En la Ciudad de México, la gentrificación avanza como una forma silenciosa, pero profundamente violenta. No solo se trata de un fenómeno económico que eleva los precios de las rentas y desplaza a los habitantes originarios; también es un proceso político y cultural que reconfigura los barrios para adaptarlos al consumo, al turismo y al mercado inmobiliario. Detrás de fachadas restauradas y cafeterías de autor, se esconde una estrategia sistemática para vaciar de sentido, historia y arraigo a comunidades enteras. La ciudad se vuelve una mercancía, y sus habitantes, un estorbo para los intereses del capital.
En este contexto, el Bando 1 presentado por la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, representa una postura valiente y necesaria. No es común que una administración capitalina reconozca de forma frontal los efectos nocivos de la gentrificación y proponga un paquete integral de medidas para frenarla. Desde el control de rentas y la regulación de Airbnb, hasta la creación de una defensoría inquilinaria y el impulso a la vivienda asequible, el Bando 1 busca defender el derecho al arraigo y a la ciudad para quienes la han sostenido por generaciones. Es, en muchos sentidos, una declaración de principios: la ciudad no debe ser gobernada solo para quienes pueden pagarla.
Sin embargo, esta visión contrasta de forma aguda con las políticas y acciones de alcaldías gobernadas por la derecha, particularmente por el PAN y el PRI. Mientras el Gobierno central plantea medidas para frenar el despojo, en otras demarcaciones se ejecutan acciones que lo refuerzan. El caso más reciente y simbólicamente revelador, es el retiro arbitrario de las esculturas del Che Guevara y Fidel Castro en la colonia Tabacalera, ordenado por la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega. El argumento legalista sobre la supuesta “falta de permisos” no es más que una pantalla. En realidad, se trató de un acto ideológico: borrar todo rastro de una memoria incómoda para quienes celebran el modelo neoliberal.
La eliminación de esas esculturas no es un hecho menor. Se trata de una expresión del desplazamiento cultural que acompaña a la gentrificación: cuando se reconfigura el espacio urbano no solo se modifica su uso, también se reescribe su historia. Las estatuas del Che y Fidel no eran un capricho estético, sino una referencia al vínculo histórico entre México y los movimientos de liberación en América Latina. Quitarlas es reescribir el espacio público desde una narrativa conservadora que busca eliminar todo símbolo que incomode al mercado o al statu quo.
En paralelo, el cártel inmobiliario sigue operando con impunidad. Agrupaciones de desarrolladores, políticos y funcionarios han convertido el suelo urbano en un botín. A través de fraudes, uso ilegal de suelo, corrupción notarial y despojos sistemáticos, se alimenta una maquinaria que expulsa a inquilinos, destruye patrimonio y construye una ciudad para unos pocos. Lo peor es que estas redes no son marginales: forman parte estructural del modelo urbano impulsado por los gobiernos de derecha, que ven en la ciudad no un espacio de derechos, sino una plataforma de negocios.
La gentrificación no es un accidente. Es una política de Estado cuando los gobiernos locales priorizan el turismo sobre el arraigo, el lucro sobre la comunidad, el blanqueamiento cultural sobre la diversidad. Es una estrategia de clase para vaciar la ciudad de pobres, de disidentes, de historia. Y el retiro de una escultura puede parecer anecdótico, pero es profundamente revelador: lo que molesta no es el bronce, sino lo que representa. Porque para la derecha, construir ciudad significa borrar a quienes la habitan y recordar solo lo que sirve al negocio.
Por eso el debate no es solo sobre rentas o edificios: es sobre el derecho a existir en la ciudad, con memoria, con identidad y con justicia. En esa disputa, el Bando 1 es un primer paso, pero no bastará sin voluntad política, sin participación vecinal y sin frenar de raíz las alianzas entre políticos y desarrolladores. Hoy más que nunca, defender la ciudad es resistir al despojo económico… y también al desplazamiento simbólico y cultural que impone la derecha.

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