Es del todo claro que repetir una mentira mil veces y convertirla en verdad no la hace real. Incluso en la cabeza trastornada del infómata más trastornado, hay una diferencia entra la verdad ―aquello de lo que está firmemente convencido o aquello de lo que pretende convencer a los otros― y la realidad ―aquello que acontece. A pesar de ello, esta distinción de matices, la distinción entre lo que es y lo que se cree que es, no debe ser un impedimento para que bajo la consigna de “¡Infómatas del mundo, uníos!”, los infómatas, generadores de contenido falso, propagadores de fake news y demás agentes responsables de levantar polvo, se unan y arenguen el ánimo colectivo difundiendo una, dos, cien, mil, miles de noticias falsas y repitiéndolas una y otra y otra vez hasta convencer a todos de que es imposible estar convencido de nada o de que podemos convencernos de cualquier cosa, de lo que sea, sin importar cuan absurdo, descontextualizado, o infantil resulte. No debe haber restricciones para el libre ejercicio del noble oficio infodémico, mucho menos autocensura, el cielo es el límite ¡La imaginación al carajo! ¡La infodemia al poder!
Los ejemplos sobran, el sexenio de López Obrador contribuyó ―este es un mérito que ni sus más grandes detractores le pueden negar― a consolidar una oposición sin propuestas, pero experta en la propagación de mensajes falsos, tenemos a Loret, a Dresser, a Aguilar Camín a Krauze, a Negrete Cárdenas, a quien ustedes gusten y manden, infómatas que se respeten es lo que menos hace falta en este país.
Todos ellos han elevado el nivel infodémico a alturas inimaginables, muestra de ello es el resurgimiento, seis años después y luego de un proceso electoral en el que Andrés Manuel no participó, del fantasma de la reelección, temor de los temores de una intelectualidad orgullosa del maniqueo entendimiento de la Revolución Mexicana y de la forma en la que la clase política consiguió contener el pernicioso impulso popular de la misma. Desde antes de que López Obrador fuera candidato anunciaron su sed de poder y su malignamente maligna intención de perpetuarse en él, ya como presidente anticiparon que jamás soltaría la silla presidencial, durante la campaña electoral de Claudia Sheinbaum insistieron una y otra vez en que Claudia no era más que un títere de Andrés Manuel y ahora que Sheinbaum es virtual presidenta electa, insisten en insistir y vaticinan que López Obrador y Morena pueden modificar la Constitución para permitir la reelección no consecutiva en 2030, o que la modificarán para que AMLO regrese al poder al “separar las funciones del titular del Ejecutivo y depositar en una persona las funciones de jefe de Gobierno y en otra las correspondientes a jefe de Estado.” (Sergio Negrete Cárdenas dixit). Lamentando incluso el que Andrés Manuel no pueda autoproclamarse rey, ya que sería un exceso.
La genialidad de propuestas como esta, difícilmente pueden apreciarse desde nuestro limitado horizonte histórico, habrá de reconocerse con el paso de los años, cuando todo caiga en su lugar y podamos contemplar con la distancia necesaria, en todo su esplendor, lo que ahora parece un simple fantaseo de escuincles berrinchudos como lo que realmente es: un simple fantaseo de escuincles berrinchudos. Mientras tanto, en lo que la historia nos alcanza, debemos tomar la iniciativa de Negrete Cárdenas y llevarla más lejos, imaginar cómo será la inevitable coronación de su alteza super serenísima Andrés Manuel López Obrador I, quienes asistirán a ella, si será el Papa o algún otra autoridad espiritual quien lo invista, si López Obrador, cuando llegue su momento y muera, resucitará de entre los muertos al cuarto día ―o al segundo, dependiendo la necesidad narrativa del momento― y ocupará el trono celestial desde la silla presidencial mexicana. Propaguemos mensajes sin fundamentos hablando de la nueva nobleza morenista, de la izquierda champán cuya existencia indigna a quienes con sabia sabiduría piensan que vivir bien es un derecho exclusivo de quienes están a favor de preservar la desigualdad entre las personas.
Entrados en gastos
Vivimos tiempos que no nos permiten refrenar nuestros impulsos, taras y ensoñaciones post apocalípticas distópicas. La cultura popular nos ha saturado con referentes y clichés que podemos explotar para llevar el credo infómata a todos los rincones de nuestro país y más allá. Pensar en Andrés Manuel como dictador es pensar a corto plazo, imaginar que será rey es no ir más allá, López Obrador y Morena pueden reformar la constitución para convertirnos en una república teocrática adoradora de su imagen, donde él no sea el representante de Dios en la Tierra, sino Dios mismo en la Tierra. El clásico krauziano del mesías tropical o macuspano, carece de la imaginación necesaria que el momento demanda a las mejores mentes infodémicas, no se trata de insistir en que se considera un hombre enviado por Dios para salvar a la humanidad, sino de sembrar la idea de que se ve a sí mismo, y Morena está realizando todo el trabajo político-cultural, utilizando todo el aparato del Estado, como Dios mismo que no ha venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Cualquier otra cosa que se diga, cualquier otra nota sacada de contexto, cualquier otra forma de levantar polvo, será juzgada por la historia.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
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