La batalla ideológica ha estado siempre presente en México desde la conquista. Al igual que en el resto de Latinoamérica, nuestra nación, subyugada en su momento por España, experimentó una pugna entre dos cosmovisiones distintas: la comunitaria de los pueblos originarios y la individualista y eurocéntrica de los conquistadores. Hay que decir, en honor a la verdad, que la independencia de México se fraguó haciendo una importante concesión a la hegemonía católica y europeizante, pese a que muchos de los próceres del movimiento habían abrevado en las ideas de la ilustración, como Morelos o Hidalgo.
Fue así como se suscitó la Guerra de Reforma (1857-1861), a raíz de que Juárez despojó a la iglesia de bienes y de la facultad de tomar decisiones, cuestión que a día de hoy aún no se le perdona dentro de los oscuros sótanos del conservadurismo más recalcitrante, más concretamente dentro de la iglesia católica.
La revolución enfrentó en algunos frentes a maderistas y porfiristas, mientras que en otros a agraristas contra defensores del latifundio; en una lucha por el reparto de la tierra con Zapata como auténtico emblema. Cuando el país comenzaba a resarcirse del conflicto armado, sobrevino otro en occidente. La guerra cristera (1926-1929) fue una reacción de la iglesia contra la intención de Plutarco Elías Calles de acotar aún más la práctica religiosa, ante lo cual, ministros de culto locales en estados como Jalisco, Guanajuato, Colima, Aguascalientes, Zacatecas, Michoacán y Querétaro; enardecieron a sus feligreses para que se alzaran en armas y combatieran al “Estado ateo”, que es la forma peyorativa en que algunos herederos de esa lucha, como Juan Bosco Abascal, llaman aún hoy al Estado laico. La nota alta con que la ultraderecha se despidió de aquella década fue el asesinato de Álvaro Obregón, entonces presidente, quien le estorbaba a Calles para consolidar su Maximato. Convenientemente, José de León Toral, fanático perteneciente a las juventudes católicas, asesinó al llamado “último caudillo” en el restaurante La Bombilla el 17 de julio de 1928, después de haberle realizado un retrato a lápiz, el cual le mostró antes de propinarle seis balazos.
Las dos visiones de país se alejaron todavía más. En 1929 nace el PNR (Partido Nacional Revolucionario) con una muy fuerte inspiración en el modelo del Partido Bolchevique de Vladímir Lenin, que instauró el régimen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tras terminar con el Imperio Ruso en octubre de 1917 y borrar a toda la familia real, que para ese momento estaba totalmente desconectada del pueblo, al grado de preferir hablar francés en detrimento de su lengua materna. Era la primera vez que se instauraba un régimen socialista, con la firme intención de aplicar los postulados teóricos de Marx y Engels, que consistían básicamente en propiciar que los medios de producción pasaran de unas cuantas manos hacia el pueblo llano para lograr la igualdad en todos los rubros, comenzando por el económico. El comunismo era el fin último en que dicha estrategia devendría.
Sin embargo, este constructo teórico nunca se cristalizó, no solo por factores como la segunda guerra mundial y la posterior guerra fría contra el bloque capitalista, sino por una cuestión de fondo que hizo incompatible la teoría con la práctica. El socialismo, como modelo económico y de gobierno, estaba pensado para una sociedad industrializada, es decir; donde realmente hubiera medios de producción. Así pues, siempre fue difícil encontrar la forma de lograr la utopía marxista debido a que la población rusa era mayormente campesina y no se trataba precisamente de un país industrializado. Sin embargo, los centros urbanos, que sí lo estaban, permitieron la proliferación de agrupaciones de trabajadores (soviets) que se convirtieron en la principal fuerza del Partido.
Y fue entonces éste el modelo que el PNR replicó, con los sindicatos de trabajadores, la mayoría de ellos agrupados en la CTM (Confederación de Trabajadores de México) como fuerza principal, capaz de lograr enormes movilizaciones y garantizar la continuidad del partido en el poder. El PNR se erigía entonces en una fuerza revolucionaria (de izquierda) que tendría por principal objetivo la implantación de un estado de bienestar. De manera que se estaba logrando replicar con mayor éxito el modelo soviético, pues durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se corrigieron los pendientes de la revolución en cuanto al reparto agrario, pues de entrada se reconocía que México era un país rural y no industrializado. Asimismo, la alternancia presidencial, pese a no contar con una verdadera oposición, permitía que no se suscitara en el partido hegemónico el fenómeno del culto al líder.
Fue precisamente durante el mandato de Cárdenas que se implementó, nombrándolo oficialmente como tal, un modelo de educación socialista. El enfoque de los libros de texto cambió radicalmente durante el sexenio cardenista. Las situaciones que se retrataban eran del medio rural o suburbano, se hablaba de padres obreros e incluso se buscó evitar el blanqueamiento en las ilustraciones; niños morenos, como no se había concebido antes, aunque el país estuviera lleno de ellos. El enfoque igualmente se alejó de todo ensalzamiento de la iglesia católica, incluso en la materia de Historia.
Las políticas socialistas de Cárdenas levantaron tal ámpula en el sector conservador que, con nuevos bríos, los herederos de la lucha realista, anti reformista, latifundista y cristera, se organizaron para crear un nuevo partido que defendiera los valores católicos, y que ya desde entonces se emparentaría con múltiples organizaciones anti comunistas radicales, tanto a nivel nacional como internacional. Fue así como en 1939 Efraín Gómez Luna, Manuel Gómez Morín y Luis Calderón Vega, entre otros, fundan el Partido Acción Nacional para atraer el voto de un sector minoritario pero poderoso: los católicos ricos, y a ser posible, fundamentalistas.
