A pocos metros de una de las tantas carreteras federales del estado de Oaxaca, encontramos una comunidad en la que el calor ha secado las hojas del parque y ha hecho suspirar a mi acompañante, quien a pesar de estar acostumbrado a este clima, no deja de padecerlo.
San Pedro Tututepec se llama este paraíso en la costa oaxaqueña.
La pobreza es diferente aquí: De los árboles del patio cuelgan ciruelas, listas para cortar y comerlas en la noche por aquello de que “caen pesadas recién cortadas”, según la creencia popular, a la cual hicimos caso y no quisimos retar.
En los suelos hay mangos tirados de una cáscara dura que saben a gloria y, estirando la mano, hemos cortado una almendra amarilla carnosa que hemos comido a mordidas.
En la casa hay niños jugando a todo, menos “Free fire” y “Fornite”, en primera, porque la prioridad a leguas se ve que no es tener el celular más caro para que agarren tales juego; en segunda, porque la señal de teléfono e internet, que para nosotros pudiera ser más que indispensable, tiene muchas fallas y ofrece un pésimo servicio; y la última, no menos importante, porque aquí los niños viven una infancia diferente.
Hace ya varios años la escuela Emiliano Zapata, escuela que todos sabían era de inclinación de izquierda y en donde estudiaban “los indios”, según lo que se escuchaba en el municipio, vio crecer a un hombre que con sus manos ha creado mundos, eligiendo los colores de la naturaleza para representar lo que su pueblo y cosmovisión indígena representan a través de lienzos de tela que une a su cuerpo con un telar de cintura que teje no solo con hilos, sino también con el alma, dando así soltura a su historia mixteca.
Amar las raíces puede parecer algo muy romántico, pero para nuestro amigo no fue nada fácil. A él le tocaron los años de lucha de la “identidad indígena” en donde era necesario hablar español para no ser señalado, pero que en casa, si se atrevía a mencionar una palabra en español, era severamente castigado, siendo así un recordatorio de su origen.
Por el contrario, en la escuela la maestra reprendía al niño con el conocido reglazo, correctivo que provenía por escuchar decir una palabra en mixteco en su clase.
Un niño que no comprendía el idioma que tenía que hablar, sabiendo sólo que ambos significaban reprimenda por parte de sus mayores, sin tener la menor idea de que compartía y convivía con dos mundos distintos.
Así fue para Adán, nuestro amigo, intérprete y compañero de batallas, quien a su corta edad tuvo que entender que la vida nunca ha sido fácil, y menos cuando se trata de un joven con ansias de crecimiento y con amor a su pueblo.
Hoy, su lengua padece paulatinamente la extinción, estragos de muchas personas que, como su maestra, “buscaban lo mejor para el alumnado”, pero por otro lado, como sus padres, orillaron a muchos a detestar sus orígenes debido lo ortodoxo de los métodos por preservarlos.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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