Los lectores de noticias, método rudimentario que todavía se repite en los noticiarios de la televisión mexicana, decidieron convertir las noticias en una plática coloquial y restarle importancia a la participación de la sociedad en la información, los consumidores de noticias a través de la televisión agregaron, poco apoco, palabras de una conversación que se aceraba más al chisme que al rigor periodístico. Esta costumbre fue degenerando conforme crecía la “confianza” personal entre quien leía las noticias y quien la veía.
Llegar a los hogares a descubrir el mundo era un experimento diario, cada hogar era un laboratorio de engaños y manipulación, donde quienes aparecían en la pantalla estaban obligados a ganarse la confianza de la gente en la sala de su casa más que con credibilidad con simpatía, con sencillez, hasta con algo de comicidad de ser posible. Había que quedar bien con los anfitriones, no importaba la veracidad de las noticas sino la simpatía del invitado.
Los vocablos convencionales. Se escapaban del rigor periodístico y el habla se convertía en especulación cotidiana, como en las pláticas de café. Llegó el momento en el que la verdad fue sacrificada para crear una empatía directa entre huésped e invitado que cada noche, dijera lo que dijera, no era cuestionado, y la manipulación política aceitó entonces su maquinaria.
Ofrecer información con las palabras “para colmo”, “fíjese que”, “le comento que…”, “ponga atención”, etc. Como si se tratara de un artículo antes del sustantivo, y lo que viene no es la noticia sino un adjetivo que es lo que induce la percepción de la información próxima a salir de sus labios.
Esos que leían las noticias en la televisión prevalecen en ella, son una especie en extinción que persisten en mostrar su imagen decadente, en una práctica decadente con consignas decadentes disfrazada de noticias. Ninguno de ellos vive modestamente y sus salarios no eran ni son extraordinarios. Fueron de los que hicieron de la mentira una mercancía que aumentaba constantemente su valor.
Ahora, quienes se acostumbraron a ver la información como hecho aislado sin origen ni efecto, como si surgieran de manera espontánea de la nada siguen creyendo que se informan acerca del mundo a través de giros coloquiales del lenguaje que hablan de todo menos de los detalles sólidos de la realidad, ni del contexto ni de las causas y los objetivos de sucesos que parecieran salir, como hongos, de la humedad, sin más antecedente que la inercia de la naturaleza.
Nunca aterrizaron información alguna en un marco legal, histórico, Constitucional, de tal manera que muy pocos mexicanos saben que la Carta Magna tiene 136 artículos y 19 transitorios. Que es una información real y práctica. Tampoco saben quién fue el personaje cuyo nombre lleva la calle donde viven, donde trabajan o donde estudiaron.
Nunca les enseñaron a ver detrás de lo aparente, donde la superficialidad es la constante y extravía la visión hasta convertir en miopes de la sabiduría a quienes quieren ir más alá de las fronteras de la percepción convencional. Esto no es algo esotérico sino dominante, engañoso, manipulador.
La clase media apegada al televisor por generaciones conoce los adelantos de la tecnología, incluso en el ámbito de la información, pero la utilizaría para rescatar el pasado en materia noticiosa.
Familia de esa clase media niega ser de izquierda o de derecha y que es más conservadora que la ultraderecha, sería capaz de utilizar una imagen de Inteligencia Artificial con la cara de Zabludovski, o cualquiera de esos tiempos, para regresar a los tiempos en que las noticias eran contadas de manera sencilla y fantasiosa.
La clase media conservadora necesita una máquina del tiempo pero sólo para viajar al pasado. Es la forma de dar a conocer las noticas donde el tiempo pareciera no transcurrir, el tiempo se detuvo en la televisión mexicana que tiene un retraso de más de medio siglo en sus noticieros.
Si no les ofrecen información en forma de chisme, rumor o especulación prefieren no ver los noticiarios. La costumbre de informarse a través de palabras simples, que muestran el menosprecio de las televisoras hacia su auditorio, prevalece.
El conservadurismo mexicano, contradictorio y fanático es una muestra inexplicable de nostalgia sin memoria.

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