Con el fin del sexenio de Cárdenas, quedó enterrado el modelo de la educación socialista mexicana. Al entrar Manuel Ávila Camacho, los contenidos se reajustaron para nuevamente invisibilizar la realidad rural y suburbana del grueso del país, en aras de proyectar una visión de modernidad y pujanza, dejando a un lado todo lo que oliera a marxismo. Al mismo tiempo iban tomando fuerza, sobre todo en los estados de tradición cristera, grupos como TECOS, MURO o el Yunque, todos ellos financiados por una combinación entre empresarios y miembros de la jerarquía católica, así como catedráticos de ciertas universidades, quienes utilizaban su influencia para adoctrinar a grupos juveniles en el combate activo de los también nacientes grupos pro comunismo igualmente presentes en universidades públicas del interior y en la UNAM.
Durante la guerra fría, los gobiernos del ahora PRI (Partido Revolucionario Institucional), antes PNR, se alinearon sin miramientos con la línea impuesta por Washington en su pugna contra el bloque socialista. Lo paradójico del asunto es que el PRI era un partido adecuado a una realidad muy distinta a la de un país industrializado y capitalista como EEUU, por lo que la geografía nos condenó tomar parte en una pugna que no nos correspondía como pueblo. Cuando Lázaro Cárdenas externó su apoyo al régimen de Fidel Castro durante el incidente de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, fue hecho callar por la cúpula priista. Ahí se selló el destino del socialismo, que fue satanizado en medios y mal nombrado como “comunismo”.
Con la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 y la disolución de la URSS en diciembre de 1991, el llamado comunismo dejó de ser un peligro y el capitalismo se abrió paso con toda soltura en la narrativa global, así como en la industria cultural estadounidense, consumida en todo el mundo para afianzar su ideología. En México hubo un florecimiento de la izquierda inusitado que se estrelló contra el suelo cuando Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del último presidente socialista hasta entonces, fue vedado de la oportunidad de cambiar el rumbo del país con el fraude de 1988. A la postre podemos ver que no había manera de que el proyecto del PRD (Partido de la Revolución Democrática) triunfara, puesto que la implementación del neoliberalismo no podía postergarse de ninguna forma.
Desde que AMLO fue electo como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal en 2000, diversos grupos de ultraderecha, que siempre se mantuvieron vigentes, pudieron hacer escuchar su voz alertando sobre el “peligro de tener a un comunista en el poder”; esto fue propiciado por el gobierno de Vicente Fox, que puso en la palestra de la agenda pública a reaccionarios como Jorge Serrano Limón, Luis Felipe Bravo Mena, Norberto Rivera y Carlos Abascal, entre otros.
El mandato de Calderón fue tan caótico que hasta la propia ultraderecha le dio la espalda al estar en desacuerdo con su famosa “guerra” que tuvo que inventarse para ganar algo de la legitimidad ausente a raíz del fraude de 2006. En el sexenio de Peña Nieto, tal vez el último en que la televisión definió el voto popular, todo era un panorama brumoso de corrupción, escándalos y pifias; al grado de que no había espacio ni para discutir ideologías. La sociedad mexicana llegó a un hartazgo verdadero y las redes sociales derrotaron a los medios corporativos en la batalla por las audiencias.
Desde que AMLO llegó al poder en 2018, comenzaron a reorganizarse y visibilizarse grupos integrados por antiguos muristas, sinarquistas, yunquistas, tecos, adoradores nocturnos y demás ultraderechistas; igualmente en redes sociales. Se volvió a hablar de “comunismo” al igual que en el Siglo XX. Ahora hablaban de una perversa consigna masónica, judía, comunista y luciferina llamada “socialismo del siglo XXI” o también “castro-chavismo”, fraguada en el (según ellos) maligno Foro de São Paulo, que no es otra cosa sino una organización internacional de partidos de izquierda, totalmente legal y visible al público, a la que, por cierto, aún pertenece el PRD. Lausus, Juan Bosco Abascal, Raúl Tortolero y Gilberto Lozano, entre otros, hacen estridentes campañas de redes sociales con el rosario en la mano para alertarnos sobre un apocalipsis comunista que nunca termina por llegar. Fe cualquier forma, el alcance de dichos activistas es francamente muy reducido.
El último episodio de esta lucha contra un constructo teórico de ya casi dos siglos de existencia y que jamás se llegó a instaurar en México, ha sido el vergonzoso espectáculo de los esperpénticos lectores de noticias de TV Azteca a instancias de Ricardo Salinas Pliego, quien dice propugnar por que los jóvenes salgan adelante mientras que dirige una empresa televisiva de contenidos basura que insultan la inteligencia de las audiencias, así como servicios bancarios y tiendas que inflan los precios de los productos a través de abonos leoninos que terminan por mermar la economía popular.
Como periodista, siento mucha pena por las mentes de Javier Alatorre y Alejandro Villalvazo, quienes jamás se distinguieron por mostrar preocupación alguna o alzar la voz en favor de los desvalidos. Pareciera que este nuevo acontecimiento mediático, donde los libros de la SEP son meramente un Macguffin, nos hará atestiguar la decadencia y posteriormente la caída de los monigotes televisivos a quienes les bastaba con salir de traje y engrosar la voz para proyectar veracidad e inteligencia. Quedan desnudos ante un pueblo más politizado, informado, humano e inteligente que ellos. La realidad los ha rebasado y la credibilidad los abandonó cual bandada de palomas en tarde dominical. Pobres diablos ignorantes, condenados al tormento prometeico de mostrarse a diario en cadena nacional haciendo el ridículo. Alguien, por piedad, páseles al menos este texto para que aprendan algo.
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