La egolatría es una de las características de la personalidad que más adorna a muchos de nuestros políticos. El ególatra es un personaje que siente veneración por sí mismo y espera ser venerado por los demás. Es un narcisista que no se besa porque no se alcanza. Necesita ser siempre el centro de atención y solo piensa si sus acciones le van a favorecer porque lo que más le interesa es triunfar, el poder y el dinero.
Se alimenta del halago, así que suele rodearse de mediocres que le llenan los oídos con lisonjas y alabanzas. Su falta frecuente de autoestima le lleva a necesitar la aclamación de las multitudes. Suele ser bastante envidioso y no acepta de buen grado los éxitos ajenos aunque sean de sus compañeros. Al que destaca o cree que pone en peligro su liderazgo lo destituye de inmediato. Llevarle la contraria es peligrosísimo porque el susodicho siempre tiene razón y, si no la tiene, también la tiene.
Son muchos los políticos a los que su condición de ególatras les ha llevado a la actividad política. Muchos de los presidentes de derecha que hemos tenido en el Gobierno han sido ególatras de manual y, aunque no son tan inteligentes, están convencidos de que son elegidos por los Dioses para dirigir el destino de los mexicanos.
Con bastante frecuencia en los partidos políticos hay choques entre sus dirigentes producidos por ataques de egolatría que llegan a convertirse en auténticas crisis, por las ansias de poder, el sentirse indispensables y dueños de la verdad. Recuerdo que el año pasado Ricardo Monreal se sentía perdido porque no lograba realizar sus ambiciones de ser candidato a presidente de la república. Andaba haciendo berrinches y despotricaba contra la 4T en todos los medios vendidos que se relamían los bigotes con el escándalo de sus declaraciones. Nunca olvidaré su cara de estupefacción e incredulidad cuando en las encuestas internas de morena obtuvo un doloroso 2 por ciento de las votaciones.
El súbito silencio del despreciado “Monriz” sobrevino después de haber negociado algún cargo de consolación para él y la candidatura de su heredera “Caty” Monreal en la alcaldía ya varios años en su poder, la Cuauhtémoc.
Así como buen político de izquierda “Monriz” sacrificó su ego para conseguir mantener su modus vivendi en la actividad política. Lo importante es estar bien remunerado y perpetuarse en los cargos, aunque se tuvo que meter su orgullo en salva sea la parte.
El psiquiatra Jonatahn Devison y el ex político británico David Owen, describieron el llamado “Síndrome de Hubris“(del griego hýbris, “desmesura”) como: “El comportamiento cuasi-patológico de algunas personalidades que alcanzan el poder y se encuentran en posiciones de liderazgo político. El mostrar un orgullo extremo, un exceso de confianza en sí mismo y un desprecio absoluto por posiciones que no son las propias, serían las características más llamativas de este cuadro sintomático.”
En México, el presidente ególatra quizá más maniático y ambicioso de los últimos tiempos (sin contar a Santa Ana, Iturbide, Porfirio Díaz, Gustavo Díaz Ordaz y Peña Nieto) ha sido Carlos Salinas de Gortari que aún en nuestros días es consultado como el santo oráculo por sus correligionarios. Este sicópata era el “hombre fuerte” del PRI con un enorme ego, reconocido como “un barón” con mucha capacidad de decidir, con arrestos suficientes para llevar el peso del poder y con el cinismo necesario para sostener la responsabilidad en sus espaldas.
Salinas representa al narcisista político quien no fue capaz de tomar en cuenta a diversas voces disidentes, actuaba como iluminado descendiente de los Dioses, creyendo que sus posicionamientos eran geniales y representativos de los valores de una masa que afirmaba representar.
El narcisista político es una actitud mayoritariamente masculina, aunque no exclusiva de los hombres. Ejemplo de ello son personajes femeninos como Elba Esther Gordillo, Rosario Robles o Martha Sahagún. De hecho, los Ególatras se encuentran en todos los niveles de participación política: movimientos autónomos, centros sociales auto gestivos, activismo (ecologistas, feministas, vivienda, etc). Así como en todos los espacios que congregan una cuota de poder por pequeña que sea: universidades, Ongs, sindicatos, consejalías o hasta juntas vecinales.
El individualismo radical campa a sus anchas, en los diferentes lugares de socialización o en los diversos tipos de relaciones afectivas. Nadie quiere perder ni un ápice de lo que tiene, da igual lo que esté en juego, sea material, ideológico o moral. Todo se defiende a capa y espada y si es humillando al otro, mejor.
Dice el psiquiatra Luis Rodríguez en su artículo “Egocracia, la dictadura del yo” que “El ombliguismo, la obstinación, la rigidez de pensamiento o la incapacidad para la escucha es sintomatología de un ego bien inflado y una incapacidad para asumir la alteridad. El “es mi opinión”, cancela toda posibilidad de consenso, búsqueda de puntos de encuentro o debate, pareciendo que cualquier alusión al “yo”, de entrada, diera cierto aire de verdad o inviolabilidad al argumento. El mito del respeto a cualquier opinión, por extravagante o incierta que sea, se impone; aunque sea profundamente racista, misógina, clasista”
La pregunta es ¿Es posible que lo colectivo desplace al yo de la política? Opina el doctor Rodríguez que “En primer lugar, estamos hablando que el dejar de darnos tanta importancia debería ser un acto eminentemente político. La ideología individualista nos ubica en un espacio ilusorio, el resultado es un sermón monocorde en el que casi todo se reduce a hablar “de sí mismo” y desde “el sí mismo”. Prácticamente nada de lo que decimos o lo que hacemos como individuos nos pertenece en exclusividad, aunque creamos que la opinión propia es muy importante y original. Todo discurso, toda acción, es fruto de una construcción colectiva y no del genio individual de nadie”
Desde mi punto de vista, estos tres lastres de la política que he tratado de abordar de manera muy sucinta en esta trilogía: Lambisconería, Idolatría y Egoilatría a pesar de ser rasgos intrínsecos a la esencia humana, tendrian que ser detectados por medio de pruebas psicológicas obligatorias a candidatas y candidatos a puestos públicos. Este tipo de personalidades tendrán que ser desalentadas por medio de reinventar los espacios horizontales, hacer del apoyo mutuo y la inteligencia colectiva, la norma.
Ojalá que un día nosotros el Pueblo, pueda tener la información que se necesita para detectar a estas personas que se autoproclaman especiales y superiores a los demás, pero que la arrogancia se les nota luego luego. La Egolatría (así como la Lambisconería e Idolatría) es enemiga del Pueblo porque estos líderes hablan y hablan pero no escuchan.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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