No hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla. Y todo indica que ha llegado la hora ten temida de discutir la reforma electoral que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador envió al Congreso.
Reforma electoral que, bien nos dicen demócratas y defensores del bienestar social de la talla de: Pascal Beltral del Río, Xóchitl Gálvez, Denise Dresser, Claudio X. González, Felipe Calderón, Sergio Sarmiento, Javier Lozano, Santiago Creel, Fernando Belauzarán, Ricardo Anaya, Esteban Arce, Kenia López Rabadán, Marko Cortés y la Conferencia del Episcopado Mexicano (cuya hipotética autoridad moral ─la de todos ellos─ no necesita más que una desatenta ojeada a su biografía para desmoronarse), no busca otra cosa que no sea destruir al sinfín de veces heroico Instituto Nacional Electoral, cuna de la democracia mexicana, bastión de los valores de la transparencia, la equidad y la tolerancia, origen de la pluralidad en nuestro país y ─sobre todo─ aparato ideológico que garantiza que a través del cambio (lo que en la jerga electoral se conoce como alternancia) todo permanezca exactamente igual.
La fervorosa defensa del INE, las etiquetas ─hashtags los llaman estos adalides de la mexicanidad─ con las que han inundado redes sociales, de la naturaleza de #ConELINENo y #ElINENoSeToca, hacen eco del elemento fundamental de un sistema democrático que favorece la permanencia del orden social establecido: la inamovilidad institucional del Instituto Nacional Electoral. La defensa del orden social que el INE garantiza depende del anquilosamiento del propio INE, de preservarlo como una institución inamovible, incambiable y eterna.
Para lograrlo, para consolidar al INE como un elemento imperecedero en la vida de los mexicanos, y en consecuencia garantizar la supervivencia de un modelo que garantice la continuidad ad infinitum, no hay mejor camino que asociar de forma indisoluble al INE con el concepto de democracia. Es decir, en la mente de todos y cada uno de los ciudadanos mexicanos, INE debe ser sinónimo de democracia, a tal punto que cuando piensen en democracia piensen en el INE. No importa que el INE no sea más que un medio, una herramienta que contribuya a la construcción de un entramado democrático. No.
Lo importante es que el solo acto electoral, el mero ejercicio del voto, se considere el quehacer democrático, la esencia misma de la vida en democracia. A tal grado que, con solo votar se reafirme en el imaginario colectivo la inserción de nuestra vida política en el modelo democrático. Las condiciones previas al ejercicio electoral: el desarrollo de la consciencia ciudadana, el garantizar condiciones materiales para que la gente pueda dedicarle tiempo a pensar en la cosa pública, la verdadera autonomía del órgano electoral que permitan construir una autentica democracia, poco importan.
Lo que importa es que se simule el juego democrático, que se utilicen las elecciones como una válvula de escape del malestar social, y ─principalmente─ que todo se mantenga como debe mantenerse, que la paz social y las buenas costumbres de unos cuentos no se pierdan. Por eso es importante que la comentocracia antidemocrática en pro de la democracia no deje de insistir en que, si el PRI dejó de ser el partido hegemónico en el ’97, fue gracias al IFE; que, si Morena llegó a la presidencia en 2018, fue gracias al INE. En otras palabras, que se siga insistiendo en que fue la herramienta electoral la que permitió las transformaciones en las últimas décadas, y no la participación ciudadana. De lo contrario, los ciudadanos podrían creer que son un agente de cambio y desbordarse, poniendo en entredicho los privilegios de quienes no deben dejar de ser privilegiados.
Entrados en gastos, es por ello que, el discurso ‘democrático’ dominante insiste tanto en apoyarse, más como muleta que como muletilla, del opaco y dudoso concepto de alternancia. Lo han elevado ─con justa razón─ a rango de valor absoluto, teniendo un lugar garantizado en el panteón de los héroes nacionales. Porque la alternancia permite jugar con la sensación de que se ha dado un cambio sin que ese cambio se tenga que dar realmente. La alternancia posibilita una sensación de bienestar sin que sea necesario materializar ese bienestar.
Cambian las caras en el gobierno, cambian los colores que apoyan a esas caras, cambian sloganes, cambian intenciones, cambia todo y todo se mantiene sobre la misma línea. El día que esa masa que llamamos ciudadanía, se de cuenta que la alternancia no solo no es suficiente, sino que es atole con el dedo, será el día en el que habrá que encumbrar un nuevo concepto para garantizar que la gente siga votando por lo que quiera votar, pero el sistema se mantenga inamovible, intocable, como el INE.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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