Como lo hemos sostenido en entregas previas, el neoliberalismo también se enseña y también se aprende y uno de los pilares para que este proceso de enseñanza-aprendizaje se realice de forma natural ha sido la escuela. La escuela fue cooptada por una ideología, la ideología neoliberal y todo lo que se producía en ella favorecía este modelo. De esta manera es como todos y cada uno de los elementos que conforman la escuela como la conocemos hoy en día sufrieron cambios profundos, se perdió la esencia de la escuela en el camino y se convirtió en un instrumento más de la maquinaria neoliberal. La educación universal y la universalidad de la educación se perdió y en cambio se heredó de una generación a otra la idea de una educación “a modo” para “capacitar” a las personas y “habilitarlas” para que se pudieran “adaptar” a un mundo injusto, sin ni siquiera tener los elementos para cuestionarlo, ni tampoco para transformarlo.
Vayamos por partes. La escuela, la podemos pensar como este espacio educativo que puede ser de nivel primaria o universitario, pero que concentra los conocimientos más recientes y sofisticados que podríamos adquirir del mundo tan cambiante que nos rodea. Podemos ver también a la escuela como un faro de luz que guía a las personas en senderos de oscuridad en busca de la verdad. La escuela se nos puede presentar también como un espacio de recreación, de superación personal, del conocimiento de uno mismo y de sus pares, de su tiempo, como un espacio social de experimentación y esparcimiento donde fortalecemos nuestros valores y retroalimentamos nuestros principios rectores, un lugar que nos hace mejores personas, personas de bien, nos forma y nos transforma continuamente, nos orienta, en fin, nos da vida por medio de la palabra.
En más de una ocasión he escuchado decir a mis colegas y amigos que la escuela ha sido aquel lugar de donde han tomado su referente de vida. En más de una ocasión he escuchado que ha sido en la escuela el lugar donde se encuentra el primer amor, al mejor amigo, al maestro ejemplar y que sirve, en muchas ocasiones, como un modelo a seguir. Es en la escuela en donde encontramos nuestra vocación, nuestra profesión, en el que elegimos a que queremos dedicar nuestro tiempo de vida productiva, nuestro esfuerzo físico e intelectual a favor de los demás, es ahí, en la escuela, en donde aprendemos las reglas, la buena conducta, en donde crecemos y vivimos gran parte de nuestra vida, algunos, como en mi caso, la escuela ha sido el espacio que me ha permitido regresar lo mucho que me han dado mis maestros y maestras y un poco de las tantas cosas que he aprendido de ellos.
La escuela tiene un origen social, sirve a la sociedad, tiene un carácter humano y humanista. La escuela, es donde se encuentra la fuente del conocimiento y es por ende el espacio donde se discuten y analizan los tantos problemas que aquejan a la humanidad, y es también en donde se buscan las distintas soluciones posibles, donde se diseñan y se formulan los planes y programas que pueden permitir llevar a la práctica lo aprendido. La escuela tiene una posición noble y honorable en la sociedad, es motor del progreso y del desarrollo de toda la población que la habita y la circunda, donde hay una escuela hay una promesa de cambio, donde hay una escuela esta la esperanza de una mejor vida que da el conocimiento, donde hay una escuela hay un mejor entendimiento del hombre y de su naturaleza y de la naturaleza que lo envuelve.
En su origen, la escuela tenia un propósito genuino de transmitir conocimientos socialmente útiles y favorables a la sociedad, al ser humano, buscando siempre no dañar la vida, por el contrario, preservarla y hacerla enriquecer desde un aspecto no sólo material sino espiritual. Esta idea de escuela se vio empañada al instalarse un tipo de pensamiento neoliberal a nivel mundial que consideraba que más que la vida (se privilegia la muerte), más que la naturaleza (se privilegia lo artificial), más que la sociedad (se privilegia al individuo), más que su bienestar (se privilegia su riqueza material), y más que cualquier cosa, lo más importante era el dinero. Este tipo de pensamiento se desarrolla en un sistema capitalista que de por sí ya es injusto desde su nacimiento, pero que al conjugarse con el modelo neoliberal deja salir los peores males y demonios existentes en el propio ser humano.
El neoliberalismo se instala en las instituciones y la escuela como institución no fue la excepción. Los portadores de este pensamiento comenzaron a realizar cambios en los programas, se modificaron los planes de estudio y se borraron del mapa materias clave vinculadas con el humanismo, particularmente la historia, la filosofía, la ética, el civismo, etc. Con ello se comenzaron a impartir carreras que no tenían ni historia ni ética y es por esto que muchas de las profesiones tenían como resultado egresados “huecos” o “vacíos”, es decir, con “conocimientos técnicos” pero sin fundamento humano ni social. De esta manera, al día de hoy, podemos encontrarnos abogados, contadores, economistas, o médicos con una falta de humanismo y sin conciencia social; podemos también encontrarnos administradores que no saben de historia, ni de su profesión ni de los negocios, no saben el origen y razón de ser de la empresa, sin embargo saben administrarla bien, no tienen conciencia social ni tampoco conciencia de clase, pero pueden realizar un buen balance financiero, simplemente ven a la empresa como una unidad a administrar y no como un agente que incide socialmente y que forma parte de un modelo económico, sencillamente visualizan a la empresa como una dadora de empleo y no como una posible generadora de explotación y de desigualdad.
