Hay muchas explicaciones sobre el triunfo arrollador de Morena y el proyecto de la 4T encabezado por el presidente López Obrador. Las más sensatas parecen apuntar a un cúmulo de logros objetivos en términos de bienestar, a que la gente entendió que el punto de inflexión era neoliberalismo empobrecedor o cuatroteísmo benefactor, a la buena candidatura de Claudia Sheinbaum, pero sobre todas las cosas, a la ya histórica imagen del presidente López Obrador. Un presidente que en 2012 tenía 67% de opinión desfavorable según la encuestadora Lorena Becerra de Latinus, se gradúa al final de su sexenio con el 80% de aprobación de acuerdo a la encuestadora norteamericana Gallup. Esto es un hito sin precedentes en la historia de la política no solo nacional, sino mundial. Es muy fácil transformar positivos en negativos, pero lo opuesto es casi imposible, y si no que le pregunten a Xóchitl Gálvez.
La cuestión con el presidente López Obrador es que no solo es un gran estadista en términos de políticas públicas, también sabe cómo revertir situaciones muy adversas a nivel técnico, tiene buena intuición con las personas que lo rodean (o la mayoría de ellas) además de un carisma desbordante, pero sobre todas las cosas: sabe comunicar eficientemente.
La percepción de una persona sobre su situación económica, política y social no solo depende de los estímulos que recibe y cómo los procesa, sino de cómo lo interpretan otros en su entorno: sus círculos cercanos, los medios de comunicación y las redes sociales mayormente. Es una guerra narrativa y de relatos. Es la construcción subjetiva de una realidad con base en principios, creencias y valores desde el interior; y de estímulos, influencias y mensajes del exterior. Ambas subjetividades construyen un aparato hermenéutico a partir del cual cada persona desarrolla su propia visión de la realidad y la adjetiva.
Dicho esto, en política es muy difícil que haya un relato que influya más que otros estímulos constantes o mayores en intensidad y ruido, es decir, las personas están expuestos a tanta información y estímulos, que es difícil no aturdirse o convencerse solo de uno, pero cuando las subjetividades son tan diversas y se construyen desde posiciones ideológicas tan diferentes, realidades opuestas, valores diversos y creencias múltiples, lo es más todavía. Es muy difícil que una sola persona convenza a tantos con su relato. Bueno, pues el presidente López Obrador lo logró y eso es parte de su éxito.
Podrán burlarse de su acento tabasqueño, de sus “s” al final de los verbos, de su forma lenta y pausada para hablar ideas básicas, de repetir lo mismo una y otra vez, de no tener la elocuencia y atractivo de grandes comunicadores de medios; no importa, el presidente López Obrador envía los mensajes más certeros y congruentes y la mayoría de mexicanos le creen y se convencen de ello, y es que en comunicación existen algunos principios básicos que deben seguir replicando comunicadores de izquierda:
- Congruencia en el mensaje: eres y haces lo que piensas, no hay falsedad ni mentira. Se es muy honesto. El presidente López Obrador viene de abajo, representa a los de abajo, defiende a los de abajo, quiere a los de abajo, tiene como prioridad a los de abajo y sabe que el bienestar de todos depende, primero, del bienestar de los de abajo.
- Tono y velocidad adecuados: la mayoría de la gente entiende fonéticamente lo que dice una persona que habla rápido, pero no entiende el mensaje. El presidente López Obrador habla para que la mayoría de mexicanos, desde el más humilde campesino hasta el más rico acaudalado, puedan entenderle. Y no importa que repita una y otra vez lo mismo porque no harta, refuerza mensajes.
- Hablar con la verdad: incluso en los peores momentos del sexenio, como la liberación de Ovidio Guzmán, el presidente López Obrador habló siempre con la verdad y asumió su responsabilidad, y su capital principal es su honestidad. Aunque lo intriguen, denuesten, calumnien o incriminen diariamente; los obradoristas saben que el presidente siempre habla con la verdad.
- Imagen y lenguaje corporal: alejarse de los tecnócratas engominados y de la parafernalia del poder fue una de las mejores decisiones que tomó el presidente de cara a los mexicanos porque empatizó más con ellos. Eso, además de su lenguaje corporal siempre sereno, lúcido y agradable, transmite una gran confianza.
La buena comunicación es, además de los resultados objetivos, la clave del éxito de la presidencia de López Obrador, y si Sheinbaum aspira a emularlo, además de ser buena estadista y tomar las mejores decisiones a nivel de políticas públicas, deberá encontrar un mecanismo para comunicar efectivamente para la mayoría de mexicanos y esto es el gran reto. Tal vez no las mañaneras, pero algo igual de eficiente y oportuno.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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