En México las mujeres obreras representan más del 35% de los puestos laborales ocupados de los más de 9 millones de trabajadores empleados tan solo en las manufacturas que se producen en México para la industria del vestido, automotriz, aeroespacial, de microcomponentes de electrónicos y equipo médico, es decir, 3 millones 150 mil mujeres son trabajadoras de la industria manufacturera nacional orientado para las exportaciones.
De este ramo industrial caracterizado históricamente por subsumir en las peores condiciones de contratación y subcontratación laboral, se ubican más de 1 millón 773 mil, 450 mujeres, lo que representa el 56.3% de los empleos femeninos de la industria maquiladora textil, solo por mencionar un sector productivo, que fue durante más de una década la más dinámica y rentable en términos de la organización industrial deslocalizada en el modelo de producción de valor agregado en las cadenas globales de producción.
Es por ello, que considerando el impacto del trabajo femenino en la generación de valor en México es de vital importancia comprensiva partir de algunos elementos históricos que nos permitan resignificar las formas organizativas de las mujeres en el mundo del trabajo.
Por ello quiero decir, que no perdamos de vista, que el origen de la violencia estructural contra las mujeres, radica esencialmente, desde mi punto de vista, en el sistema pernicioso de relaciones sociales, llamado capitalismo.
La emancipación de las mujeres no es contra los hombres, si no, una necesidad urgente de transformar las condiciones objetivas y subjetivas que se nos presentan como determinaciones históricas, que en este modo de organización social lo que se entiende por libertad, es solamente un concepto relativo que disfraza las diversas formas de explotación de nuestra existencia.
En México, como en América Latina, el proceso de colonización y la consolidación de la gran industria, significó para las mujeres, que la incorporación al trabajo intensivo asalariado se desarrollaría bajo las mismas condiciones de violencia sistemática laboral, como ocurrió en el viejo continente.
La división social del trabajo por una parte, hizo que las mujeres se conviertan en las reproductoras de la fuerza de trabajo y las responsables de la economía de los cuidados domésticos, las mujeres deberíamos ocuparnos de garantizar que los hombres estuvieran en condiciones óptimas para ingresar a la fábrica día con día.
El trabajo doméstico y la consolidación de la familia moderna heteronormada, sería la forma organizativa o la célula primaria de reproducción de la fuerza de trabajo para el capital.
La transferencia de los costos del mantenimiento de la fuerza laboral recaería en las mujeres en un primer momento. Posteriormente, el desarrollo de la gran industria, atrajo consigo la integración de las mujeres y los niños a las fábricas.
Talleres y fábricas remplazaron progresivamente el trabajo masculino por trabajo femenino e infantil.
Las habilidades manuales de las mujeres con edades de entre los trece y los dieciséis años, están en el momento “óptimo” del desarrollo fisiológico y evolutivo de la especie humana caracterizado por ser el periodo de maduración en el que la coordinación mano-ojo se convertiría en la cualidad que el capital tomaría como principal ventaja productiva; y la necesidad de conseguir ingresos que permitieran el consumo de apenas lo necesario para la sobrevivencia de ellas y sus familias, causó inmediatamente la degradación vital de las mujeres tras la suma de condiciones materiales, físicas y mentales que enfrentarían por siglos.
Los patrones capitalistas, han preferido históricamente emplear a las mujeres para las manufacturas porque las consideran más dóciles, diestras en algunas tareas específicas, dotadas de más paciencia, vulnerables, manipulables, responsables y sobretodo más baratas.
La falta de regulaciones laborales en la historia del trabajo moderno en el mundo entero, ha creado un gran vacío sobre las condiciones en las que se emplea a la fuerza de trabajo femenino.
De acuerdo con la Secretaría del Trabajo de México (2017), más del 51% de mujeres trabajadoras de la industria ha sido víctima de algún delito laboral o por contratación engañosa, solo por su condición de ser mujer.
Los talleres textiles han sido centros de explotación femenina, desde el siglo XVIII hasta el presente, en donde básicamente el modelo de productivo funciona en las mismas condiciones de precariedad y violencia.
Tan solo en Centro América 263 mil mujeres son explotadas en la industria maquiladora para la exportación. En algunos lugares representan hasta el 90% de las mujeres empleadas en las zonas francas.
De acuerdo con datos del INEGI, 118,951 mujeres se emplean solamente en la industria de manufacturas de electrónica.
En la industria maquiladora suele emplearse a mujeres de entre 15 y 35 años de edad, la mayoría son madres solas y carecen de estudios profesionales.
Los registros específicos sobre la vida de las mujeres en la industria nos permiten afirmar que el deterioro de la clase trabajadora femenina es un asunto preocupante, por ejemplo:
La desnutrición crónica, que es una consecuencia de la pérdida de la capacidad adquisitiva del salario mínimo en los países latinoamericanos, al que se suma la reducción de más del 46% del tiempo empleado en las comidas.
Diversos estudios sobre la salud de las trabajadoras afirman que las obreras de la industria maquiladora sometidas a estrés prolongado presentaron cifras disminuidas de anticuerpos, que produce una elevada presencia de padecimientos inflamatorios como faringitis, amigdalitis y sinusitis; depresión, ansiedad y transtornos del sueño.
El abandono de las actividades del cuidado materno infantil derivados de la incorporación al trabajo, ha elevado la incidencia de bajo peso en los recién nacidos; además, los niños no son lactados el tiempo suficiente que asegure una adecuada nutrición para el desarrollo físico, motriz y psicológico de los infantes.
