La reciente confrontación entre la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, y el expresidente Felipe Calderón revela las profundas divisiones sobre la gestión energética en México. Mientras Calderón, en un intento de desacreditar a Nahle, apunta a presuntos contratos irregulares asociados con la refinería Olmeca, su propia administración queda marcada por promesas incumplidas y proyectos fallidos.
El recordatorio de Nahle sobre la refinería de Tula, un proyecto que nunca vio la luz bajo Calderón, es ejemplo de la hipocresía en su crítica. A pesar de sus declaraciones, calificaciones negativas y escándalos que rodean su gestión, Calderón no tiene autoridad moral para cuestionar los logros de la transformación energética que sí se concretó en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
La gobernadora Nahle, al afirmar “nosotros SÍ PUDIMOS construirla. ¡Viva la 4T!”, enfatiza un hecho innegable: la refinería de Dos Bocas es un síntoma del avance hacia la autosuficiencia energética que México busca. En contraste, Calderón no solo dejó un legado de promesas vacías, sino que también creó un escenario en las crisis de los sectores energéticos.
Más que buscar un ataque desde las redes sociales, Calderón debería asumir la responsabilidad de sus errores. La crítica constructiva es válida, pero debe ser sustentada en hechos y no en el ruido político. En este sentido, la defensa de Nahle no solo sostiene la validez de los logros de la 4T, sino que resalta la urgencia de avanzar en proyectos que beneficien al país.
La respuesta de Rocío Nahle es un llamado a la verdad y una reclamación de respeto hacia una obra que representa un gran paso para la soberanía energética en México, contrastando con un legado de promesas y fracasos que Calderón no puede ocultar.

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