Lo cultural, a diferencia de lo natural, se construye en la relación entre individuos y grupos a lo largo del tiempo. Normalmente, asociamos la cultura con las producciones artísticas, tradiciones, lengua, es decir, con formas objetivadas, reconocibles. Sin embargo, aunque normalmente no se hacen manifiestas y viven en lo implícito, las ideas, los significados y las valoraciones morales y estéticas expresados en dichas formas objetivadas también forman parte de la cultura y, por lo tanto, también son construidas socialmente. Desde esta perspectiva, las ideas y los prejuicios de tipo racista, clasista, sexista, edadista, capacitista, etc., no son cuestiones directamente vinculadas a la naturaleza humana, sino que se trata de construcciones sociales. En el futuro, y en el marco de esta columna que con mucho entusiasmo inicio, al proceso por medio del cual se busca corregir o deshacer este tipo de ideas y prejuicios le llamaré deconstrucción. De manera resumida, este proceso consiste en: el reconocimiento de las construcciones sociales en tanto tales; el entendimiento de su lógica y sus efectos; y en la intención de deshacer las estructuras que las mantienen.
El principal dirigente de la Cuarta Transformación, Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México, ha señalado, no en pocas ocasiones, que lo más importante del movimiento que él encabeza es la “revolución de las ideas”. Con esto, el presidente hace manifiesta su comprensión, no sólo de las problemáticas sociales más importantes del país, sino de los entramados culturales que han permitido su origen y persistencia. En otras palabras, deja en claro que entiende no sólo la forma, sino el fondo. La “revolución de las ideas” es un proyecto de deconstrucción. Es decir, es una intención de develar y deshacer aquellas ideas y prejuicios clasistas, racistas, sexistas, etc. que han sostenido la discriminación, la exclusión, la desigualdad, la pobreza, la marginación y la violencia en nuestro país.
Nunca, por lo menos hasta donde yo tengo conocimiento, algún presidente de México se había preocupado tanto por evidenciar, denunciar, develar, el clasismo y el racismo que existen en nuestro país, como lo hace López Obrador. Aunque a ciertos sectores de nuestra población esto pueda parecer poca cosa, lo cierto es que muchos apoyamos la visibilización y la redignificación a las mujeres, a los pueblos originarios, a las comunidades de afrodescendientes, a los jóvenes, a los pobres, a las personas con discapacidad, a los estudiantes pobres, a los maestros y a muchos otros grupos sociales que desde la época colonial y hasta le época neoliberal habían sido discriminados, excluidos y estigmatizados por su condición de género, clase, “raza”, etnia, edad o capacidad física. Esta tarea es de fondo y el presidente lo entiende. Con ningún apoyo o programa social se puede afirmar que se intenta resolver un problema social de forma estructural, si no va emparejado de un proyecto de deconstrucción de las ideas que lo han originado.
La “revolución de las consciencias” o, como yo lo llamo, el proyecto de deconstrucción, como todo el proyecto de la cuarta transformación, nos corresponde a todos. El presidente, desde la posición que él ocupa, nos orienta y conmina a identificar y denunciar toda forma de discriminación y exclusión. Pero, querida lectora, querido lector, estas ideas no sólo están en el lado opositor, sino que, al haber mamado de la misma cultura, todas y todos podemos ser reproductores de esas ideas. No hay que dejar de poner atención a nuestro propio actuar y al de los que nos son afines. Sin embargo, si me permite la presunción, considero que existe una gran diferencia, con respecto al proyecto de deconstrucción, entre quienes apoyamos la cuarta transformación y quienes se oponen. Quizá, desde las condiciones injustas en las que nos ha tocado vivir, quienes apoyamos la cuarta transformación hemos hecho más conscientes las relaciones de desigualdad que imperan en nuestro país que aquellos quienes han sido beneficiados, privilegiados, en una u otra medida, por dichas condiciones.
La misma línea de reflexión de esta primera entrega es la que pretendo seguir para esta columna -por cierto, mi primera columna en la vida- con la intención y firme convicción de abonar, de la manera que me es más factible, al proceso transformación que estamos viviendo y con el cual me siento plenamente identificado. Agradezco enormemente la oportunidad que Los Reporteros me han brindado para compartir mi pensar con ustedes.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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