Un escritor no puede separarse de su experiencia de vida, tal como lo decidió quien adoptó el nombre de Eduardo Galeano para firmar sus obras.
El mismo militante de izquierda que mantuvo toda su vida la convicción sobre la condición humana no está condenada al egoísmo y la obscena cacería del dinero, y a su vez, supo diferenciar que los regímenes políticos que cayeron en 1989 solo usurpaban el nombre del socialismo.
Un hombre comprometido con las mejores causas de la humanidad, quien laboró como mensajero, dibujante, ayudante en una fábrica de insecticidas, cobrador, taquígrafo, cajero de banco, diagramador, editor y arribó a tiempos nuevos siendo el escritor más querido de América Latina. Nada le causaba más placer que disfrutar el futbol y escribir la historia de la gente pequeña que cambia el mundo.
Su obra más celebre Las Venas Abiertas de América Latina (con dos millones de ejemplares vendidos, pirateados, robados o contrabandeados) fue el libro que él mismo más criticó por estar estructurado a manera de manual de divulgación de economía política; pero como su hilo conductor es la historia común del saqueo y la explotación de todo el continente, terminó por ser apropiado como un símbolo literario de la izquierda latinoamericana.
El mismo símbolo que durante la Cumbre de la Américas en 2009, el comandante Hugo Chavez le obsequió al presidente Barack Obama para recordarle que el “Imperio” no era la solución de los problemas de los países de América, sino la causa de muchos de nuestros males.
Pero cuando ese libro apenas comenzaba su andar en 1971, sucedieron las cruentas dictaduras militares, primero en Uruguay y Chile (1973) y más tarde en Argentina (1976) que prohibieron esta obra y exiliaron a Eduardo Galeano al otro lado del océano.
No obstante, si el escritor terminó refugiado en España, su obra recibió cobijo en la Editorial Siglo XXI fundada en México por otro exiliado, Arnaldo Orfila defenestrado del Fondo de Cultura Económica por el autoritarismo de Díaz Ordaz; y tal vez desde ese momento, en medio de las persecuciones a jóvenes y sus sueños de justicia e igualdad, fue que en esta tierra su palabra encontró un nuevo refugio.
Ya en la Venas Abiertas, estaba incluida la narración de la expropiación petrolera para describir como los poderes económicos impusieron costosas indemnizaciones que sangraron a México durante casi dos décadas, por atreverse a usufructuar su propia riqueza. Pero cuando el escritor sintió la urgencia de volver sobre la historia de despojos, también tuvo que contar la historia de creación, amor, lucha y resistencia que los habitantes de este continente han emprendido desde hace más de cinco siglos: así también en el exilio, nació la trilogía de Memoria del Fuego como un acercamiento histórico- poético a los momentos y a los personajes que forjaron nuestra historia compartida.
Y en ese gran coro de dolores y dignidades americanas desfilan el Chilam Balam y la Tira de la Peregrinación, las figuras de Cuauhtémoc y la Malinche, de Sor Juana y Fray Servando, de Hidalgo y Morelos, de Juárez y Maximiliano, de Porfirio Díaz y de los hermanos Flores Magón, de Zapata y de Villa, de Cárdenas y de Revueltas; de los estudiantes sacrificados en Tlatelolco y de la comunidad huichola en Nayarit que bautizó su pueblo como Salvador Allende.
Así con historias, es como terminamos necesariamente ligados al resto del continente. Porque Galeano siguió contando las andanzas de quienes no figuraban en el relato neoliberal de éxito a toda costa, como “Superbarrios” enfrentando a la policía y denunciado los desalojos, o la experiencia de los maestros Lenkersdorf que llegaron a una comunidad tojolabal en Chiapas y se quedaron 20 años aprendiendo la sabiduría de los mexicanos más olvidados.
Ese es vinculo que construimos con Galeano cuando nos narraba lo que era invisible para la gran cultura y el mercado, que se había mimetizado. Un vínculo que se fue refrendando en las última lectura publica de sus libros Espejos en 2009, cuando abarrotó la Sala Nezahualcóyotl y desbordaba la explanada del Centro Cultural Universitario en la UNAM; misma hazaña para un escritor que repitió con los Hijos de los Días en 2012.
Esos encuentros con Galeano eran un necesario abrazo para reencontrarse con la esperanza que parecía achicarse. Aquellos eran tiempos oscuros, ensombrecidos por la criminal guerra calderonista contra el narco, cuando el Secretario de Gobernación declaraba que el Estado mexicano no daría marcha atrás en su campaña, y ese mismo año caería en un helicóptero.
El 22 de febrero de 2011, Galeano recibió de manos de Marcelo Ebrard, Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, la Medalla 1808 que conmemoraba nuestra temprana gesta de independencia. En aquella ocasión, el escritor no dudó en denunciar que contrario al discurso global que hoy se intenta imponer, México es la victima de la hipocresía universal de la condena al narcotráfico que no repara en quienes son sus principales beneficiarios. Porque en este lucrativo negocio siguen coincidiendo criminales y tecnócratas que aspiran a la desaparición del Estado y su sustitución por la ley del más fuerte.
Galeano se atrevió a señalar que los mexicanos somos víctimas de los intereses que se han beneficiado del narcosistema universal desde las guerras del opio que les impusieron los ingleses a los chinos en el siglo XIX, a los mismos intereses imperialistas norteamericanos como en Vietnam, en Afganistán o en Colombia en nuestro continente donde son la potencia ocupante es quienes promueven la producción e incentiva el negocio. Por estas palabras, Galeano no cabía en las clasificaciones literarias y su figura se alejaba de la imagen que tenemos del intelectual que da la espalda a su realidad y solo se interesa por la política en tanto las becas y reconocimientos que reciba.
A diez años de que Galeano se nos adelantó, hoy podemos constatar lo buen alumno que fue de su maestro y amigo Carlos Quijano, cuando en sus labores periodísticas le recomendaba: “No hay que pecar en contra de la esperanza colectiva”. Por el contrario, Galeano supo seguir sembrando fuego y esperanza en medio de la desazón.

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