Concretamente, el neoliberalismo, por medio de la educación, “normalizo” las injusticias y para ello también se dio a la tarea de “inventarse” fundamentos relativamente “coherentes” para poder salir adelante. Por ejemplo, la idea de que si se aumentan los salarios aumenta la inflación, fue una de las grandes mentiras que se sostuvieron como dogma no sólo en la academia entre los economistas, sino en la práctica entre los tomadores de decisión de la política económica en nuestro país, es por ello que por más de cuatro décadas los incrementos al salario se encontraron al margen de la inflación, privilegiando más no incumplir con los límites a la inflación dictados por el Banco Central que la pérdida del poder de compra y del bienestar de los trabajadores. Esto explica por qué al día de hoy los magros y paupérrimos incrementos al salario a lo largo de todo el periodo neoliberal (1983-2018) dieron al traste con el nivel de vida de los trabajadores y los arrojaron a una situación indigna con salarios de miseria.
La escuela pasó de ser un centro de conocimientos a un espacio de capacitación y entrenamiento donde el mercado laboral ponía la pauta de lo que se deseaba enseñar y aprender. Finalmente, el mercado es el que decía lo que se debía instruir y por tanto la educación perdió su universalidad. Esta visión utilitarista de la educación colocó a los profesionistas en una situación en donde su formación era muy endeble y pobre, sólo sabían lo que les redituaría en el mercado laboral, todo lo demás era una “pérdida de tiempo”. Se comenzaron a implementar programas mínimos donde egresaban en menor tiempo, con lo “necesario” para “integrarse” al mercado laboral, por lo que se decía que al final del día teníamos egresados que eran “idiotas funcionales”, es decir, que le servían al mercado pero que no tenían ni las capacidades ni las habilidades para cambiar su realidad ni tampoco para entenderla.
Las altas tasas de desempleo colocaron a los profesionistas en una carrera desenfrenada por la búsqueda de una fuente de trabajo, aunque con bajos salarios y condiciones laborales indignas. Se ”vulgarizó” la educación, se hizo ver a la educación pública como de “baja calidad” y creció exponencialmente la privatización de la educación, ahora vemos por todas partes colegios y universidades que prometen brindar una educación de “excelencia”. Finalmente lo que se hizo con la educación es tratarla como una mercancía, de esta manera, sólo accedían a una “educación de calidad” aquellos que podían pagarla. Se denigró al maestro y se le colocó como un simple docente, que “guiara” a los estudiantes de una forma meramente instruccional y técnica, sin realmente buscar en el “estudiante” una formación sólida, sino, meramente, una producción en masa de egresados que engrosaran las filas del mercado laboral, cargando una credencial y con esta también la mentira de una “buena educación”.
La educación en esta escuela neoliberal era una educación simulada, en la que se privilegiaba más la forma que el fondo, ser docente (que no maestro), pasó a segundo término, las decisiones comenzaron a guiarse por un interés meramente servil y lucrativo en el que la verdadera educación perdía su esencia. En la escuela neoliberal el dinero (inscripción, colegiaturas, etc.) es lo que marcaba el rumbo de la educación. Se creaban de manera simulada indicadores para medir la supuesta “calidad” y la supuesta “excelencia”, sin verdaderamente buscar en los estudiantes una formación profunda y rigurosa. Es frente a esta simulación en la educación que creció el modelo neoliberal, se le perdió el respeto a la escuela, al maestro y al estudiante, hasta llegaron a realizar programas de televisión mofándose de la escuela, literalmente hicieron de esta una “escuelita”.
Es frente a este escenario perverso y desolador al que se enfrenta el maestro, no en todos los espacios educativos, pero si en la mayoría, desde primaria hasta nivel universitario. Se sigue pensado a la educación como un mero instrumento de paso y no como un fin en sí mismo para una transformación genuina y real del ser humano, para hacer de este una mejor persona. A la escuela se le privó de la formación honesta del alumnado, incluso se le llegó a ver como meramente un espacio para “hacer relaciones”, es decir, a verse de una forma vulgar como un lugar donde importan más los “contactos”. Incluso se ha pensado que las altas colegiaturas en ciertas universidades y colegios eso es lo que pagan, además de un falso estatus (que se resalta más en una sociedad altamente desigual).
