Presto a la celebración, un sector importante del PANismo progre, buena onda y echaleganista, aplaudió el triunfo de Wendy Guevara en La casa de los famosos México, reality show no ideologizado que no deviene en propaganda barata de un estilo de vida donde lo excesivo y superficial se eleva a la categoría de estandarte único al que se debe aspirar cueste lo que cueste. Sobresalieron las felicitaciones de la siempre natural Xóchitl Gálvez y la nunca acartonada Kenia López Rabadán (sorprende que no la hayan expulsado del PAN por apellidarse López, en fin), quienes sostuvieron que el triunfo de Guevara rompe tabúes y demuestra que la comunidad LGBTTTI es prioritaria para los mexicanos.
Es más, hubo quienes afirmaron —desde la derecha más derecha posible, tan a la derecha que llegan a pensar que están a la izquierda— que el Triunfo de Guevara demuestra que México no es un país transfóbico y homofóbico. No dudo que esto pueda confundir a quienes, enarbolando la bandera anticomunista y oponiéndose a los libros de texto que hipersexualizan a nuestros hijos por enseñarles que el pene se llama pene, y la vagina se llama vagina, se han lanzado de forma masiva a tramitar amparos que los protejan del virus comunista. A ellos, hay que recordarles que la derecha no está celebrando el triunfo de Wendy Guevara como una agenda del empoderamiento del movimiento LGBTTTI. No. La derecha no está preocupada ni considera una prioridad los temas de diversidad sexual, es más, la sexualidad no está entre sus prioridades si no es como dios manda, entre sacerdotes y niños o entre hombres y mujeres sometidas. Lo que la derecha progre, buena onda y echaleganista, que representa el ala más perdida del PANismo más rancio, celebra, es el confinamiento de la comunidad LGBTTTI al espacio ficticio de la televisión, el streaming y las plataformas digitales, el confinamiento de la diversidad al mundo virtual.
Reducir cualquier movimiento, en especial si lo que dicho movimiento busca es la ampliación de los horizontes culturales, al entorno virtual, es conjurarlo y limitar su potencial. Es convertirlo en un producto de consumo, de entretenimiento, en un chiste inocuo, vacío de todo elemento que pudiera perturbar el orden establecido, las buenas costumbres, la fe y la sacrosante inocencia de los niños. Por eso es importante que Wendy Guevara ganara en La casa de los famosos, porque su triunfo permite establecer un discurso fuerte y claro en la cabeza de los ciudadanos, un discurso donde se establece que está bien ser homosexual o trans en entornos virtuales, detrás de la pantalla, si eres un personaje —si alguien piensa que un reality show es real o que Wendy Guevara no es un personaje, no se preocupe, la idea es justo que piensen eso. Pero fuera de la pantalla, en el mundo real, tangible, concreto, lo que debe preservar son los machos falocentristas y el heteropatriarcado. Wendy Guevara gana porque fue confinada a permanecer en la casa de los famosos, a diferencia de quienes pierden y son condenados a vivir en el mundo que todos habitamos. Los medios de comunicación, más sabios que nuestra opositora oposición que ya no sabe a qué oponerse, son conscientes del potencial liberador que tienen —igual de liberador y libertario que Milei en Argentina— para erradicar las pestes de la sociedad que amenazan con romper el equilibrio y trastocar el orden. Televisar la revolución significa desarticular la revolución.
De ahí la importancia de que la comunidad LGBTTTI y cualquier movimiento transformador conquiste espacios en los medios de comunicación masiva, se vuelvan tendencia, trending topic, sean parte del main stream, etc. Abriéndoles estos espacios, permitiéndoles entrar a ellos, el sistema, en su infinita sabiduría, garantiza que salgan de las calles, que desaparezcan de la realidad, que pierdan esa incandescencia que amenaza con hacer arder la casa y a todos los que la habitamos. La pantalla, sea la de la televisión, tablet, dispositivo móvil, o lo que venga, se convierte de ese modo en una carpa moderna donde se exhiben los fenómenos que no se quieren ver en la calle, donde se celebra esa diversidad que afuera se condena, donde se puede ser como se quiere ser o como se es, porque no forma parte de la realidad, porque es un entorno seguro, controlado, en el que todo sigue un guion, incluso —o principalmente— cuando se cree estar improvisando.
Entrados en gastos
La lógica de La casa de los famosos debería extenderse más allá de la comunidad LGBTTTI, deberían crearse espacios de lucha en lodo entre comunistas, programas de cocina con recetas anarcoecologistas, carreras de madres afiliadas a la Liga de la leche, programas de supervivencia de animalistas. Imaginen el éxito de ver una pelea a dos de tres caídas entre Marx Arriaga y Paco Ignacio Taibo II, o el espectáculo que representaría un mascara contra cabellera entre Claudia Sheinbaum y Layda Sansores. No sólo tendrían ratings históricos, cumplirían con la noble función de erradicar todo potencial transformador de sus propuestas, desarticular lo que representan y aquello por lo que luchan, conjurando la amenaza de que las cosas dejen de estar como están, y dejen de beneficiar a quienes benefician.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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