Hace seis años, quienes por mucho tiempo pugnamos con esperanza por el progresismo, nos maravillamos con la irrupción de las masas, otrora aletargadas por la cultura televisiva y ahora politizadas y conscientes de que nuestro país necesitaba aun cambio definitivo. Y cual si fuéramos un país europeo, de esos donde la gente vive en civilidad, pero a la vez no se guarda nada cuando de discutir se trata por el grado de información que manejan; nos convertimos en punta de lanza para Latinoamérica como sociedad. Se desató una auténtica batalla cultural y una lucha de clases que no llega a ser encarnizada, pero que se vive de manera muy intensa en redes sociales y en cualquier espacio de la cotidianidad donde haya cabida para el debate, que, afortunadamente, cada vez es más frecuente.
Puede que algunos no lo recuerden y otros tantos no estén conscientes de ello, pero cuando la derecha y sus partidarios -de los cuales pocos están dispuestos a asumirse como derecha- hablan de que AMLO polarizó o dividió al país, admiten que les gustaba más aquel antiguo estatu quo en que el desconocimiento, la ignorancia y el desinterés por la política como una postura que supuestamente daba prestigio social, pues para ellos era un escenario idílico. Preferirían que los temas de discusión giraran en torno a las tendencias del entretenimiento provisto por las grandes televisoras; los reality shows, el fútbol, las telenovelas y alguno que otro escándalo de corrupción intencionalmente visibilizado para que las audiencias afianzaran su creencia implantada por el mismo sistema de manera muy conveniente: todos los políticos son iguales, todos roban, la política es para los políticos, solo prometen y no cumplen, etc.
Como trabajador del Estado, reflexionaba con una compañera hace unos días sobre estos temas, pero sobre todo me preguntaba por qué los fondos de retiro de los trabajadores se encuentran en manos de privados, ahora que estuvieron las famosas Afores en la discusión pública. Concretamente me planteó esa pregunta y yo le respondí que eso se debe a dos factores: el primero es que teníamos gobiernos que en todo momento hacían lo posible por escatimarles a las clases populares derechos que derivaran en “gasto excesivo”, y si se podía llevar esto hacia las arcas de los empresarios, qué mejor. El segundo es que éramos una sociedad aletargada por la cultura televisiva y que concretamente, cuando la iniciativa en cuestión se votó en el Congreso, estábamos despreocupados viendo las nominaciones de Big Brother.
Uno de los cambios más importantes que hemos experimentado es precisamente que ahora el pueblo está al tanto de las iniciativas de ley que se votan en el Congreso. El sistema estaba diseñado de tal forma que si una persona en el entorno familiar, laboral o de amistades emitía algún comentario sobre las iniciativas votadas, sobre la clandestinidad y el ocultamiento de los medios de la aprobación de iniciativas lesivas para el pueblo; se le estigmatizara y se le dijera amargado, rojillo, paranoico, conspiranoico, huevón, argüendero y demás adjetivos, muchos de ellos provenientes de la propia televisión, donde se caricaturizaba a personajes disidentes y se hacía énfasis en características negativas. La llamada división y polarización que acusa la derecha consiste básicamente en pensar que todos éramos hermanitos y estábamos muy felices antes de estar politizados. Solo por dar un dato sobre cuánto hemos cambiado como sociedad, en la votación por la reforma energética, en abril de 2022 nos congregamos más de 2000 personas afuera del recinto de San Lázaro para estar pendientes del resultado. Asimismo, hubo coberturas de medios independientes y la gente los sintonizó por iniciativa propia. El resultado no acompañó debido a que no se contaba con mayoría calificada, y esto no derivó en disturbios ni nada parecido, de manera que incluso, en nuestra evolución acelerada nos saltamos la etapa de violencia que a veces ha sido necesaria en otras revoluciones modernas. La nuestra es pacífica, pero avanza sin retrocesos.
Sin embargo, aunque una gran parte de la población se ha politizado, ya sea hacia la izquierda o hacia la derecha, sigue existiendo un espectro muy amplio de personas que dicen «yo no voy a votar». Ya de entrada, el escuchar de viva voz esa frase es realmente escalofriante. Los argumentos de quienes tienen la osadía de declarar tal despropósito -porque realmente en estos tiempos, tener una postura tan irresponsable resulta oneroso- están motivados por el atraso. Algunos aún están en el esquema de entretenimiento televisivo o simplemente se adaptaron al nuevo esquema del entretenimiento barato en redes sociales. Ambas opciones conforman un mensaje disuasor, que sigue alejando a la gente de la política de manera muy conveniente. Pero como lo dije antes, esto es cada vez menos común y vaya si hemos avanzado en estos años.
Y ante todo este panorama, se vienen las últimas dos semanas para las campañas. Realmente no ha habido cambios. Claudia Sheinbaum sigue haciendo una campaña decorosa y de contacto con el pueblo. Xóchitl Gálvez, en su afán de llamar la atención habla de más y evidencia mucha ignorancia, así como menosprecio por el pueblo, como en un reciente mítin en que penosamente utilizó un acento fingido para tratar de empatizar con pobladores de una zona rural hidalguense. Jorge Álvarez Máynez, aunque representa la anodina opción política de otra facción de la élite que solo quiere servirse del poder, ha podido abrirse camino y restarle votos a la opción del PRIAN. No es nada descabellado que termine en segundo lugar.
Aunque algunos analistas, sobre todo de la oligarquía -siempre bien representada en los medios tradicionales- acusan una campaña sosa y aburrida, hay que recordarles que no se trata de generar rating, sino de que la democracia funcione. Las campañas pasadas tenían un cierto componente de estupor e incertidumbre, y solo se volteaba a ver a la política por una cuestión de morbo en periodo electoral. Esta campaña les puede resultar aburrida porque la tendencia jamás cambió, pues Claudia Sheinbaum va arriba en las encuestas debido a que las convicciones de quienes votaremos por ella se han venido solidificando en seis años, y todo gracias a la buena gestión de AMLO, pero también a la labor que, con él a la cabeza, hemos llevado a cabo como movimiento. Aunque el término “revolución de las consciencias” pueda resultar demasiado pomposo, la verdad es que realmente se va consolidando de forma satisfactoria.
No hay emoción por saber quién ganará la elección. Lo que realmente entusiasma es que le daremos continuidad a lo que denominamos Cuarta Transformación. Esos que piden el voto para Xóchitl Gálvez “por amor a México” son la gente que extraña los millones de pesos en sus cuentas originados por la corrupción, para gastarlos en viajes por Europa. Los apátridas y sus corifeos de los medios tradicionales, que se ostentan como “periodistas profesionales”, van a sufrir otra derrota de la cual tardarán mucho en recuperarse. Van a seguir inventando nexos con el narco, supuestos escándalos de corrupción y promoviendo el odio. Sin embargo, el proceso que estamos viviendo no tiene vuelta atrás, y eso me hace por fin sentir orgullo genuino porque el pueblo mexicano atendió al llamado de la historia. Pero como esto es una democracia, lo digo con toda tranquilidad: para quienes opinen distinto, este 2 de junio, impávidas e inequívocas estarán esperando las urnas. Todo lo demás, como diría el buen Andrelo, es pura politiquería.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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