“Mis amigos muertos”

Opinión de René González

“Mis amigos muertos” es el nombre de un bello disco entonado por José Cruz, cantante del emblemático grupo de blues- rock mexicano Real de Catorce, agrupación que toma su nombre del pueblo minero y fantasmal de San Luis Potosí, lugar que para varias generaciones de macizos cosmonautas ha significado la tierra prometida del peyote y el viaje astral; el álbum que vio la luz en 1989, incluye grandes rolas como Recargado, que versa: Recargado en un auto a la espera/ De una razzia un misil o la luna/ Derretida mi sombra de cera/ Fuera de los aislados cafés/ En la jaula ciudades enteras/ Para echarse a vagarlas sin fin… “Mis amigos muertos” palabras que hoy parafraseamos con respeto como modesto homenaje.

José Cruz el alma y vida de Real de Catorce, ha sido un sobreviviente, este 2 de noviembre cumplió 67 años que hay que festejar; no lo ha derrotado una terrible enfermedad llamada esclerosis múltiple que hace años prácticamente dejó su cuerpo destruido salvo para cantar, ni lo derrotaron las traiciones de managers y algunos ex compañeros desangelados que cuando irrumpió el mal en su organismo lo dejaron cobardemente solo; quizá por su arte como vía para trascender al mal y la adversidad, quizá por sus ganas de vivir en el rinconcito de una canción lenta y azul, quizá por aferrase al resuello del mundo en un tambor, sigue siendo uno de los chamanes que encabeza la escena rocanrolera urbana, guiando las profecías y sueños musicales, de los que están y ya no están.

De los ochentas y noventas, y las maratónicas tocadas de siempre en domingo, a la segunda década del siglo XXI, surgieron grandes contribuciones musicales, que en esencia nunca perdieron las trincheras del circuito de la periferia urbana -que abraza y estruja a la palpitante Ciudad de México-, se expandieron por los confines de los pueblos y comunidades del México profundo a lo largo del cuerno de la secuestrada abundancia, hasta establecerse como hitos y leyendas en el sur de Estados Unidos -entre los paisanos más alegres, rebeldes y olvidados-; de ahí, de esa república imaginaria que va de Neza hasta Los Ángeles California, de Texcoco a Texas, y de Tapachula hasta Tijuana, son residentes perpetuos los héroes de vagabundos, juglares de los Hoyos Funky que brotan como salpullido en cualquier lugar donde haya una bocina, focos, y un terreno para tocar: los amigos muertos que hoy no están: Rockdrigo González, Lalo Tex, Arturo Huizar y Charlie Monttana, y seguramente otros notables más.

Este disímbolo cuarteto de ángeles del infierno urbano, cada cual, con su agrupación y estilo, nunca perdieron el sabor de la tierra mojada de sus orígenes, y respondieron con creces, verdadera calidad e infinita espontaneidad cuando fueron llamados a los grandes recintos -que algunas veces comparten los monopolios nacionales y extranjeros del espectáculo con sus legítimos dueños-, así fuera el Foro Sol, el Palacio de los Deportes, el Auditorio Nacional, o en la plaza pública el Zócalo y decenas de estadios, teatros, y foros; siempre a la altura, prendiendo al respetable y hablando de tú a tú con los grupos del otro rock, el apapachado y domesticado que nunca los tentó.

Rockdrigo González murió siendo la más grande promesa del rock nacional, su edificio se derrumbó tras el crujir de la tierra en el sismo del 19 de septiembre de 1985, las grabaciones que dejó en álbumes o en formato casete se cuentan con los dedos de las manos, pero cada disco y cada rola competen a un himno que lo convocó a no perecer jamás.

Everardo Mujica Sánchez mejor conocido como Lalo Tex, era un ingeniero y profe de Matemáticas, con sus carnales dio vida a una banda eminentemente rocanrolera llamada Tex Tex, que hoy día sigue bregando en el camino de la autogestión, porque el hijo de Lalo heredó la voz principal y la tradición. Lalo Tex la hacía de compositor, guitarrista y cantante hasta que partió víctima de un infarto la madrugada del 18 de enero de 2016 en un hospital capitalino, después de brindar un concierto -dónde permaneció tocando sentado y agobiado pues ya advertía sentirse muy mal- en el frontón El Puente, en Chimalhuacán. Lalo Tex partió pocas horas después de haber compartido el rocanrol hasta el final de su lugar en el mundo; partió estoico, después de hacer lo que más le gustaba.

Arturo Enrique Hernández Huizar o simplemente Huizar caminó a la otra realidad el 25 de abril de 2020, ha sido quizá la más grande y reconocida voz de heavy metal mexicano, en una relación de encuentros y desencuentros con Luzbel, la banda que invariablemente estará asociada a su peculiar estilo vocal, y que en sus mejores épocas fueron teloneros de Black Sabbath en México.

Charlie Monttana partió repentinamente también de un paro cardíaco el 28 de mayo de 2020; era un auténtico Rock-Star que nunca dejó de viajar en metro, ni de vivir el estilo de vida rocanrolero, en el corazón del barrio, se ganó el reconocimiento por su desenfado y autenticidad el lugar en el más íntimo o el más grande escenario; era la alegría de las históricas tocadas de cada domingo, y la sublimidad de las baladas y batallas de la soledad. 

Qué grandes carteles se armaban entre todos con Charlie Monttana en sus versiones de solista, o como Mara o Vago, las bandas que dio vida y auge; Tex Tex y su incesante cotorreo, Luzbel con Huizar o Huizar solamente; Rockdrigo fue de una época previa, aunque seguramente también compartió escenarios con ellos en los grandes festivales, en gran medida Rockdrigo fue un formador musical, ellos iniciaban sus proyectos al amparo del sacerdote rupestre.

Cuentan que Lalo Tex lloró cuando se subió al metro y un chavo apareció tocando su rola “Toque Mágico”, de los cuatro hay nuevos juglares, versiones y cantantes que reviven su música en las esquinas de las ciudadelas perdidas y en los fanales del transporte urbano, sean micros, peseras o colectivos.

Se ha estudiado que, en el contexto de la cultura Nahua de los antiguos mexicanos, antes y después de la conquista española, en términos generales, la muerte no era considerada un evento penoso o angustiante, aun cuando los poetas y artistas cantaban a la caducidad de la vida y las angustias de la agonía. Se piensa que el hombre es responsable, junto con las divinidades de la muerte, de la permanencia del universo total. El universo creador permanece en la música de los que no están físicamente, pero lo están en sus rolas que caminan solas de voz en voz, y de generación en generación, a la contra de la marginalidad a la que quieren condenarlos, quienes tienen el poder de encumbrar productos musicales artificiales. 

En días de guardar reconocemos a los músicos urbanos y apreciamos en toda su magnitud el legado de su obra colectiva.

José Cruz permanece con la flama de aquellos años, damos gracias a su perseverancia festiva frente al quebranto y el dolor; para resarcirse desde la misma poesía por la que hablan todos los amigos muertos, para vaticinar nuevos caminos y soñar con la generosidad de seguir escuchando, seguir cantando, seguir sonriendo. La trascendencia del alma blusera que nunca muere.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

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