Según el pensador coreano Byung Chul Han, una de las consecuencias sociales del neoliberalismo son los llamados glows up, que son los cambios que nos vende la industria como necesarios para mejorar nuestra calidad de vida, e incluye cambios físicos, estéticos o de estilo de vida para “mejorar”. El glow up se vende como un producto (dietas, cirugías, cursos de productividad), reforzando la lógica de que el valor personal depende de la capacidad de transformarse y consumir. Por cierto, dichas mejoras son promovidos como proyectos de autosuperación y siempre implican dinero y consumo de la industria alimentaria y cosmética, como no podría ser de otra manera en el capitalismo ramplón en el que vivimos. Bajo el neoliberalismo, esta idea se convierte en una obligación social: ya no basta con ser, sino que hay optimizarse constantemente para ser “exitoso”, atractivo o relevante.
Han criticado cómo el neoliberalismo nos convierte en “emprendedores de nosotros mismos”, donde la automejora se vive como una presión internalizada (ya no hay un jefe externo que nos obligue, sino nosotros mismos). Nos sentimos mal y culpables cuando nos relajamos fuera de los lugares y tiempos establecidos como correctos: las vacaciones, las pausas laborales puntuales y el descanso de casa. El resto del tiempo está prohibido no ser productivo de alguna manera ya no en lo económico, sino en lo personal, y eso degenera inexorablemente en trastornos psicológicos.
Debido a las exigencias del día a día de un trabajador que vive enajenado y esclavizado para enriquecer al capitalista, aunado a los glows up que impone esta sociedad neoliberal, se puede concluir que vivimos en una sociedad del cansancio y agotamiento, es decir, un sistema que reemplaza la represión clásica (leyes externas) por la autoexigencia positiva. El mantra neoliberal nos hace creer que todo es posible a través de la meritocracia, ocultando que el fracaso se atribuye al individuo (no al sistema). Un glow up fallido se vive como culpa personal. La obsesión por mejorar lleva al burnout (síndrome del quemado), ya que nunca es suficiente. Las redes sociales amplifican esto al mostrar glow ups irreales que generan comparación patológica.
Estamos inmersos en sociedades tóxicas de consumo y todo lo que se salga del estándar es visto como raro, diferente o extravagante. Vivimos en la dictadura de la positividad y la felicidad, donde ser exitoso es obligatorio, y escapar de la comparación es difícil por no decir imposible, generando sentimientos de frustración, impotencia e infelicidad crónicos.
Lo normal y fácil es sobrellevar las cosas hasta el agotamiento o recurrir a las drogas (legales o ilegales) para la distracción y minimización del dolor y la miseria. La psicología clásica ofrece soluciones simples al alcance de todos para esta intoxicación, pero su puesta en práctica implica un proceso de reflexión profunda y plena disposición al cual es difícil de llegar en una sociedad en la que siempre se está ocupado y el tiempo libre es limitado.
Han ofrece como alternativas la quietud y el arte, la vulnerabilidad y aspirar a pensar más en la comunidad y no tanto en el individuo. Estas ideas son similares a las que el filósofo alemán Schopenhauer describió en su libro “El mundo como voluntad y representación, cuya propuesta central para evitar la miseria y el dolor de vivir se basaba en la anulación de la voluntad y el deseo, y el disfrute del arte, la música y la naturaleza.

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