Luego de cumplirse mil días de conflicto entre Ucrania y Rusia, parece que la guerra está entrando en una fase aún más peligrosa que las anteriores. Entender por qué el problema parece agravarse, en lugar de acercarse a una solución, es tan complejo como descifrar la interminable disputa entre Israel y Palestina.
A pesar de que la guerra entre Rusia y Ucrania lleva más de dos años, las tensiones han escalado dramáticamente tras los recientes ataques ucranianos con misiles de largo alcance, previamente autorizados por Estados Unidos. Lo que parecía una contienda estancada dio un giro brusco, especialmente después de que la victoria de Trump en las elecciones estadounidenses despertara la expectativa de un cambio en la política internacional, que muchos esperaban marcara el inicio del fin del conflicto.
En respuesta a estos ataques, el presidente ruso, Vladímir Putin, decretó que su país podría recurrir al uso de armas nucleares contra cualquier nación que atentara contra Rusia o apoyara las hostilidades en su contra. Esta amenaza directa no solo se dirige a Ucrania, sino también a Estados Unidos y la OTAN, avivando el temor de una escalada de consecuencias catastróficas a nivel global.
El conflicto, sin embargo, trasciende las fronteras de Ucrania. Se trata, en esencia, de una lucha por la configuración de un nuevo orden mundial. Rusia, con apoyo de aliados estratégicos, ha desafiado los intentos de Estados Unidos de debilitarla financieramente mediante sanciones. Además, ha liderado la consolidación de un bloque alternativo que busca reconfigurar el poder global: los BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Este grupo no solo plantea una alternativa económica al dominio occidental, sino que también propone una nueva narrativa política que desafía la hegemonía estadounidense y europea.
La influencia de los BRICS no puede subestimarse. Desde su fundación, este bloque ha trabajado activamente para reducir la dependencia del dólar estadounidense en el comercio internacional, fortaleciendo sus propias monedas y promoviendo acuerdos bilaterales en sus respectivas regiones. Con el ingreso de nuevos países y la creación de un banco propio, los BRICS representan una amenaza tangible para el status quo liderado por Occidente.
En este contexto, la guerra en Ucrania es solo un escenario más de una batalla mayor: la disputa entre un mundo unipolar, liderado por Estados Unidos, y un modelo multipolar que busca consolidar Rusia junto con sus aliados. Cada misil disparado y cada sanción impuesta no solo reflejan las tensiones entre dos naciones, sino también las fricciones entre dos visiones opuestas de la gobernanza global.
El peligro radica en que ambos bloques parecen cada vez menos dispuestos a ceder. La posibilidad de una escalada nuclear no puede ser descartada, y las lecciones de la historia nos recuerdan que las grandes potencias, cuando se sienten acorraladas, tienden a actuar de forma impredecible.
Al final, esta guerra no solo definirá el futuro de Ucrania o Rusia, sino también el de todos nosotros. En juego está no solo el control territorial o económico, sino la estructura misma del poder global. La pregunta no es quién ganará esta contienda, sino si el mundo sobrevivirá a sus consecuencias.
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