Antes del 2018, la política pública había hecho proliferar estancias infantiles de tiempo completo que no contaban con las condiciones mínimas para su operación, en las que una gran cantidad de casos de violencia infantil se registra en las últimas décadas. En México, en el estado de Sonora, la tragedia ocurrida en la guardería ABC donde 49 niños perdieron la vida y muchos más resultaron severamente lesionados, es un claro ejemplo de la negligencia y corrupción del Estado mexicano neoliberal y su complicidad con las políticas laborales desplegadas desde el orden económico global.
El alcoholismo, el tabaquismo, afecciones psicosomáticas, las enfermedades de transmisión sexual, daños en la salud reproductiva y un alto índice de abortos de las trabajadoras de la industria maquiladora, son una consecuencia de la dinámica del trabajo femenino intensivo y en una gran cantidad de casos, éstos no se tipifican como enfermedades que causen incapacidad laboral.
Para las operadoras de la maquila de exportación de microcomponentes de la industria electrónica de alta especialización tecnológica se registra un alto nivel de transtornos relacionados con exigencias mentales, afecciones visuales, neurosis, cefalea tensional, gastritis, colitis, hipertensión, mialgias, neuralgias, lumbalgias y fatiga muscular.
Las trabajadoras afectadas por las actividades manufactureras son desplazadas y sustituidas rápidamente por nuevas trabajadoras sanas.
Por otra parte, el daño en órganos vitales por el contacto con químicos industriales, constituye otro gran problema de salud laboral, existe una alta incidencia de malformaciones en el desarrollo de bebés, que durante el proceso gestación fueron expuestos a sustancias tóxicas empleadas en diferentes procesos productivos industriales.
Y cabe añadir que, por el manejo de desechos de químicos tóxicos se producen graves daños ecológicos que también impactan en la calidad de vida de las comunidades de procedencia de los trabajadores. Por ejemplo, la industria minera que explota recursos bajo el método de cielo abierto contamina los mantos friáticos y produce el envenenamiento de la flora y la fauna silvestre; pero además, ya se registran múltiples casos de nacimientos de niños acéfalos, con malformaciones y una alta incidencia de cáncer.
De la producción manufacturera de la industria maquiladora textil, las enfermedades más comunes son de vías respiratorias, hipertensión arterial, infecciones urinarias y un alto porcentaje padece de dolor de cabeza a causa del ruido constante en los centros de trabajo.
Si miramos las condiciones del trabajo industrial femenino contemporáneo, podremos encontrar una y otra vez la misma historia en una naturaleza de espirales de violencia recrudecida.
Mujeres que trabajan como costureras en talleres textiles semiclandestinos, aglutinadas en fábricas que no operan bajo normas regulares, con contratos de trabajo flexibles y salarios miserables, que trabajan más de ocho horas al día, que sufren acoso sexual por sus patrones o el desprecio de los capataces de línea; y en relación con el traslado de los domicilios a los centros trabajo existe potencialmente el riesgo de ser atacadas por hombres.
Las obreras de la maquila textil fabrican prendas de vestir que serán vendidas en otro país para marcas globales como Nike, Rebook, Adidas, Guess, Gap, Tomy Hilfilger, entre otros.
Una y otra vez las fábricas textiles donde trabajan mujeres, casi niñas, se incendian y mueren ahí dentro cientos de ellas.
Una y otra vez las fábricas textiles se derrumban en los temblores y nadie sabe nunca quienes eran ellas.
Las obreras que producen microcomponentes electrónicos en el norte de México, son víctimas también de feminicidio, muchas de ellas salen hoy a trabajar, pero una gran número jamás regresará a casa. Se considera que más de 700 mujeres trabajadoras han sido asesinadas tan solo en Ciudad Juárez, en los últimos 10 años.
Las trabajadoras de la maquila representan un grupo social sumamente vulnerable, se trata de un sector de la población que ha abandonado sus estudios básicos, han migrado hacia los centros productivos, dejando sus casas en busca de un ingreso que les permita liberar la carga económica doméstica en sus lugares de origen.
La lógica de la demanda de la fuerza de trabajo femenino es atroz, la velocidad de contratación de mujeres es equiparable con la cantidad de trabajadoras “desechadas” de los puestos de trabajo, aquí nadie es imprescindible, y la desvalorización de la fuerza de trabajo femenino opera en el sentido inverso a la disponibilidad de trabajadoras dispuestas a ocupar los puestos de trabajo.
Aparentemente la incorporación de las mujeres al trabajo les dota de “libertad” e “igualdad”, pero en la vía de los hechos, podemos observar cómo se ha cargado de una doble jornada de trabajo a las mujeres, por una parte el trabajo fuera de casa y al terminar, queda aún por resolver todas las actividades domésticas que le han sido históricamente conferidas.
Y es que la clase trabajadora femenina es una fuerza social en potencia, por ello es que encuentro necesario acudir a la deconstrucción de lo que categorialmente implica ser mujer.
Necesitamos resignificar nuestra historia, recuperar el coraje y la sabiduría de las luchas que nos antecedieron, necesitamos recapitular y organizar las nuevas revueltas femeninas.
Porque debemos decir también que las conquistas históricas de las mujeres emanaron de revueltas femeninas que transformaron el mundo del trabajo.
Es necesario que nos despojemos del fardo de la feminidad capitalista, debemos empezar a construir una ética fundamentada en la sororidad y empoderarnos políticamente para incidir, resistir, transgredir y crear en una lógica fraterna y comunitaria una nueva humanidad.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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