Un gran avance del gobierno del presidente López Obrador tiene que ver con el discurso sobre la necesidad de no perdonar y devolver impuestos a nadie, especialmente a los más ricos. Esta acción le ha valido que los oligarcas y dueños de la mayor parte de la riqueza de México, usen sus bastos recursos para promover agendas anti 4T a través de los grandes medios de comunicación, secuestrando redes sociales con granjas de bots y utilizando el Lawfare (golpe blando a través de la captura de instituciones como el Poder Judicial, el INE y los supuestos organismos autónomos).
Sin embargo y a pesar de luchar contra corriente, el gobierno de la 4T ha logrado aumentar la recaudación, y también que grandes deudores paguen sus impuestos, lo que se considera un triunfo político, y sobre todo, significa oxígeno puro para los proyectos estratégicos del presidente López Obrador, sin embargo, ¿podríamos considerar misión cumplida hacer que los ricos paguen sus impuestos y, en todo caso, aumentar y mejorar la base de tributación hacia las clases medias?
La respuesta tajante es que no, no es suficiente hacer que los ricos paguen sus impuestos y AMLO lo sabe. Según la analista política Viri Ríos, los estratos de ingreso medio pagan más que los ricos. El ejemplo más obvio es el caso del IVA, donde el estrato más bajo aporta el 6% de sus ingresos; el medio 7.2%; y el alto 6.8%. En el caso de la seguridad social, la clase media no sólo paga la mayoría de las cuotas obrero patronales, sino que también sufre reducciones salariales de hasta el 67% porque los patrones bajan los sueldos para cubrirlas. Según datos del Economista, México recauda apenas el 17% con relación a su PIB, es decir, muy bajo si lo comparamos con el 35% que recauda el promedio de la OCDE.
Entonces, siempre queda la cuestión de por qué no se hizo una reforma fiscal al principio del sexenio cuando el capital político del presidente ascendía hasta un 83% de aprobación en febrero de 2019, es decir, ¿por qué un presidente tan fuerte como López Obrador no hizo una reforma fiscal?
La respuesta tal vez esté en la continuidad del proyecto político de la 4T, que necesitaría al menos 2 o 3 sexenios para realmente impulsar una reforma fiscal de gran calado que aspire a cambiar las relaciones de poder, y seguramente así lo ve el presidente López Obrador. Su sexenio está siendo el cisma que sacudió la vida pública de México para contrarrestar 36 años de neoliberalismo. Se necesita que el sucesor de la 4T logre la meta más difícil de todas: que el que tiene más, pague más impuestos. Un principio de justicia aceptado y llevado a cabo por las democracias desarrolladas de Occidente, pero que tiene como reto derrotar a los grandes oligarcas que harán lo que tengan que hacer para evitarlo.
Una reforma fiscal ambiciosa, aunque ideal, hubiera sido demasiado violenta y radical. Lo importante era dar el primer paso: evitar la evasión y la condonación (sexenio 1 de la 4T). Dando este primer paso, el segundo tendría que ser aumentar progresivamente los impuestos para las mayores fortunas (sexenio 2 de la 4T), y un tercer sexenio (sexenio 3 de la 4T) implicaría perfeccionar y pulir un sistema al nivel de los mejores del mundo, donde la tributación se hace de forma personalizada, se consideran las características propias del ente tributador y su entorno, la información está actualizada al momento y se emplea la mejor tecnología para facilitar todos los procesos fiscales. A esto tiene que aspirar México, porque sin un sistema fiscal justo e ingresos suficientes, nunca podremos aspirar a un estado de bienestar al nivel de los países nórdicos.
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