Para Maquiavelo, filósofo perteneciente al periodo renacentista italiano del siglo XV, el poder no tiene que ver con un sentimiento noble como el amor a alguien o algo, o con el significado de bien para las grandes masas, sino con la fuerza, la convicción y la coacción; su enfoque es totalmente pragmático.
En su obra cumbre “El príncipe” (1983) menciona que el hombre es perverso y egoísta por naturaleza, sólo preocupado por su seguridad y por aumentar su poder sobre los demás y que sólo un estado fuerte gobernado por un príncipe audaz, astuto y sin escrúpulos morales es capaz de proveer un orden social justo que frene la violencia humana. A él se le atribuye la noción de “dictador” por su visión realista. Esta visión encaja con los oligarcas mexicanos y sus pretensiones de acumular riqueza, aunque estos, a través de sus sicarios mediáticos e intelectuales, han intentado encasillar en ese imaginario político al presidente López Obrador, que, más bien, representa lo contrario.
En esta idea de poder, no cualquiera posee lo que Maquiavelo llama “la virtud”, que es una característica inherente a los grandes conquistadores y que puede significar el lograr objetivos impensables en circunstancias muy adversas, y en el ámbito político mexicano, López Obrador parece encarnar esta idea de liderazgo con su victoria en 2018 y su desempeño hasta la actualidad.
Alguien que, a pesar de tener todo el aparato mediático, intelectual y plutocracia oligárquica en contra, logra que su proyecto político sea el más importante del país. La pregunta es, ¿el sucesor o sucesora poseerán/desarrollarán/mostrarán “la virtud” tal como la concibe Maquiavelo?
Pareciera ser que no basta con ser buen político con resultados evidentes -dígase Claudia Sheinbaum-, servidor político muy eficiente y de desempeño excepcional -Marcelo Ebrard-, el mejor orador, imbatible en los debates y con carisma inigualable – como Gerardo Fernández Noroña-, o un operador político y mediador de primer nivel y con gran experiencia -tal es el caso de Adán Augusto o el mismo Ricardo Monreal-; y no es que los aspirantes presidenciales mencionados no tengan “La virtud”, es que, en caso de que alguno de ellos llegue a la silla presidencial, deberá mostrar un desempeño superior al que ha mostrado y, al mismo tiempo, deberán contar con una dosis de fortuna que lo acompañe siempre, manteniendo el delicado equilibro de fuerzas que requiere tomar grandes decisiones para la transformación del país, y al mismo tiempo, cumplir la agenda política.
La “virtud” en términos de Maquiavelo, en política mexicana, equivale a cometer ninguno o pocos errores de no tanta trascendencia, decir lo correcto en el momento correcto y en la magnitud precisa, no tener deslealtades o detectarlas a tiempo, “apagar incendios” y resolver crisis al menor costo y de forma rápida, tener un liderazgo fuerte a nivel internacional y propugnar siempre por una visión soberana y autosuficiente, abatir pobreza y violencia con indicadores objetivos y creíbles, todo bajo un manto democrático y con Estado de Derecho.
Como colofón, actualmente la palabra “maquiavélico” tiene una connotación peyorativa con cierto sentido perverso. La historia no le ha devuelto el lugar que le corresponde de gran pensador por, tal vez, considerar que su percepción de poder es algo descarada, al igual que la de Nietzsche
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