La siempre humilde, humanista y preocupada por el otro, clase privilegiada en México, representada políticamente por los partidos que se oponen opositoramente a la CuatroTe y por una serie de esbirros estoicos dedicados a la comunicación y propagación de noticias infodémicas que heroicamente cumplen con el noble propósito de proteger a la ciudadanía del golpe de realidad que implica ser enfrentados a los real, ha recibido con beneplácito y celebrado con un ánimo que no se veía desde los tiempos de Gómez Morín, ese ideólogo y primer dirigente panista, figura ética que debe ser recordada como un sabio, un humanista, un defensor de libertades, el heredero espiritual de José Vasconcelos, un creador de instituciones que luchó incansablemente por los valores de la democracia, el Estado de Derecho y la justicia social, y un simpatizante del nacional socialismo alemán, el fascismo italiano y el falangismo español, la decisión del gobierno de derecha —heroica y benefactora derecha— de Giorgia Meloni de poner fin a las prestaciones que miles de familias y personas recibían y que son consideradas “aptas para trabajar”.
Lo que la privilegiada clase privilegiada mexicana celebra es que alrededor de 169,000 familias italianas recibieran un SMS —elegantemente redactado en 24 palabras— en el que se les notificaba que las prestaciones serían suprimidas ¿La razón? Se trata de familias que, si bien tienen bajos ingresos o miembros desempleados, no tienen una persona discapacitada, un menor o una persona mayor de 65 años ¿El objetivo? Endurecer el sistema de asistencia social, el cual será completamente abolido el 1 de enero de 2024 para aquellas personas desempleadas que tengan entre 18 y 59 años y sean consideradas aptas para trabajar.
Imposible no aplaudir una medida como esta que, lejos de condenar a la pobreza a gran parte de la población italiana, tiene la virtud de incentivarlos para que sobrevivan como única estrategia de supervivencia, para que se esfuercen más allá de todo esfuerzo posible y garanticen su sustento y el de sus familias, para que —incluso si ya fueron masticados, engullidos, digeridos y vomitados por el mercado laboral— encuentren el modo de ser masticados, engullidos, digeridos y vomitados por el mercado laboral hasta el día en el que cumplan 65 años, queden discapacitados en el proceso o sean incapaces de seguir respirando; asunto que —sin duda alguna— será culpa de ellos y no del mercado que en su infinita sabiduría solo permite la supervivencia de los mejores, los más fuertes, los echaleganistas y aquellos Sísifos que no entienden que nada bueno conseguirán por seguir empujando la piedra cuesta arriba de la montaña.
Imposible también, no buscar entre las filas del amplio Frente Amplio por México —donde cabe todo aquello que se oponga a la posibilidad de que el grueso de los mexicano viva dignamente— un político que se muestre a la altura de las circunstancia y emule a la política italiana en un esfuerzo por condenar a la pobreza a no salir de la pobreza, de tal suerte que la única posibilidad de quienes viven en la pobreza sea ahogarse en la pobreza o ser ese garbanzo de a libra que demuestre que el sistema funciona siempre y cuando uno esté dispuesto a sacrificarlo todo en nombre del sistema y tenga suerte o un buen padrino. En este sentido, existe más de una posibilidad —ni una sóla de ellas excluye a las otras— de aplicar medidas que, lejos de gravar la riqueza y castigar a esos hombres probos que son los salvadores de la nación al generar empleos y explotar a la masa mal pagada, grave la pobreza y haga terriblemente incomodo vivir en ese paraíso paupérrimo del que disfrutan quienes disponen de un ingreso tan bajo que, aun si lo dedicase por completo a la adquisición de alimentos, no podría adquirir los nutrientes necesarios para tener una vida sana; ese paraíso de comodidad, lujos y excesos en el que vive más del 36% de la población mexicana y del que antes de la perversa administración e López Obrador disfrutaba poco más de 52 millones de personas. Lejos de aumentar los salarios mínimos y entregar becas y apoyos a la ciudadanía para reducir la pobreza y contribuir a que casi 9 millones de mexicanos salieran de ella en dos años, como lo ha hecho esté gobierno que piensa primero en los pobres y se olvida de las necesidades de los privilegiados, urge que se tomen medidas para que ser pobre resulte tan caro que la población entera salga de la pobreza o muera en el intento. Para que sólo puedan ser pobres quienes puedan darse ese lujo.
