Empiezo por una confesión:
Cada vez que alguien que me escucha entrarle a la defensa de la 4T, me dice o pregunta si soy morenista, de corazón les digo: “No. Soy lopezobradorista”.
Agrego una anécdota:
Hace un par de meses, en una discusión académica en la que yo hacía una crítica a la postura que el presidente López Obrador toma sobre asuntos de género, la cual me parece muy diluida, una compañera de doctorado me dijo: “uy, amigo, vas a terminar odiando a López Obrador”.
Yo le respondí: “No creo, amiga. Yo era lopezobradorista antes de conocer a López Obrador”.
Con esto último, lo que quise decir a mi compañera era que, si yo apoyaba tan fervientemente el movimiento que ha encabezado nuestro presidente es porque coincido en la lectura histórica, sociológica, culturalista y política que él hace sobre la realidad en nuestro país. Además, comparto su preocupación y oposición a toda forma de desigualdad, discriminación y exclusión. Estas últimas, que pudieran parecer razones demasiado subjetivas, en realidad no lo son tanto.
Ya que mi seguridad por dicha preocupación y oposición a la desigualdad por parte del presidente proviene de la atención que he puesto a su pensar y actuar político, el cual ha ido quedando documentado durante toda su trayectoria como dirigente y ejercicio administrativo en los diferentes puestos públicos que ha desempeñado. Afortunadamente, la congruencia entre discurso y práctica de Andrés Manuel López Obrador ha quedado registrada en sus libros, en las grabaciones de sus mítines, en sus discursos ante el congreso, en sus políticas y en sus decisiones como administrador público.
Quien observa con justicia e inteligencia, quien no se ciega por sus filias y fobias, por su clasismo y racismo, entiende que el presidente sabe de formas políticas; las reconoce y, en ciertos momentos, las utiliza de manera estratégica frente a las élites políticas, económicas, sociales y culturales del país y del extranjero. Sin embargo, en sus decisiones, en sus políticas, en sus discursos frente al pueblo, el presidente habla directa y honestamente, sin darles demasiada importancia a las “formas” que tanto aman los que se creían dueños de México. Estos, los oligarcas, amantes de los pedestales simbólicos, aman la forma. Porque la forma es lo que les ha puesto y mantenido en el poder, lo que les deba acceso privilegiado a muchos beneficios materiales y simbólicos.
Ya he abordado anteriormente la relación entre la forma y el fondo. El fondo, la carnita, el contenido, siempre serán lo que le dé consistencia y resistencia a la forma. En otros momentos, la forma reinó o, mejor dicho, gobernó en nuestro país. Los políticos que querían llegar a un posición de poder por motivaciones más personales que sociales se esmeraban en hacerse de las formas “correctas”, las fórmulas “exitosas”. Seguían un manual que les indicaba qué decir, qué hacer, además de cómo decirlo y cómo hacerlo. Pero haríamos mal en creer que los conservadores son tontos y que no se van adaptando a las nuevas realidades. Durante mucho tiempo, los políticos en campaña acudían a promesas de atención a los asuntos que preocupaban al pueblo; al otorgamiento de despensas, playeras, mochilas. Una vez que eso dejó de funcionar y que, además, era mal visto políticamente, procedieron al otorgamiento “discreto” de dinero, de monederos y a la promesa de beneficios futuros por medio de programas sociales.
Después del sorprendente triunfo de López Obrador en 2018, esos políticos amantes de la forma buscan repetir lo que nuestro presidente hizo para llegar al poder. Parecen pensar que hay una manera de hablar, que hay ciertas cosas que se deben hacer, que decir. No entienden que lo que el presidente hizo fue escuchar y comprender honestamente los dolores y necesidades el pueblo. Desafortunadamente, entre los buscadores de la forma no sólo hay personajes de los partidos de oposición, sino que se encuentran muchos supuestos morenistas, supuestamente aliados de la 4T.
Fue desde el proceso que llevó a Mario Delgado a la presidencia del partido que yo me alejé de toda asociación con el ámbito partidista del movimiento. Me dio vergüenza la manera tan sucia en que se impusieron candidatxs impresentables en 2021 y la manera en que se atendieron muchas de las quejas que surgieron. Esto me llevó a no poder diferenciar entre el actuar que detesto de los partidos de siempre y el actuar actual del partido Morena. En las elecciones internas del pasado domingo, nuevamente se dejaron ver aquellos que buscan la forma, sin entender o sin preocuparse por el fondo.
En Morena se han quedado muchos de los políticos de antes, de los que no tienen ideales de transformación, de los que no aspiran a la verdadera igualdad y justicia, de los que, en realidad, no son lopezobradoristas, pero que ven en la estructura partidista de Morena una forma actualizada que les puede permitir llegar al poder, desde donde pueden seguir haciendo lo de siempre: Vivir del erario público, obtener beneficios de todo tipo, robar, eludir la justicia, etc. A estos, no hay que parar de denunciarlos. Desde luego, afortunadamente también hay quienes sí comparten los principios e ideas de nuestro presidente. Por eso seguiré votando por el partido. No pierdo la esperanza de que el partido alguna vez llegue a ser lopezobradorista, aun cuando su fundador ya no forme parte del partido.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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