Julio fue un mes intenso para espacios sociales donde podemos identificar aspectos culturales que me hacen reflexionar sobre lo que denomino resiliencia mexicana, un proceso complejo de arraigo y carácter. La Guelaguetza, que año con año atrae a turistas nacionales y extranjeros y que en este inició con la llamada Calenda antes de la presentación en el Cerro del Fortín. Hay que destacar el aumento de los costos que ha tenido el evento, que han desplazado a los oaxaqueños a tal punto que hay un evento alterno organizado por la sección 22 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Por otro lado, es destacable que ya no se habla de que la Guelaguetza concentre “pueblos originarios”, ahora el énfasis está en las 16 culturas originarias y el pueblo afromexicano.
Hace un par de entregas, en esta misma columna, destaqué lo maravilloso que es tener vivas, aún en el siglo XXI, culturas que sobrevivieron la época de la colonia y se mantendrán por mucho tiempo. En la Guelaguetza se presentaron por primera vez pueblos de cultura náhuatl, poco representativos de Oaxaca donde siempre se ha destacado los zapotecos o mixtecos. Además, se nombra al pueblo afromexicano de la costa oaxaqueña, que incluso la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos les tiene en sus letras ya que no es el único estado donde tienen presencia. Si esto no es un temple resiliente al que le tenemos mucho que aprender, les invito a reconsiderar la idea.
A partir del 26 de julio, los juegos olímpicos tienen acaparado el entretenimiento a nivel mundial. Tengo sentimientos encontrados al respecto. Los olímpicos forman parte de la hermandad entre naciones, este año Paris es el protagonista de gran historia libertaria y han hecho énfasis no sólo en ese derecho humano, han incorporado la fraternidad, igualdad y sororidad. Hermoso lema que, ceñida por la guerra en Ucrania, extendida por mucho tiempo y peor aún, del genocidio que azota a Palestina, pero permitiendo que Israel participe ¿por qué no dejan que la representación de Rusia entre? Porque ellos son los bélicos, no importa que Israel bombardee hospitales, escuelas y zonas de refugiados. Palabras simbólicas se vacían de sentido.
Pero uno remonta esa parte y apoya a los deportistas mexicanos quienes trabajan durante años para estar ahí, en una disputa mundial para representar a un país que acompaña a lo lejos, pero también de cerca. Porque mexicanos hay en todo el mundo y viajan con ellos, pero hacen alarde de la cultura que inunda nuestro ser, creo que no hay otra afición que llegue a otro país y tome las calles como pista de baile. Haciendo eco a Ana Paula Vázquez desbordando su emoción al ganar la medalla de bronce en tiro con arco. Me imagino a las personas sorprendidas de su reacción al solicitar con sus brazos los aplausos de los espectadores, así es el mexicano fiestero.
Y es preciso hablar de Miguel de Lara, nadador mexicano descalificado en la prueba de 100 metros pecho. Al ver la razón por la cual los jueces lo dejaron fuera de la competencia me pareció lamentable que hubiera tenido ese error justo en la última patada, una vez que había terminado en segundo lugar. Destaco que fue la última patada, no he visto que haya sido en otro momento más que ahí. Pero en la final de ese mismo estilo observé que uno de los medallistas también realizó la misma acción que Miguel de Lara. El medallista formaba parte de la Unión Europea, favoritos para ganar. Latinoamérica no forma parte de ese grupo selecto y quizá eso explica por qué la eslovena, contendiente de Prisca Awiti, le parece fácil darle una patada, acción prohibida en el judo, en medio de la disputa por la medalla de oro.
Lo lamentable es la reacción de la gente que critica y menosprecia el desempeño de los atletas participantes en los juegos olímpicos. Que no son de México porque no nacieron aquí, que sólo van a pasear sin reconocer la carrera profesional que tienen y que llegan ahí por haber ganado ese espacio. La gimnasta Alexa Moreno, es una bella muestra de que una habilidad básica que desarrolla un alma mexicana es aprender a ser resiliente, porque el caer no representa hundirte, sino reírte del error y continuar. Que su sonrisa mágica no se le acabe nunca.
Considero que un aspecto básico de la resiliencia mexicana es la actitud ante la vida, no perecer, siempre sentirse parte de ese espacio que haces tuyo, de esa gente que te rodea y te hace fuerte; hacer frente a aquellos que no miran lo que hay detrás de un escenario. Cada día los mexicanos salimos a librar una contienda en contra de un mundo que no siempre es caritativo, pero perpetuamente tendremos que sacar lo mejor de nosotros para sobrellevar incluso al clima.
La resiliencia mexicana va más allá de una familia, un trabajo o un pueblo, se construye paulatinamente a través de una cultura del esfuerzo, el trabajo duro y, aunque no lo queramos creer, el apoyo mutuo. Porque necesitamos volver a llenar de sentido esos símbolos que nos representan, ya sea la Guelaguetza, la fraternidad, la hermandad o cualquier valor de nuestros pueblos que se niegan a morir.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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