Es imposible entender el ascenso de Estados Unidos como potencia mundial sin reconocer el papel central de los inmigrantes en su desarrollo. Desde sus inicios, la construcción de su sociedad y economía ha sido impulsada por olas migratorias que trajeron consigo fuerza de trabajo, innovación y diversidad cultural.
El arribo masivo de irlandeses e italianos, entre otros grupos, en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, es un ejemplo clave. Estos inmigrantes llenaron los espacios de una economía en expansión, trabajando en fábricas, minas, ferrocarriles y otras industrias que eran la base del desarrollo industrial estadounidense. Su aportación no solo fue laboral: trajeron tradiciones culturales y políticas que influyeron en la formación de comunidades y, eventualmente, en su política nacional.
El trabajo de los inmigrantes europeos fue fundamental para construir el poderío estadounidense que conocemos hoy. Estos grupos trajeron consigo mano de obra, habilidades y una determinación forjada en condiciones adversas, lo que resultó crucial para el desarrollo industrial, económico y social de la nación.
El famoso lema “tierra de la libertad” contrastaba con el viejo mundo al ofrecer una promesa de oportunidades para quienes llegaban a suelo estadounidense. En Europa, muchos enfrentaban persecución, pobreza y la rigidez de jerarquías sociales que limitaban su movilidad. En cambio, Estados Unidos proyectaba la imagen de un lugar donde era posible empezar de nuevo, ascender socialmente y garantizar un futuro mejor para las siguientes generaciones. Y, esa es la base tangible de lo que significan (de una forma romantizada) los Estados Unidos.
En una etapa más contemporánea, la fuerza laboral inmigrante en Estados Unidos ha cambiado: los europeos de antaño han sido reemplazados en gran medida por inmigrantes latinoamericanos, principalmente mexicanos. Así como en su momento los irlandeses, italianos y otros europeos construyeron la base industrial del país, hoy son los trabajadores latinoamericanos quienes sostienen sectores fundamentales de la economía estadounidense.
La agricultura, la construcción, el servicio doméstico, la manufactura y la industria de alimentos dependen en gran medida del esfuerzo de estos migrantes. Son ellos quienes cultivan y cosechan los alimentos que abastecen a la nación, quienes levantan los edificios de las grandes ciudades y quienes realizan los trabajos esenciales que muchos ciudadanos estadounidenses no están dispuestos a desempeñar. Sin su presencia, la economía estadounidense colapsaría en diversas áreas.
Donald Trump, descendiente de inmigrantes europeos, representa la paradoja de una nación que se construyó gracias al trabajo de los migrantes, pero que ahora los criminaliza. Su discurso y políticas antiinmigrantes ignoran el papel fundamental que los trabajadores latinoamericanos desempeñan en la economía de Estados Unidos, repitiendo la misma retórica de exclusión que en su momento enfrentaron los europeos que hoy son considerados “americanos de bien”.
La familia de Trump proviene de Alemania, y su abuelo, Friedrich Trump, llegó a Estados Unidos en busca de oportunidades, al igual que los millones de inmigrantes mexicanos y latinoamericanos que hoy sostienen sectores esenciales de la economía. Sin embargo, mientras los europeos fueron eventualmente integrados en el tejido social estadounidense, los latinos enfrentan una barrera de discriminación, persecución y discursos de odio promovidos por figuras como Trump.
Es profundamente paradójico. Donald Trump, cuyo linaje está vinculado a la migración europea que ayudó a forjar el Estados Unidos industrial y globalmente hegemónico, ha sido uno de los mayores críticos de los inmigrantes contemporáneos, especialmente de los latinoamericanos. Este contraste evidencia una doble moral histórica: mientras los inmigrantes europeos del pasado fueron gradualmente aceptados e incluso celebrados, los migrantes actuales enfrentan criminalización y rechazo, a pesar de desempeñar un papel igualmente vital en la economía y la sociedad.
La paradoja radica en cómo Trump, como descendiente directo de una familia inmigrante, ha adoptado políticas y discursos que niegan a otros el mismo sueño de oportunidades que permitió a sus ancestros prosperar. Su narrativa antiinmigrante no solo ignora la historia de su propio linaje, sino que también niega la realidad de que el sistema económico estadounidense depende, en gran medida, del trabajo de aquellos a quienes demoniza.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios