Terminó la dictadura macuspánica. Dejó el poder ese sujeto que se aferró al poder y no lo soltó jamás. Se acabó la eterna presidencia de López Obrador que sólo duró seis años, exactamente lo que han durado el resto de las presidencias desde que en México se celebran elecciones democráticas. Para la enorme mayoría, para quienes apoyan al cuatrero gobierno cuatrotero, para quienes no se dan cuenta que no pueden darse cuenta de que no se dan cuenta que el gobierno existe para servir a los intereses de las clases interesadas, se trató de un gobierno lleno de aciertos que redujo la pobreza, hizo constitucionales los programas sociales, aumentó el salario mínimo como nunca antes ningún prudente y responsable gobierno lo había hecho, acabó con al discrecionalidad en la condonación de impuestos, manejó de forma prudente las finanzas públicas, eliminó los gastos superfluos y —sobre todo— gobernó con honestidad.
Para otros cuantos, para los detractores que saben que solo su saber importa, fue un gobierno con nimios resultados económicos, con una política educativa ideologizada (disculpen el paréntesis, es que sigo buscando un sistema educativo sin ideología), con nulos resultados en salud y una terrible política de seguridad, un gobierno que regaló dinero para ganar votos y consolidó un sistema de propaganda matutino con sus mañaneras. Para ambos, detractores y aplaudidores, aunque con lecturas opuestas, fue un gobierno que desarrollo obras que nunca se habían desarrollado como el corredor interoceánico, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el Aeropuerto Felipe Ángeles. Lo que nadie dice, ni los unos, ni lo otros, ni ninguno, es que se trató de un gobierno que nos deja la peor de las herencias que un gobierno pueda dejar: gente que se siente con el derecho a ser genuinamente representada, vista, escuchada, gente que demanda ser tratada con dignidad, como iguales.
El problema del obradorato obradorista de López Obrador es ese, el de haber desarrollado una política de frente a la ciudadanía, al pueblo, al electorado, a la gente. Una política que permitió que más del 70% de la población se sintiera identificada y no avergonzada de ser quienes son ¡Se imaginan el horror que ello representa! ¿Se imaginan la dificultad que implica para la clase aspiracionista, hueste defensora de la clase privilegiada, que ha vivido toda su vida esforzándose por ocultar quienes son y de donde vienen, ver que aquellos a quienes están acostumbrados a mirar hacia abajo, quienes no pueden vivir con las tarjetas de crédito a tope porque los bancos no les conceden créditos, están orgullosos de ser quienes son y de tener un estilo de vida ajeno al de aquellos que creen que el apellido les crece? El daño que ello acarrea implicará décadas, de trabajo para ser revertido. No se trata de un daño económico, no se trata de un daño a la estructura política. No. Se trata de un daño a las entrañas mismas del sistema social que se cimentó, durante siglos, sobre la humillación permanente y sistemática del grueso de la población, sobre el sobajamiento del otro para garantizar que el otro ni siquiera fuera capaz de pensar que podía pensar, sentir que tenia derecho a sentir, mirar que podía mirarse y —mucho menos— decir que podía decir.
Lo de menos son los programas sociales, el aumento al salario mínimo, las reformas constitucionales, el no entreguismo a los capitales y los intereses extranjeros. Eso importa poco, lo verdaderamente y de toda verdad importante, el daño de todos los daños, estriba en esa espantosa situación que hace que el otro, el que siempre debió vivir aplastado, se ponga de pie y haga oír su voz. Los programas sociales, el aumento al salario mínimo, las reformas constitucionales, la falta de entreguismo se pueden echar para atrás con poca dificultad, basta con tener mayoría en las cámaras y todo eso desaparece. Lo que no se echa para atrás tan sencillo es que el otro se asuma como otro y no quiera ser como aquellos que se consideran únicos y ejemplares, modelos a seguir dentro de un estilo de vida al que los marginales no solo no aspiran, sino que se oponen. Fueron necesarias una conquista sanguinaria, la imposición del sistema de castas, la explotación en los latifundios y frentes de batallas, la humillación continua y constante de la población no privilegiada durante casi quinientos años, para doblegar la voluntad de quienes deben permanecer sin voluntad y vivir al servicio de quienes tienen todo el derecho divino de servirse del otro para que ese sistema funcionara y hoy, luego de seis años, Andrés Manuel, con su afán destructor, lo ha herido de muerte.
Entrados en gastos
La opositora oposición que se opone a todo con tal de oponerse no se ha mostrado a la altura de las circunstancias y parece no entender que el daño es más profundo de lo que alcanzan a entender. Se desgastan en pequeños incendios como la no invitación del Rey de España, alteza de todas alas altezas de aquellos que mueren por ser tratados como súbditos, cuando deberían estar recorriendo el mundo civilizado —ese que es gobernado por hombres blancos y heterosexuales— buscando un heredero, apoyado por un ejército ejercitado en las artes de invadir y humillar a la población invadida, dispuesto a venir a estas indómitas tierras salvajes, plagadas de barbaros, a someter a la población y hacerle entender que el único entendimiento posible y la única razón de su existencia es la de servir a la clase privilegiada, agachar la cabeza frente a ellos y caminar por el camino que el Fondo Monetario Internacional ha trasado para ellos y las naciones en las que ellos habitan. Levantar la cabeza y sonreír orgullosos y llenos de esperanza es un peligro en el que peligrosamente el obradorato, con su humanismo mexicano, nos está condenando a vivir.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
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