En este sentido, debe permitirse —que digo permitirse— debe estimularse que los precios de los productos que componen la canasta básica se disparen con una libertad libertina y liberadora por encima de la inflación y alcancen números estratosféricos, tan inaccesibles que comer tortillas o frijol sea tan caro que sólo lo puedan hacer las mejores familias de la nación (aclaro, en caso de que algún extraviado esté leyendo esto, que las mejores familias son aquellas que pueden rodearse de todo aquello que no es necesario para vivir y hacerlo sin afectar su nivel de vida). Los servicios de salud, esos mismos que ahora el presidente amenaza con convertir en un derecho que garantice el acceso a todos los mexicanos, deberían ser privatizados y tasados de forma que para atenderse un catarro uno deba empeñar un riñón, que para contar con el cuadro básico de vacunas uno deba adquirir un crédito que resulte imposible pagar en tres generaciones.
Siguiendo esa línea, de liberar a México de la pobreza llevando a quienes viven en situación de pobreza a limites muy por debajo de la pobreza extrema, todo aquel que habite una vivienda con techo de lámina o construida con cualquier otro material que no sea ladrillo o concreto, es más, todo aquel que viva en desarrollos de interés social, con menos de un baño y medio, o donde no se cuente con suficientes recamaras, deberá pagar un impuesto especial que garantice que efectivamente les resulte imposible acceder a uno de esos créditos inmobiliarios a los que es imposible acceder. El costo del transporte público deberá aumentar significativamente, si alguien es tan flojo que prefiere no manejar para trasladarse, entonces es obligación del estado orillarlo a trasladarse a píe o a través de un vehículo no motorizado, lo que contribuirá no solo a fomentar ese espíritu liberador de salir de la pobreza, sino a su salud o a que sea víctima de un accidente. Por último, la educación pública y gratuita deberá costar tanto o más que la educación privada, basta de mantener sujetos que quieren salir adelante y prepararse sin pagar nada, es necesario que la gente sepa lo que cuestan las cosas y paguen por ello.
De más está aclarar, que nada de esto busca mejorar las condiciones salariales de médicos, conductores del sistema público de transporte o maestros. No. Nada más lejos de ello, lo único que estas propuestas buscan —y no es poca cosa— es acabar radicalmente con la pobreza en México, desaparecerla, exterminarla cueste lo que cueste y se sacrifique a quien se sacrifique. Borrar la pobreza del territorio nacional y al mismo tiempo concientizar a la población de las dificultades que enfrenta nuestra clase privilegiada que tiene que pagar cuentas terriblemente onerosas por objetos o servicios que no son necesarios y deberían cobrarse en lo que se cobran. Es muy fácil condenar los privilegios de quienes privilegiadamente viven rodeados de privilegios sin entender que los ricos también lloran y que en ocasiones —contadas— no pueden derrochar en todo lo que les gustaría derrochar. Gravar la pobreza contribuirá no solo a eliminar la pobreza, sino a sensibilizarnos a todos y ayudarnos a entender por qué es necesario que se emitan facturas falsas y que el gobierno le condone los impuestos a las empresas millonarias, los grandes bancos y medios de comunicación monopólicos.
Entrados en gastos
No es suficiente con gravar la pobreza, es necesario que siguiendo el ejemplo del santo patrón de los represores humanitarios y los defensores de los derechos humanos que están dispuestos a sacrificar los derechos humanos en nombre de sus propios derechos, Nayib Bukele, la pobreza sea criminalizada, perseguida y encarcelada en centros de confinamiento lejos del sensible ojo de la clase privilegiada que sufre cuando ve manifestaciones de mal gusto o gente vestida con ropa que no es de diseñador. Si de verdad queremos acabar con la pobreza necesitamos perseguir la pobreza en cualquier lugar en donde la pobreza se atreva a exhibirse. Por el bien de todos, primero los pobres, primero en el pago de impuestos altos, primero en la imposibilidad de acceder a los servicios que necesitan, primero en la persecución estatal que garantice un México libre de pobreza en el que la clase privilegiada pueda disfrutar de una vida que esté al nivel de su cartera y capacidad de consumo. No es poco el esfuerzo que la clase privilegiada ha realizado para mantener a la clase trabajadora sometida y explotada, no es poca la inversión que le han dedicado, como para que no les permitamos disfrutar de ello libremente y excesivamente.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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