Si pudiéramos viajar en el tiempo y contarle a alguien de 2019 lo que ha ocurrido en los últimos cinco años, difícilmente nos creería. Tendríamos que decirle que una pandemia paralizó al mundo entero, que en Europa estalló una guerra de gran escala, que en Medio Oriente se desarrolla un genocidio ante los ojos del mundo y que el presidente de la mayor economía global busca ponerle fin mediante una limpieza étnica. La realidad ha superado cualquier predicción, mostrando un mundo más convulso y despiadado de lo que muchos imaginaron.
Los acontecimientos no solo han transformado la política internacional, sino que también han cambiado la vida cotidiana de millones de personas. La pandemia reconfiguró nuestras nociones de trabajo, salud y control gubernamental; la guerra en Europa reavivó tensiones geopolíticas que parecían cosa del pasado; y la crisis en Medio Oriente ha dejado al descubierto la hipocresía de quienes se autoproclamaban defensores de los derechos humanos y las libertades.
Todo ello nos hace mirar con añoranza el pasado, recordando la estabilidad aparente que ofreció el mundo unipolar de las últimas tres décadas. Sin embargo, también es posible que esta reconfiguración traiga consigo un cambio necesario. La emergencia de un mundo multipolar podría significar el fin de una hegemonía que impuso su voluntad sin contrapeso, dando paso a un equilibrio más justo entre las naciones. Aunque el proceso sea caótico y doloroso, quizás estemos presenciando el inicio de una nueva era en la que el poder ya no esté concentrado en unas pocas manos, sino distribuido entre distintos actores con la capacidad de desafiar el dominio absoluto.
Sin embargo, este cambio también conlleva peligros, pues los poderes establecidos no cederán su posición sin resistencia. La historia nos ha mostrado que las grandes transiciones geopolíticas suelen ir acompañadas de conflictos, crisis económicas y estrategias desesperadas por mantener el control.
La reacción de quienes ven amenazada su hegemonía podría derivar en más guerras, sanciones, intervenciones encubiertas e incluso el uso de tecnologías de vigilancia y represión para sofocar cualquier intento de reordenamiento global. El mundo multipolar no está garantizado; su construcción dependerá de la capacidad de las nuevas potencias para resistir la embestida de un sistema que se niega a desaparecer.
En este contexto, el futuro sigue siendo incierto. Nos encontramos en un punto de inflexión donde el viejo orden lucha por mantenerse mientras surgen nuevas fuerzas que desafían su dominio. El desenlace dependerá de la capacidad de las naciones emergentes para consolidar su influencia, de la resistencia de los pueblos ante la opresión y de la forma en que los actores globales manejen las tensiones que inevitablemente se presentarán. Lo que es seguro es que el mundo que conocimos ya no volverá a ser el mismo. La pregunta ahora no es si el cambio llegará, sino quiénes lograrán imponerse en la nueva configuración del poder global y así terminar de concretar la aparición de este nuevo mundo.

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