Cuando se coloca la educación en el mercado y se le ve como mercancía, esta se coloca como un objeto servil, que le sirve al mejor postor y que puede ser rechazada por quien la paga o la consume, es meramente un producto y un servicio y se paga por ello. Esta visión sin duda es muy limitada pues se olvida del carácter social y humano de la escuela y de la educación. El maestro se enfrenta por tanto a estos escenarios día con día y los pretende transformar, tal es mi caso, incluso a costa de poner en riesgo mi permanencia en el siguiente ciclo escolar, como me ha pasado en varias ocasiones en varias escuelas. Como maestro, no sólo se lucha en contra del material educativo neoliberal (libros, revistas, etc.) ya sea físico o virtual que se encuentra atiborrado de esta ideología que sigue buscando instaurar este tipo de pensamiento, también se lucha con las ideas de los propios colegas (que en ocasiones te excluyen), amigos o profesores que siguen formando a sus estudiantes con estas artimañas deshonestas para enriquecerse a toda costa una vez que egresan (como en algunos casos de mis compañeros abogados).
El bienestar del egresado y un buen salario no esta peleado con una buena formación, una formación humanista y social, por el contrario, a mi parecer, de hoy en adelante el futuro del egresado será el de integrar en su formación una fuerte base moral y ética para ejercer su profesión.
Además de sus conocimientos técnicos, el alumno requiere empaparse de todo lo que significa ser una buena persona y un buen ciudadano para hacer el bien a los demás y no dañar al prójimo ni al medio ambiente. Es esta la tarea que realizamos en el aula de clases, no se enseña la economía como esa ciencia lúgubre que te enseña a cómo hacerte rico, sino como una ciencia humana, que moralmente puede ser viable para todos sin buscar ni el progreso ni el bienestar de unos a costa o en perjuicio de otros.
Resulta evidente que muchas de las ciencias y disciplinas que se imparten requieren esta renovación en sus programas de estudio, pero también en quienes las imparten, muchos de estos profesores fueron los diseñadores y artífices del modelo educativo neoliberal, sin saberlo o con conocimiento de causa, y son quizás los actores más reacios en dejar que se construya este cambio de mentalidad.
Como maestro, derrumbamos en cada sesión de cada una de mis clases, premisas falsas y dogmas de la ciencia económica neoliberal. Discutimos la historia a la luz del presente para tratar de entender de dónde venimos y hacia a dónde nos dirigimos. Con la historia de trasfondo entendemos las razones de esta cuarta transformación (4T) y se pueden apreciar con mayor claridad y magnitud los logros realizados por nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Los hechos y datos oficiales nos permiten tener un registro de la historia económica contemporánea de México y de cada una de las entidades de la república. Al final de las sesiones se resalta el carácter ético y moral de la economía como una ciencia que busca las mejores formas de mejorar la vida de las personas, y no meramente, administrar los recursos que son escasos, vemos también las injusticias cometidas en México a lo largo de todo el periodo neoliberal, y vemos con ejemplos concretos que la escasez también se genera y que gran parte de todos los males que experimentó nuestro país se explica por la corrupción.
Muchos de mis estudiantes se quedan atónitos por las cifras tan escandalosas que se presentan, el número de concesiones, el desvío de recursos, la evasión de impuestos, el costo de las obras inconclusas, la adquisición de bienes vía tráfico de influencias, la impunidad en delitos por parte de delincuentes de cuello blanco, los distintos grupos de poder y sobre todo, y algo fundamental, el papel que juegan los medios de manipulación en toda esta trama. Poco a poco se le va perdiendo la respetabilidad a quienes no la merecen, presidentes, legisladores, magistrados, jueces, incluso organismos internacionales que nunca se imaginaron que estarían vinculados a este modelo, tales como el Banco Mundial, el FMI y la ONU. La clase es toda una descarga de emociones, desde una sensación de injusticia hasta una sensación de repudio al abuso de las supuestas autoridades que gobernaron a México.
Pero a pesar de todo, apreciable lector, después de tragos amargos e increíbles e inimaginables sendas por las que atravesamos mis estudiantes y yo, después de esta montaña rusa de cifras, llegamos al acuerdo de que AMLO es el mejor presidente. Es con esta premisa con la que empiezo mis clases, y es esa premisa que trato de demostrar a lo largo de todas las sesiones, y hasta el día de hoy, me sale positiva, es decir, cuento con elementos suficientes para demostrar lo que sostengo, hasta el día de hoy nuestra cabecita de algodón no nos ha dado elementos para pensar que estemos en el lugar incorrecto, por el contrario, reafirmamos que estamos del lado correcto de la historia y subrayamos nuestras convicciones y podemos seguir diciendo, dentro y fuera del aula de clases, a mucho orgullo ¡Es un honor estar con Obrador!
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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