Uno de los principales enemigos a los que se ha enfrentado el movimiento campesino en los últimos años sin duda es Monsanto. Su poderío económico le ha valido para hacerse de numerosos aliados en oficinas de gobierno y en las cámaras de representantes que velan por sus intereses y que garantizan por la vía legislativa el control casi absoluto de los destinos de las políticas públicas para el agro.
Hasta hace algunas décadas, esta lucha logró movilizar a miles de trabajadores agrícolas que denunciaban el contubernio de las autoridades de la otrora SAGARPA y las transnacionales, cuyas disposiciones no hacían más que beneficiar al sector empresarial sin importarles en lo más mínimo las evidentes desigualdades a las que se enfrentaban los campesinos productores de menos de 20 has. y que sufrían las atrocidades del modelo neoliberal implementado desde el salinismo mismo que terminó por sepultar los anhelos de justicia para el campo con la ridícula modificación al capítulo agropecuario del tratado de libre comercio que desde su origen solo lastima a los productores mexicanos.
Aunque los efectos de la crisis en el campo se resintieron más en los gobiernos del PAN y en el periodo de Peña Nieto, hoy estamos en una condición similar que es consecuencia de esa política muy propia de la derecha. Acabar con la inercia resultaría imposible en un solo sexenio, pero bien pueden sentarse las bases para erradicarla si se apuesta por la soberanía alimentaria que, por cierto, en el discurso hasta la derecha pregona, pero en la acción ha sido todo lo contrario. La enorme diferencia con el gobierno actual y que me parece un acierto desde mi posición como parte de un movimiento campesino, es que López Obrador se atrevió a decretar la prohibición del glifosato y a la prohibición de la importación del maíz.
No es un tema menor, esa decisión de Andrés Manuel hace un poco de justicia (pero justicia al fin) a las demandas eternas de nuestro movimiento, no solo evidencia que el Estado es quien debe poseer la rectoría sobre la política pública, también hace evidente (incluso) a quiénes desde su propio movimiento, traicionan al campo como es el caso de Ricardo Monreal y uno que otro senador de la república.
Tal como sucede con el maíz, ahora es el café mexicano el que se unirá al debate en torno a las medidas que se deben adoptar para reivindicar su importancia económica y cultural. Por esa razón, resultan hasta absurdas las declaraciones del presidente del Consejo Nacional Agropecuario que minimiza los efectos del cambio climático y que además propone que se deben hacer nuevas variedades genéticamente modificadas para que la producción tenga un mayor rendimiento. Es decir, nuevamente basan la apuesta sobre los beneficios económicos dejando de lado la salud y el bienestar de los campesinos. Nuestro país no ha dejado de ser una potencia en la producción de café, sin embargo ha bajado su posición en el ranking mundial y no precisamente a consecuencia de las prácticas en la producción en tanto que muchas de ellas mantienen su vocación artesanal, lo cierto es que han sido los consejos reguladores y los intereses de transnacionales como Nestle, así como los funcionarios corruptos, los causantes de que el café mexicano no desarrolle el potencial que llegó a tener hace un par de décadas.
En conjunto todo esto lleva a cuestionar de manera enérgica las razones por las cuáles muchos de los movimientos campesinos que han dedicado parte de su lucha contra Nestle o Monsanto, hoy hagan mutis en el mejor de los casos, lo peor es que otros están más preocupados por los acontecimientos políticos y la sobrevivencia política sin reparar en las graves consecuencias de aliarse a los principales promotores de estas transnacionales que por cierto son los mismos de siempre.
Es claro que debe de mantenerse una postura crítica al gobierno de AMLO, pero esa postura no debe abandonar la objetividad, los errores del actual gobierno en el ámbito agropecuario están claros y hay que señalarlos en su justa dimensión, pero esa misma objetividad nos obliga a dejar de lado posiciones mezquinas y reconocer que Andrés Manuel ha sido capaz de empezar por lo primero que ocupa el campo: evitar a toda costa que los transgénicos y la importación sigan ganando terreno frente a la producción nacional. Falta mucho por hacer e insisto, se han cometido errores, pero es más error negar que este es un acierto y que, como colectivos debiéramos respaldar la disposición decretada desde Palacio Nacional.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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