He dicho aquí que una de las grandes bondades del primer gobierno federal de la Cuarta Transformación es que cambió radicalmente la noción generalizada que se tenía en México acerca de la población. ¿De qué población? De toda, de toda la población, hombres y mujeres, incluidos usted y yo, desde los más ancianos hasta los recién llegados al mundo… Antes de 2018, cundía la idea de que la gente era un problema, de que nosotros éramos un problema o, en el mejor de los casos, “un reto”. La población consumía recursos, agotaba los recursos. Andrés Manuel López Obrador combatió esa manera de entendernos, por fortuna.
Si tiene usted menos de 50 años y ha vivido en México, buena parte de su existencia le dijeron que el crecimiento poblacional es una calamidad. La mayoría fuimos educados bajo esa premisa. Piénselo. Solamente en tres estados de la República la edad mediana sigue siendo de menos de 30 años —Chiapas (28), Aguascalientes (29) y Guerrero (29)—, mientras que sólo en dos supera los 35 —Veracruz (35) y CDMX (39)—, de tal suerte que en la gran mayoría se ubica entre los 30 y los 34 años. Así, la edad mediana nacional es de 32 años (INEGI, ENADID 2023). La población de México se ha avejentado: en 2000 la edad mediana era de 23 años, y hace poco más de 50 años, en 1970, de apenas 17. Con todo, en nuestro país la gran mayoría de las personas tiene mucho menos de 50 años. Por eso, nada más considerando su edad, podemos afirmar que más de la mitad de la población de este bello país vivió la parte más amplia de su existencia en un mundo en el que el sentido común hegemónico dictaba que entre menos burros más olotes, que “la familia pequeña vive mejor”, que ya somos demasiados, que si hay más gente habrá menos recursos y más pobreza, que “ya no cabemos”, en fin… Es más, si usted es aún más joven y anda, digamos, por debajo de los 40, además de tener la certeza de que la gente es una carga para el país, es muy probable que usted viva entrampado en las telarañas de la ideología neoliberal y lo hayan convencido de que el principal recurso de una persona, de una familia o de un país es el dinero. Hasta hace muy poco, para la mayoría de los connacionales lo mejor que podría pasarnos es que fuéramos menos gente. Tal era la manera de entendernos que desde el gobierno e incluso desde la academia se promovía desde mediados de los años setenta del siglo XX.
Entre menos burros más olotes. Los gobiernos neoliberales mantuvieron la política de control demográfico, sin impulsar mayores acciones, e incluso descuidando la salud reproductiva. Sin embargo, discursivamente López Obrador se encargó de dar un golpe de timón… Uno más. Para el humanismo mexicano, la población dejó de entenderse como un problema para asumirse como lo que siempre ha sido: nuestro principal recurso.
La aporía de los burros y los olotes fue combatida desde el primer gobierno de la 4T. El dicho “entre menos burros más olotes” es una aporía —un enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional— sencillamente porque nosotros, la gente, no somos los burros que comemos los olotes: somos los hombres y mujeres que sembramos y cosechamos el maíz. Y aunque es una obviedad hay que decirlo: sin agricultores, por más dinero que se invierta, no habría ni olotes para los burros ni elotes para los humanos.
Si nos mantenemos en el ámbito alegórico, no faltarán quienes digan que además de agricultores se requiere tierra para sembrar. La cuestión del territorio, claro.
¿Somos muchos para el tamaño de país que es México?
El tamaño de nuestro país tiene, ciertamente, muchas dimensiones, no sólo la espacial. De entrada, deberíamos pensar en la diversidad geográfica, los recursos y su abundancia. Por ejemplo, Groenlandia, una isla —la más extensa del planeta— que forma parte del Reino de Dinamarca, tiene una superficie de 2.1 millones de km2, es decir, poco más de los 2 millones de km2 que tiene México, sin embargo 84% de esa inmensidad está cubierta por hielo. Nuestras condiciones son muy distintas: México es megadiverso.
Pero quedémonos sólo con la más inmediata dimensión de la amplitud del país. En 1921 habitaban el país 14 millones de personas —hoy día, tan sólo en el Estado de México viven alrededor de 18 millones—, lo cual se traduce en que al término de la Revolución el país presentaba una población relativa de apenas 7 habitantes por km2. En agosto del año pasado éramos 129.5 millones, así que la densidad poblacional se ubicó en 66 habitantes por km2. Sí, ha aumentado mucho nuestra densidad poblacional, pero en este renglón nuestra situación es incomparable respecto a naciones como India, en donde habitan 1,130 habs./km2, o Bangladesh, con 3,020 habs./km2, por no mencionar a Singapur, en donde habitan 8,250 personas por km2. Y, claro, México está también muy lejos de la relación población/territorio que presentan Australia, Canadá y Rusia, con 3, 4 y 8 habs./km2.
¿Y cómo es que nos distribuimos espacialmente?
La mayor parte en este país vive en su franja central. Del Pacífico al Atlántico, en el cinturón que forman las 12 entidades federativas centrales habitamos más de la mitad de la población total de México: Jalisco, Colima, Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Estado de México, Ciudad de México, Hidalgo, Morelos, Tlaxcala, Puebla y Veracruz. En total, 71.3 millones, es decir 55 de cada cien habitantes. Esta franja territorial tiene una superficie de 344.8 mil km2, de tal modo que en promedio la densidad en ella es muy superior a la nacional (66): 207 habs./km2.
Ahora, ¿cuánta gente vive en el norte del México? Asumamos que “el norte del país” lo conforman los estados más septentrionales, los que hacen frontera con Estados Unidos. Seis de las 32 entidades federativas hacen frontera con EU: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. En ellas viven 23.6 millones de personas, 18.2% de la población total del país —ojo: tan sólo los dos estados que circundan la CDMX, Morelos y el Estado de México, tienen una población conjunta superior, de 19.5 millones de habitantes—. Y en este grupo se hallan los estados más grandes de la República, así que no sorprende que en conjunto integren nada menos que 37% del total del territorio nacional (722.8 km2). Consecuente, la población relativa promedio en las entidades fronterizas del norte es muy baja: 33 habs./km2, justo la mitad respecto a la nacional.
¿Y en el sur? Bien sabemos que la región que llamamos “el sureste” no es tan austral como suele creerse. Por ejemplo, Cancún, Quintana Roo, está más al norte que la CDMX. Con todo, si damos por buena la tradición que entiende a la península de Yucatán como parte del sur del país, diremos que en los estados sureños —Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche, Quintana Roo y Yucatán— viven 21.4 millones de personas —5.4 millones menos que los que vivimos en el Estado de México y la Ciudad de México—. La superficie que abarcan estos siete estados es de 397.1 mil km2. Así las cosas, resulta pues que la densidad poblacional en esta región es menor que la del promedio nacional: 54 habs./ km2.
Considerando sólo una variable más, la disponibilidad de agua, hay conclusiones que saltan a la vista para cualquiera, ¿no?
En suma, de los cuatro elementos que suelen mentarse como los básicos y generales de un Estado Nación, gobierno, población, territorio y leyes, me parece que en México los tenemos todos. Y la verdad, no creo que ocho burros estorben mucho para asegurar el último.
- @gcastroibarra
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios