Hace poco más de seis años, se publicó un libro perverso que buscaba desarticular la narrativa hegemónica del narcotráfico y revalorarla en su justa medida, como un subproducto cultural diseñado para no perder el control poblacional que amenazaba con desaparecer tras la caída del Muro de Berlín, el fin del sistema bipolar y el fantasma del comunismo que los gobiernos latinoamericanos utilizaban como si fuera el coco para mantener a raya a sus ciudadanos y establecer los limites de lo que podían pensar, decir, hacer, no pensar, no decir y no hacer. La reciente, y estruendosamente discreta, captura en Estados Unidos de Ismael ‘El Mayo’ Zambada y Joaquín Guzmán López, desarticula el esfuerzo desarticulador de Oswaldo Zavala ―autor del libro antes referido, titulado Los cárteles no existen― y deja al descubierto no sólo la existencia de los cárteles del narcotráfico, sino ―y quizá esto sea más importante― la necesaria necesidad de su existencia para hacer frente a esa otra amenaza imaginaria que las elites privilegiadas insisten en sembrar en el imaginario colectivo: el comunismo populista destructor de todo aquello que es sagrado y de todo aquello que no lo es.
Poco importa si a ‘El Mayo’ y al hijo del Chapo los capturaron en El Paso, Texas o en algún lugar de México, poco importa si se violó o no se violó la violada soberanía mexicana, poco importa si se entregaron o los capturaron, o sí ‘El Chapito’ entrego a ‘El Mayo’. Poco importa si un hijo del Chapo engañó o traicionó a ‘El Mayo’ o sí fue ‘El mayo’ mismo ― famoso por su extrema cautela―quien pactó con el gobierno de Estados Unidos.
Lo único que verdaderamente importa es que la captura de ‘El Mayo’, el narco intocable, el más empresario de los narcos, ‘El Rey’, ‘El Grande’, ‘El MZ’, responsable de la distribución de drogas en el mundo y uno de los hombres más buscados, mantiene viva la narrativa de los cárteles del narcotráfico como héroes de novelas telenovelas y series vía streaming, como entes supranacionales que controlan el trasiego de drogas de México a cualquier rincón del mundo, sin importar cuan remoto e inaccesible resulte. No hay nada más poderoso que el narco en el mundo, ni un solo gobierno, ni un solo ejército, ni un solo nada de nada, nada, nada, nada, nada. Y, sin embargo, de vez en cando, especialmente si hace falta políticamente, uno que otro jefe de jefes, cae en manos del gobierno.
Es en ello donde el análisis racional, justificado y perfectamente argumentado que Zavala presenta en su perverso, muy perverso, libro que se opone a la narrativa oficial, enfrenta un problema. No importa si el poder de los cárteles y sus lideres ―que no son otra cosa más que la maligna encarnación del mal, un mal más malo que Stalin, Hugo Chávez o Andrés Manuel López Obrador― es verdadero o si se trata de un constructo narrativo diseñado para justificar la intervención del gobierno en áreas que resultarían injustificables si no existiera la narrativa del todo poderoso narcotráfico (piensen en “La guerra contra el narcotráfico” del pequeñamente heroico Felipe Calderón y patrocinada por el demócrata de Obama). Lo importante es la funsión que el discurso de los cárteles del narcotráfico cumple en el imaginario del aspiracionismo nacional. La clase privilegiada, sus esbirros y las huestes echaleganistas que sobreviven bebiendo del aliento de los magnates mexicanos y de las migajas que dejan caer de sus mesas, han visualizado un México dominado por el narcotráfico, un México donde sus bardas deben ser más altas, sus puertas deben estar reforzadas, sus autos blindados, sus guardaespaldas deben cubrirles las espaldas, sus hijos deben estudiar en el extranjero, y sus vidas deben vivirse de forma ajena a la realidad del grueso de los mexicanos ―que solo deben trabajar, consumir, endeudarse y seguir trabajando, para pagar sus deudas, seguir consumiendo y seguirse endeudando― para dormir tranquilos en su tranquila intranquilidad constantemente amenazada por el resentimiento y la sed de venganza de quienes injustificadamente consideran que todos debemos vivir dignamente. El narcotráfico, insisto en que no importa si existe o no existe, si es más poderoso que la Santísima Trinidad o un empleado del gobierno, justifica todos los miedos de las clases privilegiadas y sus lacayos, al mismo tiempo que les permite ponerle una raya más al tigre del terriblemente terrible populismo comunista al que se le puede culpar de todo lo que se le quiera culpar y más.
Entrados en gastos
Negar la existencia de los cárteles es negar la posibilidad de asustar a la población para que se atrincheren en la esfera del consumismo privado, para que no se arriesguen a pisar el espacio público. Esa es la importancia del narco y sus jefes de jefes, la creación de un entramado que haga imposible la construcción de una masa crítica que busque transformar sus condiciones materiales. Si ‘El Mayo’ sale de escena al ser capturado por el gobierno de Estados Unidos y es sustituido por un líder más malo y terrible que él, más joven y carismático que él, que resuene entre las nuevas generaciones de productos infodémicos, o ‘El Mayo’ hace un regreso triunfal esfumándose de donde sea que los agentes del FBI lo tengan detenido y apareciendo sin aparecer para seguir controlando el submundo de la droga, da igual. Lo que no da igual, lo que no debemos dejar de creer, con ese fervor que creen los terraplanistas, es que los cárteles sí existen, en lo más oscuro del absurdo y retorcido imaginario de las clases echaleganistas, y son, al mismo tiempo, un ejemplo a seguir y un ente maligno al cual tenerle miedo.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
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