El escritor Mark Twain solía decir que la historia nunca se repite pero que a veces rima, tanta razón de un hombre que estaba acostumbrado al mismo escenario, ver políticos ascender y caer del boato del poder. La sucesión presidencial ya desde hace unos meses se convirtió en el tema diario de conversación, todos los presidenciables y los que se sienten presidenciables (que porque suenen iguales no significa que sean lo mismo) ya emprendieron su lucha para conquistar primero el pueblo que les permita luego conquistar la silla presidencial.
Esta vez no realizaré un análisis de todos los candidatos, sino de solo dos: Marcelo y Adán Augusto. Pocos apostarían a inicios del sexenio que el gobernador de Tabasco tan siquiera fuera planteado, olvidémonos de ser una opción de sucesión presidencial sino tan siquiera de la dirigencia nacional de Morena, su presencia en el plano nacional se explica de la misma forma que la de Marcelo, gracias a López Obrador.
Marcelo Ebrard siempre me ha resultado un misterio ideológico, no por su origen sino por su destino, no por su formación sino por sus acciones, no por sus amigos sino por sus relaciones. Ebrard se da a conocer por palabras de izquierda y con manos de derecha dicen algunos, y es que, no es gratuito que lo voluble que pueda parecer el canciller ocasione estas confusiones para el electorado, la respuesta está justamente en su pasado, está en Manuel Camacho Solís, está en la cúspide del Salinismo.
Un alumno destacado, mente juvenil brillante, no rebelde que se opone a órdenes, sino que absorbe todo lo que veía a su alrededor; su padre, padre político por supuesto, Camacho Solís, veía en él no solo otro asesor, sino promesas destinadas a cumplirse. Manuel Camacho Solís veía en Ebrard su reflejo, dos gotas de agua, veía en él su juventud, una versión que podría triunfar donde él fracasó.
El mas grande sueño de Camacho Solís era ser presidente de México, estudió como nadie para serlo, se preparó, se relacionó, se metió a las entrañas del Estado para lograrlo, su unión con Carlos Salinas lo acercó como nunca a la silla, su lealtad pronto le iba a rendir frutos, y en cuanto ya se veía con la banda tricolor en el pecho, llegó a arrebatarle todo un desconocido Luis Donaldo Colosio Murrieta para hacerse de la candidatura y ser el próximo presidente de México; Camacho amargado, convocó a ruedas de prensa para institucionalizar sus berrinches, derrotado, tan pronto como llegó su oportunidad se le fue de las manos como agua entre los dedos. Camacho murió con un sueño frustrado que ni la muerte de Colosio le puedo reanimar, su sueño se apagó cuando llegó ese desconocido a quitarle todo, ¿La razón? Le caía mejor al presidente en turno.
Hoy, un hombre alto, un poco gordito, sueña con ser presidente de México, estudió como nadie para serlo, se preparó, se relacionó, se metió a las entrañas del Estado para lograrlo, su unión con AMLO lo acercó como nunca a la silla, su lealtad pronto le podría rendir frutos, y en cuanto ya se veía con la banda tricolor en el pecho llegó al escenario un desconocido llamado Adán Augusto López Hernández. Oh, señor, Marcelo conoce este episodio de la serie porque le tocó vivirlo junto al protagonista y lo que lo trae nervioso es que ya sabe como es el final, si hay alguien que sabe leer estos momentos es la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum, es por eso por lo que veremos más de cerca a Claudia de Adán que Marcelo. A diferencia de su padre político, Ebrard tiene una ventaja y eso es dos años de distancia, dos años que nunca tuvo Camacho, dos años que le permitirán maniobrar, dos años que se acabarán muy rápido, como agua entre los dedos.
¿Saben?, me preguntaba por qué Marcelo en los mítines usaba camisa negra, y creo saber la respuesta, y que sabe muy bien que ese color de poder también se puede convertir de presagio, porque bien sabe que la historia no se repite, pero sí que rima.
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