Dejar de cuestionar los trabajos de algunos personajes de la vida nacional autodenominados “periodistas” es abrir la puerta a la intervención de la derecha, a la probabilidad de golpismo, al que son proclives algunos de ellos. Actualmente hay casos emblemáticos que demuestran cómo, a pesar de no tener la razón, de acrecer de legalidad, afirman que nunca mintieron.
Saben de la vulnerabilidad de los ataques a la libertad de expresión y la violación a los derechos humanos como puente para intervenir, organizar golpes blandos, invasiones policiacas y militares. La violación a la libertad de expresión que es muy común en países como Estados Unidos, se convirtió en la mejor evidencia de que el gobierno es autoritario. Arma que han utilizado desde 1959, con el triunfo de la Revolución Cubana. Esquema que han repetido en Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Brasil, Honduras, Perú, Bolivia, Argentina, Chile, etc.
Para los golpes de Estado modernos, se requiere una Poder Judicial corrupto, una prensa corrupta y legisladores en subasta que se vendan al mejor postor. De ahí que sea necesario contener la punta de lanza de la desestabilización democrática que comienza con la irrupción de la mentira en el periodismo y la
Más de un golpe de Estado se ha consolidado en América Latina teniendo como punta de lanza una supuesta violación a la libertad de prensa. Algunos grupos hicieron de los corresponsales de guerra el ejemplo de la labor periodística como modelo de tarea cotidiana dentro de la comunicación, cuando sabemos que en México Carlos Loret de Mola pagó para que los cañones sonaran cerca de la cámara y decir que arriesgaba la vida en favor de la libertad de expresión. Logró, para algunos ingenuos, convertirse en héroe.
En las guerras reales, las verdaderas víctimas de las matanzas ni siquiera son recordadas por las organizaciones que ponderan la libertad de expresión como bandera, la gran mayoría de derecha. Paralelamente los medios se convertían en partidos políticos, en trincheras ideológicas conservadoras, en manipulación de agencias de información, en tergiversación de la realidad.
Las guerras de Estados Unidos no sólo crearon adictos sino héroes de barro, entre ellos a los corresponsales de guerra, a quienes elevaban a nivel de dioses y dueños de la verdad. Eran tiempos en que se requerían figuras fantasmales la guerra necesitaba ejemplos a seguir, valientes, temerarios, hollywoodense.
Un ejemplo claro de ello es el caso Venezuela, no hay medios internacionales que tenga un periodista en ese país y no porque no lo admitan sino porque se trataba de crear un hueco informativo. Lo que se sabe al respecto son especulaciones, es una abstracción donde lo único que puede saberse de cierto es el nivel de inflación, lo demás es rumor, pero lo adoptan los medios convencionales como sucursal del infierno y hay quienes aseguran que tienen razón.
Decir que vamos a estar como en Venezuela donde prácticamente nadie conoce es un cuento infantil en el que todavía todos creen. Porque si a niveles de inflación vamos, la de Argentina es muy superior y al responsable de esto lo invita la derecha mexicana a dar su punto de vista sobre la economía y la política del continente. No es sólo cuestión de enfoques sino de los medios a los que la gente acude para informarse.
La información, los medios y los periodistas no son ni ángeles ni demonios, son débiles ante la corrupción. Y ante la urgencia de tener dinero fácil venden lo que tienen, incluyendo la dignidad.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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