Hace no muchos días, apareció en los medios un joven, que se presenta como oaxaqueño y activista de la comunidad LGBTIQA+, anunciando su registro como aspirante a precandidato por Movimiento Ciudadano, por la diputación federal del Distrito 12, en la Ciudad de México. Su sola presencia fue suficiente para que las mejores consciencias del espectro político y social nacional más estoicamente rancio y anquilosado, manifestaran su indignación por la irrupción de la periferia en el centro del quehacer político nacional.
Más allá de las credenciales que el sujeto en cuestión, Enrique Vives, tenga para aspirar a un cargo de representación popular, y sin exagerar sus posibles méritos o demeritar sus aparentes deméritos, lo que en el fondo indigna, a quienes suelen indignarse a la menor provocación y ante la más insignificante posibilidad de que exista una posibilidad de que el frágil orden que han construido a su alrededor se vea amenazado, es que cualquiera pueda aspirar a un cargo de representación popular ¿De qué se trata? ¿Acaso vivimos en una democracia donde todo ciudadano puede votar y ser votado? ¿Qué sigue? ¿Una dictadura progresista comunista? ¿Candidatos que busquen representar los intereses de la población y no los de los grupos privilegiados? ¡El horror!
La principal molestia que la crema y nata de la crema y nata del conservadurismo rancio y obsoleto manifestó y no sin injustificada razón, fue que Enrique Vives es demasiado joven, falto de experiencia y méritos para aspirar a ser precandidato de lo que sea. Sin embargo, eso solo toca la superficie de los problemas que el registro a la precandidatura de Vives saca a la luz, Enrique no solo es joven, también es oaxaqueño y pertenece a la comunidad LGBTIQA+ (asunto que en sí mismo pone en entredicho la delicada honorabilidad falo centrista de los representantes populares en México) es decir, no es parte del heteropatriarcado centralista. Y todos sabemos que, a nuestra heroica clase conservadora, que es heroica más por su resistencia al devenir histórico que por cualquier otra cosa, no le interesa que nadie que se encuentre en la periferia, los márgenes, las orillas de la sociedad, forme parte de la privilegiada clase dirigente de los destinos del país y de la elite responsable de la preservación de los privilegiados derechos de sus patrones. El fondo de la indignación radica en que la posible candidatura de Enrique, como la de cualquier representante genuino de los pueblos indígenas, las mujeres, y todos los desclasados en general, conlleva la posible elección en Enrique. Es decir, permite que sea la ciudadanía —con todos los asegunes que ello conlleva— quien decida quien habrá de representarla y eso, como bien advertía Don Porfirio Díaz, prócer de la regulación de la democracia en beneficio del pueblo que no sabe qué hacer con la democracia, y santo patrono de buena parte de la derecha nacional vendepatrias, termina por soltar al tigre y perder el control sobre él.
Parece que hay quienes, alentados por el terrible efecto López Obrador, quien desde la periférica periferia de las periferias, Tepetitán, en el municipio de Macuspana, en Tabasco, conquistó el centro de nuestra nación, no se han enterado que el centro —a pesar de estar rodeado por la periferia y a pesar de poder ser asfixiado por la periferia sin problema alguno— debe ser quien mande y domine sobre la periferia. El centro, ajeno a los problemas de las periferias que son más bastas y complejas que lo que desde el centro se alcanza a ver, debe imponerse a las periferias por el bien de las periferias mismas ¿Qué sería de ellas si dejaran de gravitar alrededor del centro? Sufrirían como sufren las clases bajas cuando mentes perversas y maquiavélicas las convencen de que podrían vivir mejor decidiendo por sí mismas que siguiendo los designios de la clase privilegiada. Sufrían el mismo destino sufrido que sufre México desde que a un grupo de revoltosos insurrectos se les ocurrió independizar este territorio de la Madre Patria. Sufrirían como sufre cualquiera que tiene que hacerse responsable de su propio destino. Aprenderían —eso sí— lo difícil que es ser centro, ser privilegiado, ser invasor, decidir sobre la vida de otros. Sin embargo, su aprendizaje sería doloroso y el centro no puede permitir que sus vasallos padezcan ningún dolor que el centro no decida que deben padecer.
Entrados en gastos
Al final del día, el problema de Enrique Vives —más allá de sus méritos o deméritos— no es el de ser joven, oaxaqueño y miembro de la comunidad LGBTIQA+. No. Su problema es ser joven, oaxaqueño, miembro de la comunidad LGBTIQA+ sin la bendición del centro, ser un sujeto periférico no aprobado por el hombre blanco heterosexual de mediana edad. Su problema es buscar el voto de la ciudadanía, pensando que la ciudadanía debe votar libremente por cualquier candidato que le parezca puede representarla. Su problema es creer que vivimos en una democracia donde es el pueblo el que decide sin consideración alguna de los interesados intereses de la clase privilegiadamente privilegiada. Su problema es, en pocas palabras, no entender que para tener el derecho a posiblemente ser candidato para ocupar un puesto de representación popular se necesita garantizar que en el posible ejercicio de ese puesto de representación popular no habrá de cuestionarse —ni por accidente— el sensible entramado social que garantiza la preservación de los injustificados privilegios de la clase privilegiada.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
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