El martes 4 de julio partió Adolfo Gilly, un maestro en toda la extensión de la palabra, maestro para la utopía, la vida, la historia, la política y la militancia de las mejores causas. Habrá un antes y un después en el quehacer de la historia mexicana y universal por las contribuciones de Gilly. Su visión del mundo lo convocó a escribir y pensar la historia de y para los de abajo, pero también a vivir y soñar por y para el pueblo, tan es así que sus ideales por la liberación de América Latina lo llevaron a ser encarcelado en el “palacio negro” de Lecumberri, donde los cinco años que permaneció en las crujías de 1966 a 1971 no fueron útiles para someterlo; por el contrario, desde ahí redactó el manuscrito de una de sus obras fundamentales que sigue despertando conciencias: La revolución interrumpida.
Adolfo Atilio Malvagni Gilly como prácticamente nadie lo nombraba, nació en la tierra del Che Guevara, quizá por eso fue uno de los mexicanos más internacionalistas, que mantuvo como un objetivo fundamental en la praxis de los movimientos sociales y emergentes, el reflexionar desde la lucha misma la importancia de terminar con la colonización del imperio yanqui sobre las mal llamadas periferias. Le faltaron cinco años para vivir un siglo, pero el siglo XX mexicano ha sido especialmente explicado por él.
Además de La revolución interrumpida, dos obras han sido esenciales para la formación política a gran escala del pueblo de México, y sin las cuales no podríamos explicarnos los tiempos tan interesantes de la Transformación que estamos viviendo: El cardenismo: una utopía mexicana, y Felipe Ángeles, el estratega, donde Gilly reivindicó no como letras de bronce sino como un proceso complejo, social y estratégico las obras personales y colectivas de los generales revolucionarios Lázaro Cárdenas del Río y Felipe Ángeles.
Tengo recuerdos personales de Adolfo Gilly que son estampas para el porvenir. Cuando fundó el MAS, Movimiento al Socialismo, que fue un desprendimiento trotskista del PRT que apoyó al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y fue pieza clave para que el Frente Democrático Nacional que desafió al PRI- gobierno pudiera permear en el mundo universitario. Ahí Gilly dio grandes discursos para sacudir comunidades. También lo vi en reuniones organizativas de la izquierda social en la capital del país, dónde con humildad daba sus puntos de vista, ante mi incredulidad respecto a que un académico de su trayectoria compartiera su tiempo con generosidad en larguísimas asambleas, lo que en sí mismo habla de que su estatura intelectual contaba con una gran dimensión ética.
En el celebre compendio Historia ¿pará qué? Adolfo Gilly escribió: “Las revoluciones son los momentos cuando la dirección de abajo hacia arriba (resistencia) en la relación vertical, estalla y se vuelve dominante sobre la relación de dominación establecida. Entonces su irrupción violenta desde abajo inunda y baña todo con su luz peculiar, que es la que ilumina la apariencia del desorden y de ruptura de la lógica social comúnmente aceptada que presentan todas las revoluciones, rebeliones y revueltas”.
En los años noventa estudiantes del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM formamos el colectivo Historia en movimiento, alumbrados por la función social de la historia que abrevamos por leer a Adolfo Gilly. De aquellos días queda el recuerdo de una mesa redonda, hay una foto impresa como testimonio, de cuando no había celulares ni cámaras por todos lados. En esa mesa platicamos con Ricardo Pérez Monfort, Alberto Betancourt, Margarita Carbó (QEPD), y Adolfo Gilly sobre los encuentros y desencuentros entre el zapatismo y el cardenismo como corrientes de pensamiento ancladas en el México profundo. La foto es malísima, de los tiempos cuando las fotografías se revelaban en los estanquillos de Kodak (monopolio de la fotografía), en ella Gilly se lleva la mano al rostro, quizá contrariado por alguna posición divergente, pero al final de la mesa recuerdo sus palabras sencillas sobre el sentido de la utopía, que es la misma dijo “para los zapatistas y cardenistas, de ayer, hoy y siempre”.
La vida es un suspiro, ha partido Gilly. Pero su obra es nuestra escuela de historiar más auténtica. Un hombre honesto, un disidente respetable, historiador infinito, narrador de episodios que siempre alentaron utopías, rebeliones, revueltas, alegrías e insatisfacciones. Se concita en su obra la función social de la historia que nunca reclamó nada para sí. Para todos todo, nada para nosotros.
Aquella tarde del siglo pasado que compartimos charla no supe cómo se pronunciaba su apellido, jilly, guily, güilis, yily… los zapatistas de Chiapas le decían el willy, jaja.
Hoy, quizá 30 años después, sigo sin saber cómo se pronuncia Gilly con los amigos que comparto esta mala hora. Lo que sé es que Adolfo Gilly escribió la historia que soñamos y que no morirá jamás a través de los libros y los lectores. Felipe Ángeles lo espera. Adolfo Gilly se pronuncia con respeto y cariño.
Infinita tristeza.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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