Poco a poco, la oposición política de nuestro país y sus seguidores han perdido más el rumbo, incluso comparado con el descontrol que mostraban antes de las elecciones.
Sus argumentos endebles y la desinformación que propagan dejan en claro un clasismo evidente y una lucha desesperada por mantener sus privilegios. No hay en sus discursos una intención real de construir; solo buscan destruir, aferrándose a un pasado que ya no encuentra lugar en el México de hoy.
Resulta casi cómico, si no fuera trágico, que hayan adoptado como inspiración a un personaje tan controversial, tanto en lo físico como en lo ideológico. Me refiero al presidente argentino, Javier Milei. Una figura que, lejos de representar ideas progresistas, parece un emblema del retroceso.
Utilizar la palabra “libertad” como estandarte es, sin duda, una estrategia efectiva. Sin embargo, su concepto de libertad es limitado, elitista y profundamente excluyente. Para ellos, ser libertario significa defender una familia tradicional única, liberar los recursos del pueblo para que sean saqueados por las élites empresariales y limitar derechos que beneficien a los sectores más vulnerables.
De entrada, es contradictorio que alguien que se proclama libertario esté en contra de la diversidad, del derecho al aborto y de las libertades civiles. ¿Qué clase de libertad es esa que oprime a las mayorías y beneficia solo a unos pocos? Milei y sus seguidores no buscan emancipar a los ciudadanos; buscan perpetuar su dependencia de un sistema injusto.
Es especialmente irónico que en México, los más fervientes voceros de estas ideas sean los del PAN. Ellos mismos que, hasta hace poco, defendían la “liberalización” de los precios de los energéticos y el entreguismo del sector energético al mercado extranjero. Ahora pretenden presentarse como defensores de la economía popular, prometiendo que la gasolina no superará los 20 pesos. ¿Creen acaso que al pueblo se le ha olvidado que fueron ellos quienes provocaron el alza de precios al dejar el mercado sin regulación estatal?
La contradicción es evidente: hablan de libertad cuando les conviene y se olvidan de ella cuando se trata de garantizar derechos básicos. Su discurso es selectivo, su ideología oportunista y su compromiso, inexistente.
El problema no radica únicamente en las inconsistencias de sus propuestas, sino en lo que representan: una nostalgia de un modelo político y económico que ya demostró su fracaso. Milei no es solo un referente fallido; es un recordatorio de lo que no debemos permitir que regrese a nuestra sociedad.
¿Qué nos queda por hacer? No permitir que estos personajes crezcan, seguir luchando por los derechos y el pueblo. Y por supuesto, no buscar cargos por enriquecerse o por poder. Eso permitirá que continúe la construcción de una nación en la que las diferencias no sean motivo de exclusión, sino de fortaleza. La verdadera libertad no es un eslogan: es un compromiso con la justicia, la igualdad y el bienestar colectivo.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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