Esta semana fue un parteaguas para la política nacional. Sin duda, los dos temas que concentraron la agenda pública fueron aquellos que, sin exagerar, marcarán un antes y un después en nuestro país. Algo así como si comenzara una nueva y compleja partida de ajedrez.
El ajedrez no es solo un juego de estrategia, es un lenguaje silencioso donde cada pieza tiene un rol específico, una jerarquía y un propósito. El rey, aunque central, es lento y vulnerable; la reina, poderosa y versátil, mueve los hilos con fuerza. Los alfiles y caballos son impredecibles, mientras que las torres representan estructuras firmes. Pero son los peones, los más subestimados, quienes abren la partida y muchas veces la definen. En política, como en el ajedrez, las jugadas apresuradas, los movimientos impulsivos y el desprecio por las reglas terminan por volcar el tablero. Esta semana, México pareció sumido en una partida rota.
Todo comenzó con el trágico y condenable asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz, los colaboradores más cercanos e importantes de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada.
Quienes planearon el atentado lo hicieron de una manera tan minuciosa que no solo eligieron a una secretaria particular y a un coordinador de ascensores. Escogieron a la familia política de la mandataria capitalina, y me atrevo a decir que a la mitad del cerebro del gobierno de la Ciudad de México.
Mucho me he sentado a reflexionar sobre el tema. Evidentemente, como en cualquier episodio de esta magnitud, las especulaciones abundan. En mi reflexión, pensé que tanto Xime como Pepe fueron observados desde mucho antes de que siquiera se decidiera que serían ellos las víctimas. Como reportero de la fuente capitalina, tengo miles de videos de los distintos eventos públicos en los que estuvieron presentes, entre la gente, siempre discretos.
Ya más tranquilo, entendí que quienes decidieron atentar contra ellos no fueron simples observadores de asambleas o actos públicos. Ellos tenían un perfil bajo: acercaban el agua, entregaban las tarjetas informativas, hacían el trabajo que a simple vista parece rutinario y simple, que si en algún momento faltaran habría quien lo supliera. Pero su lugar en el ajedrez político era vital.
Quien eligió que fueran ellos quienes pagaran con su vida el costo del mejoramiento de la ciudad, fue alguien que conocía a fondo los engranajes del poder capitalino. Alguien que sabía que para llegar a Clara Brugada, primero había que pasar por Xime y por Pepe.
Por ello, con profundo respeto, me atrevo a decir que en el tablero político su muerte equivale a la caída de un alfil. Después del rey y la reina, son de las piezas más importantes. No siempre visibles, pero imprescindibles para proteger a quien lidera. Su ausencia deja vulnerable el flanco más delicado del poder.
Del otro lado del tablero se encuentra la CNTE. Una organización con larga trayectoria en la lucha social, formadora de conciencia y base de lo que llevó al movimiento de la Cuarta Transformación al poder. Porque Morena no es solo un partido: es un movimiento.
Durante años, la CNTE ha sido reconocida por su habilidad política, su fuerza en las calles y su legitimidad como voz del magisterio. Sin embargo, esta semana actuaron más como caballos desbocados que como estrategas. Perdieron la oportunidad de sentarse con la presidenta Claudia Sheinbaum por tomar una decisión impulsiva: agredir a periodistas cuando ya tenían una reunión pactada.
A pesar de que, por primera vez en la historia moderna del país, un gobierno les ha abierto la puerta al diálogo y ha puesto propuestas concretas sobre la mesa, la CNTE eligió la imposición antes que la negociación. Como en una partida de ajedrez en la que un jugador sacrifica piezas sin calcular las consecuencias, sus movimientos recientes parecen estar guiados por el enojo más que por la razón.
El problema de actuar sin estrategia en un tablero político es que se corre el riesgo de convertirse en un peón que se mueve sin dirección, o peor, en un caballo que salta por impulso pero termina acorralado. Porque en política, como en el ajedrez, no gana quien grita más fuerte, sino quien piensa con más calma.
Y al final, tal vez lo que realmente deberíamos preguntarnos es: ¿quién mueve las piezas que nadie ve? ¿Quién diseña los ataques que parecen espontáneos? ¿Y cuántas partidas se están jugando, mientras nosotros solo alcanzamos a ver un fragmento del tablero? Esto sin sumar a la estrategia al nuevo embajador norteamericano que se caracteriza por ser integrante de Fuerzas Especiales y de la CIA.

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