Ya no sé de qué forma denominar a los tiempos que vivimos, veo situaciones que vuelven a estar vigentes, que toman fuerza y necesitamos buscar soluciones. Lamento profundamente acontecimientos que están en curso. Por un lado, el asesinato de la gente, sobre todo niños en Palestina, las múltiples concentraciones masivas en el mundo no han podido disminuir tal aberración. Por otro, la devastación de las costas de Guerrero tras el paso de Otis, un huracán que dejó a nuestros paisanos en el desamparo. Finalmente, la migración constante de personas que cruzan el territorio mexicano soportados sobre la idea de que el país vecino los admitirá. Una crisis humana tras otra.
El fin de semana pasado visité la Ciudad de Oaxaca, al sureste de México. Desde niña he ido de forma esporádica ya que parte de mi familia radica en los valles centrales del estado. Conozco el camino en temporada de frío, de calor, el camino con lluvia; los paisajes han cambiado con el tiempo, pero casi siempre éstos son mínimos. Ahora se ve una zona reforestada con pinos, muy pequeños todavía para las dimensiones que llegan a alcanzar, pero grandes en términos de lo mucho que tardan en crecer. Algunas vías con más señales viales, otras zonas con signos de renovación de la carretera, en cada ocasión hay algo.
Este fin de semana hubo un cambio que me produce una sensación devastadora, angustiante. Ya en territorio oaxaqueño, personas caminando a la orilla de la carretera con dirección al centro del país. Hay que decir que no es algo atípico, en ocasiones he visto gente que camina al lado de la autopista que van con sus burros de carga, algunos con sombreros para cubrirse del sol, otros con bolsas o morrales, pues tienen como objetivo entregar o vender algo. Lo que hace diferentes a las personas que vimos ahora fueron las condiciones que las mujeres, hombres y niños muestran. Es evidente que son migrantes, no portan nada más que su fuerza para continuar con el paso. No hay ropa suficiente que los cubra si llueve o algo que mitigue el calor abrazador del día.
Las pieles son diferentes a las nuestras, por la evidente fuerza que se muestra a la vista. Cargan con niños de brazos y parecen no prestar más atención que al ritmo del paso lánguido que se mueve por inercia. La delgadez de sus cuerpos hace más evidente la masa muscular que brilla bajo los rayos de sol. Son grupos pequeños, no más de diez personas por vez. Vimos pasar unos treinta o cuarenta, no grandes cantidades. Son migrantes, personas que vienen de otros países, quizá Sudamérica o de algún otro lugar, que tratan de manera incansable de llegar a un destino que les repare una vida mejor. Que triste debe ser tener que salir de tu casa para llegar a lugares desconocidos sin nada más que la fuerza de tu ser y un par de prendas que cubren el cuerpo. La migración debería ser por gusto y no porque las circunstancias te obliguen.
Los hermanos sudamericanos no son los únicos, ya millones de estadounidenses han tenido que venir a nuestro país porque las condiciones de su lugar de origen no les permite vivir. Se habla mucho de la violencia de México, como si fuera un semillero que concentra tal situación, pero no vemos que en otros lugares se viven situaciones propias. Me dice una amiga que en Estados Unidos todos los días ocurren balaceras en las escuelas o en las calles, esto porque cualquiera tiene acceso a un arma. Las noticias que llegan a nosotros son los casos más mediáticos por la frialdad del suceso o porque llegaron pronto a los medios, pero eso no elimina su frecuencia.
La crisis de vivienda se ha extendido alrededor del mundo. En Europa los servicios básicos de agua, gas, luz, son cada vez más elevados como consecuencia de la guerra en Ucrania y las empresas privadas que controlan el abasto de los recursos. Esto afecta también a los estadounidenses, quienes comienzan a vivir la crisis inmobiliaria, ahora ya no les alcanza para tener una vida digna en su país y tienen que migrar. La diferencia entre su cambio de país y la de los sudamericanos es la posibilidad de conservar sus trabajos y realizarlos a la distancia.
Dice Perre Bourdieu que hay ocasiones en las que el capital cultural podría permitirte acceder a un capital económico, pero en la mayoría de las ocasiones, la movilidad social no acompaña a la acumulación de alguno de esos capitales. Es necesario también tener un capital social que te permita avanzar en ese desplazamiento. Este es un elemento que no debemos perder de vista, los extranjeros que quieran formar parte de un espacio geográfico diferente tendrán que echar mano de sus habilidades sociales ya que en varios casos ha habido desavenencias con mexicanos a los que no les parecen sus actitudes déspotas o colonialistas. Tenemos que comenzar a hablar el idioma de la solidaridad y la empatía para poder convivir de la mejor forma, además de regularizar sus situaciones migratorias porque quizá estamos ante un fenómeno que se mantendrá por mucho tiempo.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios