Las madres y abuelas de antaño tenían diversos secretos y remedios para los problemas estomacales, como el conocido “empacho”: desde cataplasmas directo al vientre del paciente, tés variados para aliviar el dolor o incluso las temibles “purgas”, consistentes en consumir un alimento específico o en el peor de los casos, un compuesto generalmente repulsivo, como el aceite de ricino, para provocar la evacuación inmediata de aquello que estuviera ocasionando el malestar estomacal mediante un efecto laxante.
Seguramente parecerá algo radical y hasta un poco descabellado para muchos jóvenes que antaño se recurriera a tales prácticas de medicina casera y sin embargo, el concepto de “purgar” es no menos que adecuado cuando hablamos de un dolor o un malestar social que ha perdurado a consecuencia de un fenómeno tan multidimensional y transversal como la reciente pandemia ocasionada por el Sars Cov 2 o como se le bautizó una vez sintomático en un ser humano: Covid-19, pues tal fenómeno nos mantuvo como especie en un estado de estrés y ansiedad cotidiano por alrededor de dos años.
Muchísimas historias comenzaron a tejerse dentro de las paredes de los hogares desde el inicio del confinamiento recomendado por el gobierno, que inicialmente se programó para durar treinta días y por el cuál, personas y familias vieron trastocadas sus rutinas y planes, es decir, el presente se distorsionó y produjo una incertidumbre absoluta en el futuro, la esperanza en el porvenir, como sociedad en su conjunto, se vio por primera vez en mucho tiempo, verdaderamente amenazada.
Al exterior y al interior de hogares se vivieron condiciones de tensión desmedida, en donde lo mismo cónyuges que padres e hijos, tuvieron que reconocerse y esforzarse por aceptar que, una cosa era llevar a cabo una rutina de trabajo, estudios, fiestas, reuniones y otras actividades y otra muy distinta, resguardarse a merced de hábitos, gestos, espacios invadidos e incluso la extraña necesidad forzada de compartir la vida o mejor dicho, convivir realmente por primera vez.
Muchos matrimonios vieron su fin, otras relaciones se afianzaron y algunas nacieron, sin embargo, hubo grandes revelaciones y descubrimientos que, aunque no siempre agradables, constituyeron algunos de los tesoros más valiosos que nos pudiera dejar una experiencia de tal calibre y me refiero al irremediable encuentro con nuestro propio reflejo y contrastes, tanto en nuestro proceder privado, como en sociedad.
Aún recuerdo con enorme gratitud el paquete con comida preparada, recibida de parte de mis vecinos, quienes a manera de apoyo, compraron en exceso a un cocinero proveedor de catering para producciones cinematográficas en crisis (tiempo antes de que le alcanzara a él mismo la muerte por covid), lo mismo que observar atónito como un buen amigo insultaba al despachador de gasolina porque no lo hacía más rápidamente, sin importar que éste, fuera discapacitado.
Así, cotidianamente fueron descubriéndose en el proceder cotidiano de todos, los ángulos luminosos y aquellos más oscuros.
Como sociedad, esta pandemia nos dejó severos compromisos de restauración, puesto que, en momentos de crisis extremas, algunos piensan en el prójimo y otros muchos, no dudan en abalanzarse sobre los más vulnerables para tratar de sobrevivir, aunque sea psicológicamente, dejando severos daños a los elementos que conservan y alientan la cohesión social, como el sentido de comunidad, la solidaridad o la empatía.
Esta pandemia reciente reveló graves enfermedades y malestares sociales que es necesario purgar, como el racismo y el clasismo, que en muchos de nosotros vivía sólo en el ámbito de lo privado, haciendo su aparición en las sobremesas y los chistoretes de mal gusto de familiares comediantes (siempre hay alguno en cada familia) y que, a fuerza de lidiar con la muerte, con el hambre y con la discapacidad (que a todos nos tocó directamente o pasó rozando extremadamente cerca), dejaron de ser graciosos.
Tales dolores y malestares han brotado como aquellos síntomas que ya no pueden ser ignorados y tampoco requieren ser tratados con amabilidad, mucho menos serenidad, sino más bien, con la más definitiva y agresiva PURGA.
Qué mejor “aceite de ricino” que el arte, el cuál cuando algo es demasiado peligroso para decirlo, lo canta, lo pinta, lo farsifica y que para tales efectos purgatorios en nuestro tejido social, se enfoca en colocar la luz en la cara que a menudo luchamos por ocultar de nuestros semejantes.
De manera que, me tomo el atrevimiento de prescribirles un montaje escénico, literario y musical que ha sido especialmente mezclado y aderezado para producir una suerte de efecto laxante en nuestras mentes y corazones, mediante la dosis exacta de estímulos visuales, intelectuales y auditivos que permitan revisitar algo del dolor de la reciente pandemia, pero sobre todo, de las ocultas culpas que guardan nuestros más rancios vicios sociales y que, no obstante su antigüedad, pueden comenzar a ser tratados y purgados con el pronóstico de una completa recuperación.
DA CAPO
El Ticúz, Cuentos, Canciones y Versos para purgar la Pandemia, es una puesta en escena que combina Actuación, lectura, música e imágenes, dirigida y protagonizada por el primer actor Silverio Palacios y se presenta todos los sábados de septiembre en el Foro 37, Londres 37, Colonia Juárez, CDMX, a las 19:30 horas.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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