócratas —mentiría si digo que no pensé en Aristegui—, y demás personajes como comediantes y cantantes dizque ecologistas, dizque feministas, científicos, actores y actrices que estaban muy de acuerdo con la idea de que por el bien de todos primero los pobres… siempre y cuando no tocaran sus intereses y privilegios.
Otro saldo. Seis años fueron suficientes para que se enterrara la ideología perversa del echaleganismo, así como el cuento menso, en realidad una coartada, de que el problema de la pobreza se resuelve enseñando a pescar y no regalando pescados. Quedó más que probado que, además de una enorme irresponsabilidad, fue un balazo en el pie no invertir en nuestra juventud. López Obrador no sólo paró de golpe el demérito sistemático a los jóvenes, dinamitó la autodenigración del mexicano que, desde el poder público se ejercía cotidianamente. Veníamos de padecer a un presidente que insultó a todos y todas nosotros, diciendo que, en México, en materia de corrupción, nadie estaba libre de culpa y que, por tanto, nadie podía lanzar la primera piedra. Y pasamos a un país en el que el primer mandatario, de lunes a viernes, muy temprano en la mañana, nos ha puesto frente al espejo para que constatemos que aquello era una enorme falsedad, una difamación, una estratagema para repartir culpas. A estas alturas ya no hay cómo se sostenga el infundio de que somos flojos y tranzas.
Y pensando en la gente, en los 130 millones que somos, el gobierno de López Obrador ha significado un cambio radical de mentalidad: antes, desde el gobierno, la población se entendía como un problema. El sentido común hegemónico dictaba que somos demasiados, que si hay más población habrá menos recursos y más pobreza, que “ya no cabemos”, en fin… Andrés Manuel ha dado un golpe de timón, en los hechos y discursivamente: la población dejó de entenderse como un problema para asumirse como lo que siempre ha sido, nuestro principal recurso. Nuestra riqueza somos nosotros.
En menos de un sexenio se logró construir dos aeropuertos internacionales, uno de ellos enorme, un tren, una refinería, infraestructura hidráulica… No voy a enumerar todo lo que se hizo, sólo subrayo el saldo que queda incrustado en nuestra propia identidad: nos acercamos al cierre de 2024 y a la gran mayoría de la ciudadanía de este país le consta ahora que podemos realizar grandes proyectos, hacerlos bien y terminar a tiempo. El saldo en este renglón no se queda en el hacer, también alcanza el planear, el coordinar y el ejecutar… Con programas como La Escuela es Nuestra y La Clínica es Nuestra, las comunidades se hacen cargo de administrar y aplicar los recursos públicos de manera directa. La red de caminos artesanales es también prueba concreta de que podemos hacernos cargo.
Después del fraude de 2006 muchas personas en nuestro país pensaban que votar de nada servía. En 2018 pasamos del voto inútil al voto útil, y en 2024, teniendo en la mira la continuidad de la 4T y el Plan C, pasamos al voto militante. Avanzamos de la democracia simulada y fallida, a la democracia representativa efectiva, y ahora a la democracia participativa.
Dejo muchísimo fuera, pero sería absurdo terminar sin aludir el saldo más importante de todos. Nadie con dos dedos de frente puede negar que Andrés Manuel López Obrador se irá en unos días a su finca de Palenque después de haber iniciado la revolución de las conciencias. Más allá de los cambios concretos, que son muchos y muy importantes, la cantidad de semillas que han quedado sembradas es impresionante. AMLO prometió esperanza, y cumplió.
- @gcastroibarra
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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