La herencia que nos dejaron

El pasado 2 de junio, en el seno de la XL reunión plenaria de la conferencia permanente de partidos políticos de América Latina, Porfirio Muñoz Ledo, cobijado bajo la figura del dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno, hizo un llamado al entendimiento, al Presidente Andrés Manuel Lopez Obrador a “no heredar su contubernio y asociación con el narco”. Durante el nombrado evento, en el que el máximo líder priísta rindió protesta como Presidente de dicha organización para el período 2022-2026, el chapulín multipartidista de 88 años y expresidente de la cámara de diputados por MORENA y ahora convertido en férreo crítico del actual gobierno, comparó la gestión de López Obrador con el “maximato”, al argumentar que los recursos del gobierno federal y del narcotráfico se fusionan, asumiendo así la omnipotencia del primero y finalmente afirmando que hace falta elaborar un nuevo pacto de poder.

Desde que en México se inició una guerra contra el crimen organizado, durante el sexenio de Felipe Calderón, la ciudadanía comenzó a experimentar como algo cotidiano y con una duración que alcanza a vivirse hasta nuestros días: muerte, desolación, abandono y traición institucional. Dichas experiencias aberrantes, dejaron también, como huella indeleble a su paso, una sensación de odio o recelo generalizado entre la población.

Las muestras de violencia extrema que han desarrollado los distintos grupos delictivos a lo largo y ancho de nuestro país y la cercanía de estas vivencias a la gente común, hizo que pululara la creencia de que la vida es así, de que las personas son de esa manera y de que es un modo normal de actuar. Fue entonces que esta nueva realidad cayó como un mazo en la conciencia, sobre todo de los más pequeños en las familias, quienes adoptaron actitudes, comportamientos y costumbres que luego se hicieron famosas y celebradas en narcocorridos y series de televisión. La cercanía con la muerte que tuvieron las, entonces, nuevas generaciones; el hecho de que para muchos de ellos fuera una realidad y hasta costumbre aprender a vivir sin algún familiar, resultado de la violencia, provocó que existiera una carestía de valores y en consecuencia, descomposición social. Si existían diferencias, fricciones y hasta rencores entre segmentos de la población, con esta inyección de violencia prolongada durante tanto tiempo, dichos sentimientos y emociones se exacerbaron.

Haciendo alusión a las palabras de Porfirio Muñoz Ledo, esa ha sido la herencia maldita que nos dejaron los gobiernos de la oposición, con los que él, por cierto, colaboró durante la mayor parte de su vida; por eso es que para ellos y para muchos mexicanos resultan risibles sentencias tan firmes y directas como “abrazos, no balazos”; por eso es que les resulta incomprensible dejar libre al hijo de un capo, en un mal planeado operativo militar, para evitar las muertes de personas inocentes en reprimenda por su captura; por eso es que les resulta difícil pensar en que los delincuentes también son seres humanos, con derechos y pertenecientes a una sociedad de la cual son reflejo, abandonados por políticos indolentes que se enriquecieron a expensas de recursos que estaban destinados a gente de escasos recursos, que tuvieron que vivir al margen de la ley, la alternativa para no morir de hambre, para salir de la pobreza, mientras contemplaban, como el resto del pueblo, los excesos de sus gobernantes, bajo una carencia total de valores pero también, de remordimiento; probablemente pensando “si lo hace el presidente, diputado o gobernador, ¿por qué no lo voy a hacer yo?”.

Entre las grabaciones que evidenciaron el corrupto actuar del mandamás del PRI en vísperas de elecciones; las palabras emanadas del otrora solemne octogenario del partido que mantuvo en el país una “dictadura perfecta” durante cerca de 80 años y los resultados obtenidos en la contienda electoral el pasado domingo, en la que su antiguo partido recibió una estocada mortal de cara a las elecciones del próximo año en Coahuila y el Estado de México, así como las federales del 2024; es claro que la mayoría de la gente que ha sufrido una y otra vez las vicisitudes y agobio de la violencia nacida en el prianato, se cansó finalmente de seguir viviendo entre la carestía y la zozobra de la herencia que nos dejaron.

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