11 de agosto de 2023. Como todos los días, desde hace años, López Obrador llega a la Mañanera. Esta vez viene solo y se le nota feliz. Luce un elegante traje azul marino. “Ánimo”, resuena su voz aguda, como reanimándose a sí mismo.
“Bueno, vamos a iniciar la conferencia de este viernes. Hay, desde luego, una muy buena noticia que se complementa con la información que dio a conocer el Inegi sobre los ingresos de las familias mexicanas, de cómo han ido mejorando los ingresos, en especial para la gente pobre, lo cual demuestra que ha funcionado nuestra estrategia, que se puede resumir en una frase: por el bien de todos, primero los pobres”.
“Y hay menos pobreza y menos desigualdad en nuestro país. Esto es un gran logro. Creo que ese es el objetivo principal de cualquier gobierno: lograr la justicia y la felicidad del pueblo. Y por eso estoy muy contento. Y ayer el Coneval, que fue creado con ese propósito, también reafirmó que ha habido una disminución de la pobreza y de la desigualdad, de manera histórica, en el tiempo que llevamos en el gobierno”.
“Esto no nos lo van a poder quitar. Esta alegría que nos produce el que haya menos pobres en nuestro país. Eso sí me llena de orgullo”.
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Es cierto, presidente. Esto no nos lo van a poder quitar…
Desde muy joven me preguntaba por qué existe la pobreza. No entendía cómo podían morir de hambre tantos niños en África. En ese entonces no sabía que esos niveles de pobreza también los teníamos en México. Con el paso de los años me fui acostumbrando a que el mundo era así, pero nunca he estado conforme. Cuando iba en la primaria, nos llevaron en grupo a conocer una ciudad perdida. Llamaba la atención que todas las casas con techos de cartón tenían antenas de televisión. “El gobierno quiere que las personas no piensen, que estén enajenados”, decía el maestro Fernando. “¿Qué querría decir?”.
Con el pasar de los años, me seguí encontrando niños en condición de calle. Crecí, me hice un adulto y siempre continué preguntándome: ¿Por qué ningún gobierno hace algo por ellos o por los jóvenes extraviados por la droga? ¿No habrá modo de salvarlos, de rehabilitarlos?
Ahora soy más grande y sigo siendo niño. Y hace poco le decía a Eva, mi pareja de vida: “Mira cómo ha reducido el número de indigentes que piden limosna en las calles”. Ambos somos chilangos y en nuestra amada Ciudad de México hasta hace no tantos años era cotidiano ver a los niños subirse unos sobre otros pidiendo dinero y al más pequeño, desde arriba, haciendo una danza burlona: un chiquitín muy nalgón y con máscara de rata, es decir, de Carlos Salinas. Y esto se repetía en una y otra esquina.
Eva entonces me envió un post en el que José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998, dice: “La riqueza puede venir por el trabajo de uno, por herencia, porque uno es rico porque lo ha sido siempre. Pero lo que a mí me parece es que no tiene sentido… Deberíamos hacer algo por una mejor distribución de la riqueza, pero es que no podemos”.
El portugués es autor de Todos los nombres y de otros cuarenta libros en los que nos muestra que la naturaleza humana tiene muchos bemoles y algunos sostenidos. Lo leí fascinado en los primeros años de este siglo. Si tuviera que escoger uno de ellos, sería El año de la muerte de Ricardo Reis, una oda al gran Fernando Pessoa. Saramago, el escritor que en vez de guion de diálogo y punto seguido da fluidez a sus textos con la coma, comenta: “Hace tres años o algo así, en Estados Unidos enviaron a Marte en un cohete un aparato para saber cómo son las rocas. Nosotros nos quedamos asombrados… pues a mí me parece completamente inmoral que yo me divierta y me junte con las mejores intenciones del mundo para saber cómo son las rocas de Marte, si yo permito al mismo tiempo que en la Tierra se mueran de hambre. Es que no tiene sentido. Nada de esto tiene sentido…”.
“Yo he dicho que no es la pornografía la que es obscena, lo que es obsceno es que, en el tiempo de hoy, con condiciones para que la gente tenga una vida digna, se pueda morir de hambre. Y se están muriendo millones de personas de hambre y de todo, de enfermedades que se podría no tener. Es decir, lo que está pasando en África, lo que está pasando en América Latina, desde México hasta la Patagonia. Los niños de la calle, todo eso. Es decir, cómo es que podemos permitirnos vivir en un mundo así”.
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En 2003, Contralínea recorrió los seis municipios más pobres de México y confirmó que los programas sociales de los gobiernos panistas de Fox y Calderón nunca llegaron a los habitantes más marginados. Cinco años después, la revista continuó con esos recorridos en Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Chihuahua. Muchos municipios mantenían índices de pobreza similar a los del África subsahariana.
Todo ello derivó en un libro colectivo coordinado por Miguel Badillo, Morir en la miseria (Océano, 2009), en el que se visitan 122 municipios con un muy bajo índice de desarrollo humano. El libro relata cómo durante el periodo neoliberal los mexicanos más pobres fueron abandonados a su suerte, sin oportunidades, sin atención médica o alimentaria, sin apoyo para el campo y sin educación.
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En su libro ¡Gracias!, AMLO hace en el capítulo 9 una radiografía del país. En relación con la pobreza, asegura que “está por todas partes del país, aunque es más agobiante en las comunidades indígenas del sur y del sureste. Hay mucha pobreza en pueblos como San Juan Cancuc, Chalchihuitán y Chanal, en la zona de Los Altos en Chiapas; duele lo que sucede en muchos municipios y comunidades de Oaxaca; incluso, en la región de la costa, donde habita población afromexicana que vive en el abandono”.
Cómo no va a estar feliz un presidente que ha sentado las bases para lograr una transformación a partir de la cual casi nueve millones de mexicanos han podido salir del umbral económico más bajo entre 2020 y 2022. Según el Coneval, México redujo la pobreza en 16 puntos porcentuales.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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